MADRID, 30 (OTR/PRESS) Volvió la luz, pero seguimos a oscuras. Cuarenta y ocho horas después de la jornada negra del lunes 28 percibimos que solo funcionaron dos cosas como es debido: el civismo de los españoles y los transistores a pilas. Lo demás es oscuridad, tanteo, tinta de calamar, palos de ciego y elusión de responsabilidades, con mayor o menos fortuna, por parte de los actores implicados en la esfera política y la estrictamente técnica. Sobre las causas del gran apagón, dicen los técnicos de la empresa mayoritariamente estatal encargada de mantener y garantizar el buen funcionamiento de la red (Red Eléctrica Española) que todo se debió a "una fuerte oscilación de la potencia". Tampoco eso iluminará las entendederas de los millones de españoles poco familiarizados con la generación, el transporte y la distribución de la energía eléctrica que llega a los hogares, las fábricas, los hospitales, los trenes, etc. Vale. Ya sabemos que la culpa la tuvo una "oscilación de la potencia". Es como si se explicasen los fundamentos de la ley de la gravedad a los millones de españoles que se limitarían a entender que las cosas se caen por su propio peso. Incontestable, oiga, pero seguimos en ayunas, salvo que prospere la hipótesis subversiva no descartada por Pedro Sánchez. Eso si lo entiende cualquiera y moviliza a cualquiera. Si cundiera la especie del ciberataque, un primer efecto sería el de cargar contra los malos malísimos y abdicar del derecho de los ciudadanos a exigir responsabilidades en el caso de un apagón que pudo haberse evitado. Empezando por la responsabilidad del propio presidente del Gobierno, que es el máximo representante del Estado a la hora de pedir cuentas a la empresa mayoritariamente estatal (a través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales, SEPI), concebida como columna vertebral de la planificada transición ecológica y de hecho dirigida actualmente por una exministra de Zapatero. Me parece que las intenciones del presidente están claras. Nos recuerda el bulo de Aznar sobre las imaginadas armas de destrucción masiva en Irak (2003) o la fantaseada participación de Eta en los atentados de Atocha (2004). Sabe que el coste político para el Gobierno sería menor si la opinión pública asumiera que podemos estar ante un sabotaje. La maniobra es insensata porque, entre otras cosas, brinda ideas a personas tentadas de tener un minuto de gloria en las redes sociales. Lo malo es que Sánchez sigue soltando tinta para desviar el malestar de la ciudadanía y la crítica de sus adversarios políticos hacia las empresas "privadas". Incluida la REE, que está controlada por el Estado por razones de interés general. Es como decir que el gol de Koundé se lo metieron a Courtois y no al Real Madrid. Y pido disculpas por esta chusca analogía que, en realidad, es fruto de mi analógica indignación.
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