MADRID, 1 (OTR/PRESS)Hay fiestas tradicionales que ya no se sostienen tal y como están. El huracán del Cambio las vuelve del revés, las vacía de sentido. ¿Qué tiene que ver hoy la celebración del 1 de mayo con aquella fiesta reivindicativa en la que los obreros -palabra el desuso-salían a la calle, a veces jugándose el tipo, para reivindicar un trato más justo por parte de los patronos? Pertenezco a aquella generación para la que salir en una manifestación era un riesgo, acrecentado en una fecha odiada por el franquismo, como el 1 de mayo. Hoy, ese viento del Cambio y los cambios hace que el trabajo para siempre, como era antes, ya apenas exista, que la diversificación tecnológica haga que estén en riesgo, en todo el mundo, miles de millones de empleos y ocupaciones, que surjan continuamente nuevas profesiones y que, por tanto, mueran otras tantas. Lo siento, pero las reivindicaciones parciales (y justas, claro) del 1 de mayo ya no atisban, y no solo por culpa de los sindicatos, tanta novedad inaprehensible. No me extraña que la gente dé masivamente la espalda a la salida a la calle para exigir ¿qué?¿apenas una reducción de jornada semanal?¿mejor salario mínimo, pensiones más dignas? Eso ya lo tenemos, o estamos en vías de tenerlo. Hay que reclamar otras cosas: formación más amplia y actualizada, la imaginación (laboral) al poder, preparar a la gente para afrontar la era cuántica, que viene después de la revolución de la Inteligencia Artificial. Y, lo que digo del 1 de mayo, podría afirmarlo de tantas otras fiestas del calendario, el día mundial del Medio ambiente, o del padre, o de la madre, o del esquí, yo qué sé. Todo ello ha perdido significación. Y no digamos ya la festividad del 2 de mayo, que celebra la independencia del país respecto de una potencia europea invasora. Hoy, el 2 de mayo se ha convertido, ay, en una denuncia más de lo mal planificado que, desde el punto de vista territorial, está este país nuestro. No creo que existan muchos precedentes en los que el Gobierno autonómico, o regional, o local, capitalino se sacuda cotidianamente de lo lindo con el poder de la nación. La Puerta del Sol contra el palacio de La Moncloa, situado a menos de cinco kilómetros del gobierno regional. Nunca he visto dislate mayor -y anda que no se ven dislates en la política española-que el de un gobierno regional negando la presencia en sus fiestas de un gobierno nacional, y viceversa. Madrid es hoy una Comunidad próspera, llena de vitalidad, pero también de rencores y de falta de visión de un futuro -la ciudad y el territorio del mañana-que no está ni mucho menos lejano. Y sí, hablo de una batalla demencial, la que libran Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso, que va mucho más allá de lo que debería ser una dialéctica Gobierno-oposición sana. Estas batallas entre Gobierno central -que tiene algunos tintes pendencieros, sobre todo en la persona del inquilino de La Moncloa-y las autonomías regidas porel PP nada bueno pueden traer. Parecería que Pedro Sánchez es Godoy, o Fernando VII en según qué episodio, y que 'los otros' son las tropas de José Bonaparte, que se atreven a invadir la placidez gubernamental. La guerra no trae más que víctimas. Que lo digan los afectados por la dana en valencia o, más cercano, por el apagón en la Villa y Corte, que si no llega a ser por el civismo de las gentes a saber en qué hubiese parado. Son peleas que van directamente contra el ciudadano, contra el progreso -deberíamos estar pensando hace tiempo en cómo reestructurar el Estado, ya ya ve usted en lo que andamos: en multar a la taberna de Pablo Iglesias porque se ha pasado en 22 personas de aforo--. Y que reclaman una visión nueva de las cosas, soluciones nuevas, menos injerencia y más respeto, cada uno por su lado. Sí, el 1 de mayo debería llamarse el Día de las Soluciones nuevas para la gente, y el 2, el Día de la Concordia. Pero ya vemos que, como antes decía, andamos en otras cosas. Bienvenidos a los idus de mayo.
|