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“El explícito y voluntarioso elogio de la creatividad acaba produciendo más cretinos que creadores, porque pensar que la creatividad se encuentra en la radicalidad es un error colosal” Santi Santamaría

Donde los chef famosos acaparan fama, dinero y egocentrismo

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Viene de antiguo que las TV utilicen de señuelo, especialmente para atraer la atención de una parte del género femenino, la puesta en pantalla de programa de contenido culinario que, en un principio, se limitaban a trasmitir a los televidentes una serie de recetas propias de las distintas comunidades de la nación y que eran presentados por personas expertas, no necesariamente cocineros de profesión, que en su modestia y sin los medios ni la ampulosidad de los actuales programas culinarios, cumplían con una verdadera misión de expandir el conocimientos de aquellas maravillosas recetas de la cocina popular que constituían el acervo, en muchas ocasiones ignorado, de los maravillosos platos de nuestra cocina tradicional patria.


Es cierto que el tema de la cocina y su trato por parte de los medios de comunicación y, en especial, desde que la TV tomó el mando de la información por las redes mundiales de Internet, ha sido objeto de que corriera mucha tinta y se hiciesen muchos estudios respecto a las distintas particularidades de estos programas de cocina de tal manera que Ketchum ya en 2005 desarrolló una clasificación sobre ellos que intentaba estructurarlos según el carácter del presentador y su contenido. No viene al caso extenderse más sobre dichas particularidades, baste que escojamos de entre los cuatro tipos que Ketchum desarrolló el que definió como New domestics cooking shows en el que el “prescriptor” dejaba de lado su labor puramente técnica y empezaba a adquirir funcionalidades propias de un showman o de un presentador de un programa convencional.


Esa obvio que el tema se ha convertido a través de los años y de los avances técnicos y publicitarios de nuestras TV en algo más que un relleno para cubrir un espacio de tiempo limitado en un negocio en el que se juegan muchos millones y en el que los protagonistas se han ido convirtiendo en personajes influyentes en las respectivas cadenas que los han ido mimando y promocionando hasta convertirlos en verdaderos personajes del star sistem que, si bien disponen de una buena formación en el tema culinario, tienen otras facetas personales que los sitúan en un plano más elevado como conductores de programas al que se le podría asignar un nivel profesional superior al de un simple cocinero, por muy experto que fuere en su oficio. Lo que antes era un simple programa divulgativo de la cocina española sin más pretensiones, hoy en día gracias a los promotores y publicistas televisivos da materia suficiente para concursos en los que diversas personas, previamente seleccionadas, compiten para demostrar cuál de ellas es capaz de demostrar que está más capacitada para ganar el premio que se ofrece. Lo que tenía un carácter doméstico, íntimo y hogareño que podríamos definir como la cocina de la abuela, hoy se ha convertido en sofisticación, química, miniaturización y mezcla de sabores, eso sí, adornado con toda clase de condimentos exóticos, de salsas reducidas a sus esencias y escuálidas aportaciones de proteínas cárnicas o de molla de algún espécimen de la fauna marina. No se cocina para proporcionar platos sencillos aptos para el gran público, tanto por el aspecto económico como por la sofisticación de las técnicas precisas para elaborarlos.


