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Ekain Rico

Unidad no es univocidad

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¿Saben ustedes esa extraña sensación que a uno le invade cuando cree, sin lugar a dudas, que le están mintiendo? Pues es lo que siento cada vez que oigo al Partido Popular hablar del Estatut.

Sea Acebes, Zaplana, Esperanza Aguirre o –sin intermediarios– el propio Rajoy quien enuncie el discurso de su partido, lo que queda siempre claro es que la consigna consiste en meter el miedo en el cuerpo.

¡España está en peligro! ¡Zapatero ha creado una crisis nacional! son meros ejemplos de la perlas dialécticas que, los populares, van dejando caer –todos a una– en los medios de comunicación.

¡Basta ya de tonterías! ¡Dejen de manipular la realidad! ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para intentar desprestigiar al Gobierno? ¿A qué viene el discurso guerracivilista que comienzan a enarbolar?

En el fondo de esta cuestión, subyacen dos maneras de entender España. De un lado quienes –como en otros tiempos– parten de la idea de la España Una, Grande y Libre que sólo sabía mantenerse mediante la imposición por la fuerza. Una España dogmática que, como tal, debía ser incuestionable bajo pena de herejía. Es decir, una España incapaz de soportar el análisis crítico –propio de los tiempos democráticos– y en la que, tanto la diversidad como la multiculturalidad, son vistas con recelo por quienes proponen al toro de Osborne como enseña nacional.

Del otro lado, la idea no puede ser más opuesta. Hay quienes consideramos que España debe ajustarse a la realidad de los españoles. ¿Acaso no nos hemos hartado –incluido el Partido Popular– de decirle al nacionalismo vasco, catalán y gallego que, cuando pretenden subyugar los derechos de los ciudadanos a los de una supuesta nación, rozan las tesis fascistas? Por qué ahora cambia el discurso.

España es un hecho, sí. Pero cuando lo que se quiere es imponer un determinado sentimiento –y sólo uno– de españolidad, lo que realmente se está haciendo es atentar contra la esfera más íntima de nuestros derechos como ciudadanos.

¿Quién ha dicho que España debe ser unívoca? ¿Quién puede arrogarse la potestad para imponer su modelo de España? ¿No quiere el PP erigirse en supremo defensor de la Constitución de 1978? Constitución de la que, por cierto, echaban pestes cuando –en el momento constituyente–, los que ahora se definen de centro no negaban sus vinculaciones con el régimen franquista.

Pues precisamente es nuestra Constitución la que –acertada o equivocadamente– enuncia en su Título Preliminar que España queda integrada por nacionalidades y regiones. Cuestión distinta será la de discutir la procedencia o no de aquel reconocimiento, pero lo que es innegable –incluso desde el positivismo jurídico más exquisito– es que aquella mención del artículo dos existe.

Defender la Constitución no es inventarse lo que dice y, ni mucho menos, querer colar el modelo español del Antiguo Régimen franquista que, dicho sea de paso, no tiene cabida en nuestra Carta Magna.

¿No se establece, también en nuestra Constitución, un marco para las reformas estatutarias? ¿Y qué es lo que ha fallado? Nada.

De momento, el proyecto de Estatut catalán ha superado –y con amplio consenso– la primera de tres fases, necesarias para que llegue a ser Ley.

Queda ahora en manos de nuestras Cortes Generales, el análisis de un texto que, si incurre en cualquier punto de inconstitucionalidad, deberá ser enmendado con normalidad democrática, antes de ser votado en referéndum por la ciudadanía catalana.

Que a nadie se le olvide que, los gobiernos del Partido Popular, tienen en su haber unas cuantas leyes que, por el propio Tribunal Constitucional, fueron declaradas inconstitucionales en muchos de sus puntos.

Y es que, precisamente, quienes desde el PP ponen la voz en grito por la unidad de España, no solamente se están comportando de forma marrullera, sino que –además– esconden bajo aquel lema su verdadera intención, queriendo confundir una España unida con una España unívoca: su España.

España, sea lo que sea, es de los españoles. Es tan de Mariano Rajoy, como de Carod Rovira. Es tan de José Luis Rodríguez Zapatero, como del señor Ibarretxe. Es tan mía, como tuya. Ni más ni menos.

Y si es de todos nosotros, la unidad de España sólo es posible conciliarla bajo el criterio del interés general. Fundamentándola en las bases de la justicia social, de la equidad y del reconocimiento del grado de verdad que el otro pueda portar.

Se equivoca quien pretenda imponer su España. Se equivoca usted, señor Rajoy. Se equivoca su partido al querer enseñarnos a ser vascos, catalanes, gallegos, andaluces, valencianos, castellanomanchegos…, españoles o europeos. Y digo que se equivocan, por ser benévolo y no querer entrar a valorar los intereses espurios que les mueven.

