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La sede de Pedro yace vacante y el mundo contiene el aliento. Mientras los medios y las redes sociales calculan votos y afinidades, y las cámaras enfocan la chimenea de la Capilla Sixtina —donde Miguel Ángel dejó su visión de la grandeza y la fragilidad humana—, los cardenales se recogen para dar continuidad a un rito que, mirando al futuro, encuentra sus raíces en la solemnidad del pasado.
El otro día leí lo siguiente: “No pude, no pude callarme, verla con el burka en el ambulatorio me molestó. Ahora siento haberme puesto tan nerviosa, pero fue superior a mí”. No salgo de mi asombro, en pleno siglo XXI, en España, una mujer sentada en la consulta del pediatra, con una niña en su cochecito y con ese trapo horrible... ¡Por Dios! Es denigrante ver la utilización de esa prenda tan horrible.
El lunes 28 de abril la Península Ibérica, España y Portugal, y también Andorra, a las 12,33 quedaron paralizadas. Según las primeras explicaciones la fuga de 15 giga vatios había dejado el sur de Europa incomunicado y a oscuras, en pleno siglo XXI, incluso con nuevas energías, las renovables, más naturales que las que se utilizaban a principios del pasado siglo. En cinco segundos atravesamos el camino de la luz a la oscuridad. ¿Qué ocurrió?
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