El truco reside en que, el que adquiere el protagonismo absoluto, el que se constituye en la figura señera en este tipo de programas, es el cocinero de alta gama, el chef de fama, el que dispone de restaurantes de una o varias estrellas Michelín que ya no se conforma con llenar un espacio culinario en la TV sino que dirige un show en el que aparte de cocinar toda clase de platos y exquisiteces, se permite hacer exhibición de sus “facultades” para el canto, de su vis cómica, de sus opiniones políticas o para hacerse propaganda de los inevitables libros que, uno tras otro, va publicando con la gran ventaja de que dispone de un formidable medio a su alcance para hacer propaganda de su obra, algo de lo que carecen la mayoría de sus colegas que no han tenido la suerte de acceder a las productoras televisivas. Ahora, en virtud de la moda, pomposamente ascendido a la categoría de Chef, muy por encima de quien se limita a la explicación y elaboración de las recetas, más o menos rebuscadas, que les ofrecen a los seguidores del programa. El resto estriba en una presentación atractiva, unos platos de grandes dimensiones donde lo comestible queda reducido a un par de bocados, estratégicamente dispuestos en el centro del recipiente, rociados con algún tipo de salsa que acaba adornando, con un estilizado trazo que rompe la monotonía del espacio libre del infrautilizado continente. Estamos de acuerdo en que hay personas en las que la gracia les es innata, que tienen el don de la simpatía y que gozan de la virtud de entretener, enseñar y atraer a un público, sin que éste se sienta manipulado ni engañado por quien es poseedor de semejantes facultades.


No negamos que este tipo de personajes, multifuncionales, aptos tanto para un barrido como para un fregado, puedan existir. No obstante, cuando un buen cocinero se eterniza en un programa, cree descubrir que, aparte de sus indudables méritos profesionales, su habilidad para trasmitir su ciencia a través de las ondas y su creciente popularidad y éxito en la pequeña pantalla, también es “gracioso”, tiene una buena voz de tenor (siempre existen los eternos tiralevitas que animan al improvisando singer a explotar sus “cualidades” líricas) y la dirección del programa le va permitiendo ir introduciendo “morcillas” durante la presentación; puede suceder que, llevado por un exceso de autoestima, jaleado por sus ayudantes o inducido por sus amigos y familiares, pierda la noción de la medida, se extralimite, cometa errores, incurra en excesos y acabe por poner de los nervios a la audiencia


Una de estas celebridades, sin duda, es el chef Carlos Arguiñano, presentador del programa de cocina de Antena 3, seguramente uno de los mejores cocineros españoles que se ha convertido en un icono de la cadena televisiva en la que presta sus servicios. Sin embargo, no ha sido capaz de evitar ser arrastrado por su fama y ello le ha llevado a determinados excesos, payasadas y mascaradas que puede que a sus seguidores incondicionales les hagan gracia pero que, sin duda, le restan seriedad al programa. No obstante, no es por esta faceta histriónica por la que vamos a criticarle, más bien por haberse dejado llevar por lo que se podría calificar como celos profesionales cuando ha arremetido, en una entrevista que le hicieron en la revista Rumore, contra programas como Masterchef, del que ha dicho que “no es programa de cocina, es un reality”. Al parecer al señor Arguiñano no le gusta el tono de este tipo de “talent shows” al que califica de “es un reality y yo no puedo con los realities”. Dice don Carlos que en este tipo de programas “les gusta la lagrimita, que llore la madre, que lloren los niños, todo el mundo llorando”. Pero donde entra en un terreno peligroso es cuando habla de que las escuelas de cocina “se montan para enseñar y no para ganar dinero”


Aquí cabe preguntarse: ¿Durante los 6500 programas que ha cocinado delante de las cámaras, lo ha hecho de gratis, no ha cobrado por su trabajo, no ha aprovechado para hacer propaganda descarada de sus libros, no ha dado muestras del más cínico nepotismo, enchufando en su programa a toda su familia, empezando por su hermana Eva y su sobrina Ainhoa Sánchez? En el caso de esta última muchacha ha sido metida con calzador en el programa aunque el puesto hubiera correspondido a una nutricionista, cuya función ha sido asumida por Ainhoa. Hay que decir en su defensa que su tío la utilizó como sparring partner durante una temporada, únicamente con la amarga y sufrida misión de reírle los chistes, a cual peor, que ella misma reconoció en una entrevista que le hicieron en TV, que la mitad de ellos era incapaz de entenderlos. No creo que sea precisamente la persona indicada, don Carlos, para criticar a los que quieren ganar dinero con programas televisivos relacionados con la cocina. Tampoco cuela la acusación de que dichos programas concursos pretendan ser escuelas de cocina como la que, por cierto tiene el señor Arguiñano, donde una serie de alumnos reciben clases de cocina a diversos niveles, lo que no sabemos es si estas enseñanzas las reciben gratis o deben pagar por recibirlas. En todo caso, es evidente que la propaganda gratis que le proporciona su programa de TV, para sus restaurantes ya le bastaría al chef Arguiñano para compensarle, con creces, del tiempo que pueda dedicarle.