Unidad no es univocidad

Ekain Rico
Álvaro Peña
lunes, 17 de octubre de 2005, 02:20 h (CET)
¿Saben ustedes esa extraña sensación que a uno le invade cuando cree, sin lugar a dudas, que le están mintiendo? Pues es lo que siento cada vez que oigo al Partido Popular hablar del Estatut.

Sea Acebes, Zaplana, Esperanza Aguirre o –sin intermediarios– el propio Rajoy quien enuncie el discurso de su partido, lo que queda siempre claro es que la consigna consiste en meter el miedo en el cuerpo.

¡España está en peligro! ¡Zapatero ha creado una crisis nacional! son meros ejemplos de la perlas dialécticas que, los populares, van dejando caer –todos a una– en los medios de comunicación.

¡Basta ya de tonterías! ¡Dejen de manipular la realidad! ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para intentar desprestigiar al Gobierno? ¿A qué viene el discurso guerracivilista que comienzan a enarbolar?

En el fondo de esta cuestión, subyacen dos maneras de entender España. De un lado quienes –como en otros tiempos– parten de la idea de la España Una, Grande y Libre que sólo sabía mantenerse mediante la imposición por la fuerza. Una España dogmática que, como tal, debía ser incuestionable bajo pena de herejía. Es decir, una España incapaz de soportar el análisis crítico –propio de los tiempos democráticos– y en la que, tanto la diversidad como la multiculturalidad, son vistas con recelo por quienes proponen al toro de Osborne como enseña nacional.

Del otro lado, la idea no puede ser más opuesta. Hay quienes consideramos que España debe ajustarse a la realidad de los españoles. ¿Acaso no nos hemos hartado –incluido el Partido Popular– de decirle al nacionalismo vasco, catalán y gallego que, cuando pretenden subyugar los derechos de los ciudadanos a los de una supuesta nación, rozan las tesis fascistas? Por qué ahora cambia el discurso.

España es un hecho, sí. Pero cuando lo que se quiere es imponer un determinado sentimiento –y sólo uno– de españolidad, lo que realmente se está haciendo es atentar contra la esfera más íntima de nuestros derechos como ciudadanos.

¿Quién ha dicho que España debe ser unívoca? ¿Quién puede arrogarse la potestad para imponer su modelo de España? ¿No quiere el PP erigirse en supremo defensor de la Constitución de 1978? Constitución de la que, por cierto, echaban pestes cuando –en el momento constituyente–, los que ahora se definen de centro no negaban sus vinculaciones con el régimen franquista.

Pues precisamente es nuestra Constitución la que –acertada o equivocadamente– enuncia en su Título Preliminar que España queda integrada por nacionalidades y regiones. Cuestión distinta será la de discutir la procedencia o no de aquel reconocimiento, pero lo que es innegable –incluso desde el positivismo jurídico más exquisito– es que aquella mención del artículo dos existe.

Defender la Constitución no es inventarse lo que dice y, ni mucho menos, querer colar el modelo español del Antiguo Régimen franquista que, dicho sea de paso, no tiene cabida en nuestra Carta Magna.

¿No se establece, también en nuestra Constitución, un marco para las reformas estatutarias? ¿Y qué es lo que ha fallado? Nada.

De momento, el proyecto de Estatut catalán ha superado –y con amplio consenso– la primera de tres fases, necesarias para que llegue a ser Ley.

Queda ahora en manos de nuestras Cortes Generales, el análisis de un texto que, si incurre en cualquier punto de inconstitucionalidad, deberá ser enmendado con normalidad democrática, antes de ser votado en referéndum por la ciudadanía catalana.

Que a nadie se le olvide que, los gobiernos del Partido Popular, tienen en su haber unas cuantas leyes que, por el propio Tribunal Constitucional, fueron declaradas inconstitucionales en muchos de sus puntos.

Y es que, precisamente, quienes desde el PP ponen la voz en grito por la unidad de España, no solamente se están comportando de forma marrullera, sino que –además– esconden bajo aquel lema su verdadera intención, queriendo confundir una España unida con una España unívoca: su España.

España, sea lo que sea, es de los españoles. Es tan de Mariano Rajoy, como de Carod Rovira. Es tan de José Luis Rodríguez Zapatero, como del señor Ibarretxe. Es tan mía, como tuya. Ni más ni menos.

Y si es de todos nosotros, la unidad de España sólo es posible conciliarla bajo el criterio del interés general. Fundamentándola en las bases de la justicia social, de la equidad y del reconocimiento del grado de verdad que el otro pueda portar.

Se equivoca quien pretenda imponer su España. Se equivoca usted, señor Rajoy. Se equivoca su partido al querer enseñarnos a ser vascos, catalanes, gallegos, andaluces, valencianos, castellanomanchegos…, españoles o europeos. Y digo que se equivocan, por ser benévolo y no querer entrar a valorar los intereses espurios que les mueven.

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