MADRID, 28 (OTR/PRESS) De escándalo en escándalo hasta la traca final. Ese es el camino que está llevando el presidente del Gobierno, su gobierno y el PSOE. Por muchos intentos de sacar temas que "escondan" los escándalos diarios -el último las gafas gratis para los menores de dieciséis años-, la cruda realidad se impone. El presidente está acorralado por las revelaciones diarias de nuevos desmanes, por la presión de sus socios de Gobierno y de legislatura, por el cada vez más estrecho cerco judicial a su mujer, a sus ex ministros, a su hermano, a "su" fiscal general del Estado, por los escándalos de su partido en Extremadura, por la dimisión del número 2 del Ministerio del Interior tan cercano a Koldo, por la desvergüenza de sus fontaneros y fontaneras en sus intentos de desprestigiar a la UCO y a sus mandos. Por la ineficacia para responder a los problemas reales. Por la incapacidad para aprobar unos Presupuestos Generales del Estado o para explicar, un mes después, asuntos como el apagón que dejó a España a oscuras y que cada vez está más oscuro -o más claro, según se mire-. Por su ineficiencia para que lleguen las ayudas a los valencianos damnificados por la DANA, como antes tampoco llegaron a los ciudadanos de La Palma, o para tomar medidas que puedan evitar la repetición de esta catástrofe. Por sus cesiones a Bildu para reformar la Ley de Seguridad Ciudadana. Por convertir todos sus Ministerios, la mayoría inútiles o ineficientes, en meros instrumentos de propaganda. También por su intento de frenar la OPA del BBVA sobre el Sabadell con todos los informes en contra, con la llamada de atención de Europa y con una consulta ridícula a los ciudadanos, pero sometido a la necesidad imperiosa de contentar a sus socios catalanes. Por la colonización y el desprestigio creciente de todas las empresas públicas y las instituciones, la última el Banco de España, dirigido por uno de sus exministros o la diplomacia, responsabilizada de lograr como objetivo primero que el catalán sea un idioma oficial en la Unión Europea. Europa es, precisamente, el otro flanco donde el presidente del Gobierno hace aguas. Ese intento de presionar a los 27 para el reconocimiento del catalán como lengua oficial -lo del vasco y el gallego es sólo atrezo- es la última gota. Hay muchas más. Su negativa -el único país de los 27- a la reforma de la ley electoral para rebajar el papel de las minorías que hacen ingobernable la Unión y que sería una gran medida para aplicar también en España. Su negativa y sus engaños presupuestarios y dialécticos sobre el rearme y la polìtica de defensa europea. Su descalificación de Israel incluso intentando que sea excluido de Eurovisión. Sus jugueteos con China, al margen de la Unión. Su falta de sintonía con Estados Unidos y su cada vez menor papel en la OTAN. España y su presidente han perdido toda capacidad de influencia en la polìtica exterior y han desaparecido de Hispanoamérica. Desde que Sánchez preside la Internacional Socialista, han caído tres gobiernos europeos de ese signo, Finlandia, Portugal y Rumania. Ya sólo quedan Albania, Malta, San Marino... y España. Aunque es difícil predecir el futuro de Sánchez, el que quiere gobernar hasta el 2031, todo indica que pronto será otro Zapatero, un zascandil enredando y obteniendo beneficios no sólo políticos de aquellos lugares donde la libertad, los derechos humanos y la democracia sufren por su ausencia. Si alguna vez Sánchez soñó con puestos de la máxima relevancia internacional, parece que tendrá que conformarse con otros más subterráneos. Lo que los socialistas de bien, la mayoría, deberían pensar es cómo va a dejar al PSOE y a España después de su abandono del poder. Y todos vamos a presenciar como miles de cargos del gobierno y del partido negarán tres veces y las que sean necesarias haber sido el soporte necesario e imprescindible para su dañina supervivencia en el Gobierno y en el partido. Todo indica que ya falta menos.
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