Hay que andarse con cuidado y medir las palabras cuando uno se hace el dadivoso, el desprendido y el generoso, desde el momento en que todo el mundo sabe que se trata de una persona muy acomodada que, por cierto, y él lo ha reconocido, tuvo y tiene amigos en la banda ETA, lo que explica que nunca le molestaran ni tampoco lo hicieran con alguno de sus colegas vascos, de los que se dijo en su momento que no eran ajenos al pago del famoso impuesto revolucionario del que la banda se valía para poder subsistir. No se pudo probar o no se quiso indagar más, por lo que aquella noticia quedó en nada.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que algunos profesionales del arte culinario han encontrado la manera de alcanzar la fama gracias a las oportunidades que sus amistades les han proporcionado de entrar a formar parte de está élite de personajes que han conseguido entrar en estos programas, donde se invierten cientos de millones con el fin de explotar el morbo de los espectadores. Personajes del montón, gentes sin méritos especiales y advenedizos que han sabido explotar sus relaciones con famosos, han conseguido medrar y enriquecerse gracias a una audiencia dispuesta a dejarse llevar por la moda que, desde las directivas de las TV, se les imponen. En fin, de algo hay que hablar si no queremos caer, una y otra vez, en la tentación de hablar de Cataluña y sus separatistas. Ustedes perdonen.

Donde los chef famosos acaparan fama, dinero y egocentrismo

“El explícito y voluntarioso elogio de la creatividad acaba produciendo más cretinos que creadores, porque pensar que la creatividad se encuentra en la radicalidad es un error colosal” Santi Santamaría
Miguel Massanet
sábado, 20 de enero de 2018, 09:59 h (CET)

Viene de antiguo que las TV utilicen de señuelo, especialmente para atraer la atención de una parte del género femenino, la puesta en pantalla de programa de contenido culinario que, en un principio, se limitaban a trasmitir a los televidentes una serie de recetas propias de las distintas comunidades de la nación y que eran presentados por personas expertas, no necesariamente cocineros de profesión, que en su modestia y sin los medios ni la ampulosidad de los actuales programas culinarios, cumplían con una verdadera misión de expandir el conocimientos de aquellas maravillosas recetas de la cocina popular que constituían el acervo, en muchas ocasiones ignorado, de los maravillosos platos de nuestra cocina tradicional patria.


Es cierto que el tema de la cocina y su trato por parte de los medios de comunicación y, en especial, desde que la TV tomó el mando de la información por las redes mundiales de Internet, ha sido objeto de que corriera mucha tinta y se hiciesen muchos estudios respecto a las distintas particularidades de estos programas de cocina de tal manera que Ketchum ya en 2005 desarrolló una clasificación sobre ellos que intentaba estructurarlos según el carácter del presentador y su contenido. No viene al caso extenderse más sobre dichas particularidades, baste que escojamos de entre los cuatro tipos que Ketchum desarrolló el que definió como New domestics cooking shows en el que el “prescriptor” dejaba de lado su labor puramente técnica y empezaba a adquirir funcionalidades propias de un showman o de un presentador de un programa convencional.


