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Etiquetas | Premios Príncipe de Asturias | Cruz Roja

La ruleta de los Premios Príncipe de Asturias

Premiar por conveniencia y oportunismo social
Jose Pérez Suria
viernes, 15 de junio de 2012, 07:52 h (CET)

cruz roja, príncipe de asturias,
Miembros de la Cruz Roja asisten a un enfermo
de gripe en 1918

No quiero ser aguafiestas, pero esto de los premios cada vez me suena más a una obra de teatro en el que cada año el galardón hay que darlo a unos u a otros según convenga social o políticamente. En mi opinión, el fallo del jurado de este año se puede considerar de excelente. El Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional ha estado un acierto porque valora y reconoce la labor de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.

El acta del jurado dice, y cito textualmente de los medios de comunicación: “un movimiento presente en 187 países en los que colaboran más de 100 millones de voluntarios y que tiene la misión de prevenir y aliviar el sufrimiento humano, proteger la vida y la salud y hacer respetar la dignidad de las personas, especialmente en tiempos de conflicto armado y en situaciones de crisis y de necesidad”, cosa que nuestros gobernantes olvidan en aposentar su trasero sobre el mullido sillón de la corrupción política.

Por otro lado, el jurado ha valorado su actuación en conflictos armados como Siria, Libia y Somalia y en desastres naturales como los que asolaron Haití, Indonesia y Japón. Una gran batalla ya que la candidatura premiada se ha impuesto a otras 32 de 27 países.

La labor que ambas organizaciones hacen no es sólo encomiable y digna de valorar, premiar, informar y divulgar, aunque hay una diferencia sustancial entre todas ellas. Mientras los desastres naturales son imprevisibles al igual que las enfermedades o epidemias; las guerras, conflictos armados, situaciones bélicas o como lo quieran llamar nunca son imprevisibles, ni azarosas, sino fruto de decisiones humanas, de dirigentes políticos y de responsables o líderes mundiales. Así que, me parece una hipocresía que ahora se premie el trabajo humanitario de estas dos organizaciones porque cuando no interesa los gobernantes miran para otro lado y entretanto el conflicto sigue ahí, latente, y sólo se preocupan por aquellos que sufren: ONGs, instituciones religiosas y demás personas con vocación humanitaria.

El resto del mundo vivimos plácidamente sin prestar atención a aquello que ocurre fuera de nuestras fronteras

Pasó en China durante los juegos Olímpicos, nadie cayó que es un país en el que se vulneran derechos humanos, mientas Irak compraba armas a Estados Unidos no era necesaria la intervención armada, Marruecos oprime al pueblo saharaui pero a España no le interesa porque siguen habiendo intereses económicos que nos unen con Marruecos, y así más ejemplos que a nadie le interesa ver, saber o recordar.

Sepan ustedes que acepto los premios aunque veo hipocresía en ellos. Pero al menos por unos días nos recuerdan a la sociedad que hay gente que hace algo por los demás y de forma desinteresada, o que hay personas que dedican parte de su tiempo y sacrificio por mejorar nuestra calidad de vida, nuestra salud, o por hacer un sistema económico y financiero más justo y equilibrado, aunque al día siguiente cada uno vaya a lo suyo y el interés mediático se esfume tan rápido como se recoja la alfombra de los galardonados. ¡Si algún día no necesitamos de estos premios será un buen síntoma social!

Cada vez sabemos más y seguimos tropezando en los mismos errores

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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