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Etiquetas:   Política

Difíciles coaliciones

Isaías Lafuente
sábado, 6 de noviembre de 2021, 08:00 h (CET)
MADRID, 5 (OTR/PRESS) La presidenta de la Comunidad de Madrid no deja de lanzar órdagos a la dirección de su partido. Hace tiempo que manifestó su deseo de optar a la presidencia del PP en Madrid y de que el congreso regional se adelantase al resto de congresos que tiene previsto celebrar el PP a nivel autonómico. Díaz Ayuso quiere todo el poder y quiere, además, protagonismo. No desea que su hipotética elección pueda quedar diluida en la avalancha de elecciones territoriales.

Este paso adelante ha puesto nerviosos a los dirigentes del PP que habitan la calle Génova, que desearían poner contrapesos a la fulgurante carrera política de quien hace apenas dos años era una desconocida. Llegó a las elecciones autonómicas impulsada por su mentor, Pablo Casado, como oveja que camina al matadero.

Tenía pocas posibilidades de ganar y, efectivamente, cosechó el peor resultado de la historia del PP en la región. Solo consiguió la presidencia gracias al apoyo de Ciudadanos, que no dudó en tirar por tierra su papel de bisagra para echarse a los brazos del PP y de Vox en todos los ámbitos en que pudo. Ese fue el comienzo de su historia, pero en apenas dos años se ha hecho con el monopolio del rebaño madrileño.

Realmente, a un extraterrestre le costaría mucho entender que Pablo Casado, que es presidente nacional del partido y aspira al Gobierno de España, en cuyo camino ya ha tenido dos tropiezos, le vea pegas a que Isabel Díaz Ayuso, que ha conseguido el Gobierno de la Comunidad de Madrid en dos ocasiones, la última de manera aplastante, quiera dirigir también el partido en Madrid y sumar así al poder institucional el poder en su partido.

Nada en los estatutos internos lo impide y destacados dirigentes como Núñez Feijoo acumulan la doble vara de mando. Pero si su órdago es claro, la oposición del aparato de su partido es evidente. "La guerra es total", afirman dirigentes populares a quien los quiera escuchar. Y la presidenta de Madrid no esconde el enfrentamiento, sino que despliega toda la artillería. Ahora eleva la apuesta y reclama que no sean los compromisarios quienes decidan en una posible segunda vuelta si aparecen nuevos candidatos, sino los militantes. Enmienda de esta manera la forma en la que fue elegido el propio Casado, apoyado por los compromisarios nacionales después de que los militantes hubieran elegido a Soraya Sáenz de Santamaría.

Dejaremos para el diván las razones de Pablo Casado, aunque no son difíciles de intuir. Las de Díaz Ayuso son evidentes. Y legítimas. Pero da la sensación de que el presidente del PP se encuentra ante las disyuntivas que se le plantean al héroe en la tragedia: si un camino es malo, el otro aún es peor. Pretender frenar las ambiciones legítimas de Ayuso le sitúan en una posición de debilidad; dejar que la aspirante vuele como desea, también. Debería recordar, además, que el último dirigente al que el aparato de su partido zancadilleó para impedir que se hiciera con el poder es ahora el presidente del Gobierno de España. Y la historia no se repite necesariamente, pero conviene tomar nota.

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