Esa obvio que el tema se ha convertido a través de los años y de los avances técnicos y publicitarios de nuestras TV en algo más que un relleno para cubrir un espacio de tiempo limitado en un negocio en el que se juegan muchos millones y en el que los protagonistas se han ido convirtiendo en personajes influyentes en las respectivas cadenas que los han ido mimando y promocionando hasta convertirlos en verdaderos personajes del star sistem que, si bien disponen de una buena formación en el tema culinario, tienen otras facetas personales que los sitúan en un plano más elevado como conductores de programas al que se le podría asignar un nivel profesional superior al de un simple cocinero, por muy experto que fuere en su oficio. Lo que antes era un simple programa divulgativo de la cocina española sin más pretensiones, hoy en día gracias a los promotores y publicistas televisivos da materia suficiente para concursos en los que diversas personas, previamente seleccionadas, compiten para demostrar cuál de ellas es capaz de demostrar que está más capacitada para ganar el premio que se ofrece. Lo que tenía un carácter doméstico, íntimo y hogareño que podríamos definir como la cocina de la abuela, hoy se ha convertido en sofisticación, química, miniaturización y mezcla de sabores, eso sí, adornado con toda clase de condimentos exóticos, de salsas reducidas a sus esencias y escuálidas aportaciones de proteínas cárnicas o de molla de algún espécimen de la fauna marina. No se cocina para proporcionar platos sencillos aptos para el gran público, tanto por el aspecto económico como por la sofisticación de las técnicas precisas para elaborarlos.


El truco reside en que, el que adquiere el protagonismo absoluto, el que se constituye en la figura señera en este tipo de programas, es el cocinero de alta gama, el chef de fama, el que dispone de restaurantes de una o varias estrellas Michelín que ya no se conforma con llenar un espacio culinario en la TV sino que dirige un show en el que aparte de cocinar toda clase de platos y exquisiteces, se permite hacer exhibición de sus “facultades” para el canto, de su vis cómica, de sus opiniones políticas o para hacerse propaganda de los inevitables libros que, uno tras otro, va publicando con la gran ventaja de que dispone de un formidable medio a su alcance para hacer propaganda de su obra, algo de lo que carecen la mayoría de sus colegas que no han tenido la suerte de acceder a las productoras televisivas. Ahora, en virtud de la moda, pomposamente ascendido a la categoría de Chef, muy por encima de quien se limita a la explicación y elaboración de las recetas, más o menos rebuscadas, que les ofrecen a los seguidores del programa. El resto estriba en una presentación atractiva, unos platos de grandes dimensiones donde lo comestible queda reducido a un par de bocados, estratégicamente dispuestos en el centro del recipiente, rociados con algún tipo de salsa que acaba adornando, con un estilizado trazo que rompe la monotonía del espacio libre del infrautilizado continente. Estamos de acuerdo en que hay personas en las que la gracia les es innata, que tienen el don de la simpatía y que gozan de la virtud de entretener, enseñar y atraer a un público, sin que éste se sienta manipulado ni engañado por quien es poseedor de semejantes facultades.


No negamos que este tipo de personajes, multifuncionales, aptos tanto para un barrido como para un fregado, puedan existir. No obstante, cuando un buen cocinero se eterniza en un programa, cree descubrir que, aparte de sus indudables méritos profesionales, su habilidad para trasmitir su ciencia a través de las ondas y su creciente popularidad y éxito en la pequeña pantalla, también es “gracioso”, tiene una buena voz de tenor (siempre existen los eternos tiralevitas que animan al improvisando singer a explotar sus “cualidades” líricas) y la dirección del programa le va permitiendo ir introduciendo “morcillas” durante la presentación; puede suceder que, llevado por un exceso de autoestima, jaleado por sus ayudantes o inducido por sus amigos y familiares, pierda la noción de la medida, se extralimite, cometa errores, incurra en excesos y acabe por poner de los nervios a la audiencia


