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¿Por qué y para qué hago esto y lo otro?

Quien deja de aprender no puede madurar espiritualmente

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Lo decisivo para una vida feliz, pacifica, saludable y con éxito, es la decisión diaria que pone siempre en primer término la pregunta: ¿Para qué vivo? ¿Por qué y para qué hago esto y lo otro? ¿Desempeño mi trabajo con verdadera inteligencia, y tiene mi rendimiento una calidad elevada? ¿Cómo veo mi futuro? ¿Qué quiero? ¿Qué es importante para mí?

En todas estas preguntas dirigidas a nosotros mismo en cada edad de la vida, siempre es decisiva la meta que nos hemos propuesto, de la que se desprende la motivación para lo que hacemos y dejamos de hacer. La medida de una ética y moral elevada son siempre los Diez Mandamientos y las Enseñanzas de Jesús de Nazaret, de las que una afirmación esencial gana en significado para todas las edades, y que dice: “Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas tú tampoco a nadie”. Si decidimos y obramos en el sentido de esta frase, nuestros días terrenales serán fructíferos para nosotros mismo y para nuestro prójimo, y avanzaremos a grandes pasos en el camino de la evolución de la consciencia.

El paso interno decisivo para el desarrollo de nuestra vida terrenal, sea en la juventud, en la mitad de la vida o en la vejez, es el reconocimiento de que toda la vida terrenal es un aprendizaje. Quien deja de aprender, no puede madurar espiritualmente. Con los conocimientos que ha adquirido no sólo se quedará parado, sino que dará pasos hacia atrás. La vida es para el ser humano y para el alma una constante evolución. Un aprender que desemboca en una nueva y más alta forma de pensar y de obrar, de más alcance, que mantendrá vivo al espíritu y joven al cuerpo.

Quien deja de aprender no puede madurar espiritualmente

¿Por qué y para qué hago esto y lo otro?
Vida Universal
martes, 24 de octubre de 2017, 00:05 h (CET)
Lo decisivo para una vida feliz, pacifica, saludable y con éxito, es la decisión diaria que pone siempre en primer término la pregunta: ¿Para qué vivo? ¿Por qué y para qué hago esto y lo otro? ¿Desempeño mi trabajo con verdadera inteligencia, y tiene mi rendimiento una calidad elevada? ¿Cómo veo mi futuro? ¿Qué quiero? ¿Qué es importante para mí?

En todas estas preguntas dirigidas a nosotros mismo en cada edad de la vida, siempre es decisiva la meta que nos hemos propuesto, de la que se desprende la motivación para lo que hacemos y dejamos de hacer. La medida de una ética y moral elevada son siempre los Diez Mandamientos y las Enseñanzas de Jesús de Nazaret, de las que una afirmación esencial gana en significado para todas las edades, y que dice: “Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas tú tampoco a nadie”. Si decidimos y obramos en el sentido de esta frase, nuestros días terrenales serán fructíferos para nosotros mismo y para nuestro prójimo, y avanzaremos a grandes pasos en el camino de la evolución de la consciencia.

El paso interno decisivo para el desarrollo de nuestra vida terrenal, sea en la juventud, en la mitad de la vida o en la vejez, es el reconocimiento de que toda la vida terrenal es un aprendizaje. Quien deja de aprender, no puede madurar espiritualmente. Con los conocimientos que ha adquirido no sólo se quedará parado, sino que dará pasos hacia atrás. La vida es para el ser humano y para el alma una constante evolución. Un aprender que desemboca en una nueva y más alta forma de pensar y de obrar, de más alcance, que mantendrá vivo al espíritu y joven al cuerpo.

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