Una de estas celebridades, sin duda, es el chef Carlos Arguiñano, presentador del programa de cocina de Antena 3, seguramente uno de los mejores cocineros españoles que se ha convertido en un icono de la cadena televisiva en la que presta sus servicios. Sin embargo, no ha sido capaz de evitar ser arrastrado por su fama y ello le ha llevado a determinados excesos, payasadas y mascaradas que puede que a sus seguidores incondicionales les hagan gracia pero que, sin duda, le restan seriedad al programa. No obstante, no es por esta faceta histriónica por la que vamos a criticarle, más bien por haberse dejado llevar por lo que se podría calificar como celos profesionales cuando ha arremetido, en una entrevista que le hicieron en la revista Rumore, contra programas como Masterchef, del que ha dicho que “no es programa de cocina, es un reality”. Al parecer al señor Arguiñano no le gusta el tono de este tipo de “talent shows” al que califica de “es un reality y yo no puedo con los realities”. Dice don Carlos que en este tipo de programas “les gusta la lagrimita, que llore la madre, que lloren los niños, todo el mundo llorando”. Pero donde entra en un terreno peligroso es cuando habla de que las escuelas de cocina “se montan para enseñar y no para ganar dinero”


Aquí cabe preguntarse: ¿Durante los 6500 programas que ha cocinado delante de las cámaras, lo ha hecho de gratis, no ha cobrado por su trabajo, no ha aprovechado para hacer propaganda descarada de sus libros, no ha dado muestras del más cínico nepotismo, enchufando en su programa a toda su familia, empezando por su hermana Eva y su sobrina Ainhoa Sánchez? En el caso de esta última muchacha ha sido metida con calzador en el programa aunque el puesto hubiera correspondido a una nutricionista, cuya función ha sido asumida por Ainhoa. Hay que decir en su defensa que su tío la utilizó como sparring partner durante una temporada, únicamente con la amarga y sufrida misión de reírle los chistes, a cual peor, que ella misma reconoció en una entrevista que le hicieron en TV, que la mitad de ellos era incapaz de entenderlos. No creo que sea precisamente la persona indicada, don Carlos, para criticar a los que quieren ganar dinero con programas televisivos relacionados con la cocina. Tampoco cuela la acusación de que dichos programas concursos pretendan ser escuelas de cocina como la que, por cierto tiene el señor Arguiñano, donde una serie de alumnos reciben clases de cocina a diversos niveles, lo que no sabemos es si estas enseñanzas las reciben gratis o deben pagar por recibirlas. En todo caso, es evidente que la propaganda gratis que le proporciona su programa de TV, para sus restaurantes ya le bastaría al chef Arguiñano para compensarle, con creces, del tiempo que pueda dedicarle.


Hay que andarse con cuidado y medir las palabras cuando uno se hace el dadivoso, el desprendido y el generoso, desde el momento en que todo el mundo sabe que se trata de una persona muy acomodada que, por cierto, y él lo ha reconocido, tuvo y tiene amigos en la banda ETA, lo que explica que nunca le molestaran ni tampoco lo hicieran con alguno de sus colegas vascos, de los que se dijo en su momento que no eran ajenos al pago del famoso impuesto revolucionario del que la banda se valía para poder subsistir. No se pudo probar o no se quiso indagar más, por lo que aquella noticia quedó en nada.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que algunos profesionales del arte culinario han encontrado la manera de alcanzar la fama gracias a las oportunidades que sus amistades les han proporcionado de entrar a formar parte de está élite de personajes que han conseguido entrar en estos programas, donde se invierten cientos de millones con el fin de explotar el morbo de los espectadores. Personajes del montón, gentes sin méritos especiales y advenedizos que han sabido explotar sus relaciones con famosos, han conseguido medrar y enriquecerse gracias a una audiencia dispuesta a dejarse llevar por la moda que, desde las directivas de las TV, se les imponen. En fin, de algo hay que hablar si no queremos caer, una y otra vez, en la tentación de hablar de Cataluña y sus separatistas. Ustedes perdonen.

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