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Crónica de mañana

De aquel tiempo y aquel país
Felipe Muñoz
martes, 15 de mayo de 2012, 06:58 h (CET)
Hace ya algún tiempo, pero no demasiado, y nunca suficiente, en un país desesperado y con graves problemas económicos y políticos, un grupo de exaltados que decían representar a sus conciudadanos comenzó a reunirse y a celebrar asambleas.

No nos representan

En aquellas reuniones afirmaban, con grandes aspavientos, que sus políticos no eran verdaderos representantes de su país, que lo habían traicionado, que se habían plegado a los dictados de los poderes fácticos procedentes del extranjero. En contra de esto, exigían solemnemente que “el Estado se comprometa a procurar medios de existencia a todos los ciudadanos” y protestaban porque sus paisanos se veían obligados a emigrar en busca de trabajo.

Esclavitud de los mercados

Aquellos exaltados demandaban el fin de la “esclavitud de los intereses” y propugnaban que la actividad económica de todos los individuos debía subordinarse, en primer lugar, a “los intereses de la colectividad”.

Asimismo, pedían la nacionalización de todas las empresas que, en aquellos tiempos tan lejanos, o no, actuaban como monopolios, a saber: las operadoras telefónicas, los transportes, los bancos o las empresas privadas proveedoras de energía (petróleo, energía eléctrica, etc.).

También consideraban, estos radicales, que había de convertirse en ley la participación sindical en los beneficios de las empresas; que las pensiones de los jubilados debían mantenerse y aun aumentarse por encima de cualquier otra consideración económica; que habría que proteger a la “clase media” y a los pequeños empresarios (o “pequeños comerciantes”) incluso concediéndoles prioridad de trato en la asignación de inversiones o contratación, por parte del Sector Público.

Contra los especuladores y los políticos corruptos

Aquel grupo de exaltados, que se reunían cada vez con mayor frecuencia, y que intentaban tomar la calle por encima de la legalidad vigente (hasta el punto de que algunos de sus miembros fueron objeto de ruidosas detenciones), pensaba que la “utilidad pública” estaba por encima de las “exigencias” de los mercados y abogaban por la persecución judicial de los especuladores. Pedían una “lucha sin cuartel” contra los que perjudicaban gravemente el interés de los ciudadanos, fueran políticos, banqueros o grandes empresarios.

La Sanidad y la Educación Públicas

Por lo demás, resultaban, para este movimiento, de todo punto inaceptable que el Estado limitará la inversión en educación, exigiendo, por encima de cualquier otra consideración política o económica, que “cubriera los gastos de todos los hijos, cuyos padres no pudieran costearlos”. Aun peor, o casi, resultaba la limitación de los recursos económicos dedicados a la Sanidad (a la “salud pública”, como se decía antes).

Al mismo tiempo, ante todo, había que luchar contra la “falsedad política consciente y su propagación por la prensa”, aunque ello significase, incluso, la prohibición de ciertos medios de comunicación afines a determinadas ideologías perjudiciales.

Finalmente, estos exaltados defendían a capa y espada el laicismo del Estado, entendido como “libertad de todas las confesiones religiosas”, siempre, por supuesto, que no perjudiquen al interés general del país. Y, para conseguir todo ello, reclamaban que el gobierno central recuperarse algunas competencias que anteriormente había cedido.

El Movimiento fue manipulado por medios y partidos

Aquel grupo utópico, que apenas disponía de más organización que algún local cedido y algunas calles y plazas tomadas sin preguntar, que no gozaban más que de un muy minoritario apoyo entre la población, fue utilizado por los medios de comunicación, y por los partidos políticos del momento, en función de sus propios intereses.

Pensaron los medios que podían utilizarlo para vender más periódicos y aumentar sus beneficios; de modo que ocultaron la parte más problemática y menos asumible de sus programas políticos, de sus propuestas concretas. Maquillaron algunas otras, haciéndolas parecer más inocentes de lo que eran en realidad y, por fin, dieron a entender que el movimiento gozaba de más apoyo del que realmente tenía.

Por su parte, algunos partidos políticos trataron de utilizar a esta corriente, que, aun siendo minoritaria, expresaba un descontento con base real y que crecía cada vez más, para tratar de manipularlo a favor de sus propios fines electorales: unos, tratando de encabezarlo; otros, exagerando su magnitud, para ponerse a la cabeza del combate contra ella.

El Movimiento triunfó

El resultado de todo esto fue que, en un país tan desesperado por la situación económica y política, ayudado por los medios y manipulado por el resto de los partidos, el movimiento terminó por cuajar y, un día, llegó al poder. Se trataba del partido NSDAP de la Alemania de los años treinta, liderado por Adolf Hitler, que conquistó el poder en unas elecciones democráticas en el país más ilustrado del mundo en aquel tiempo.

Reconociendo, de entrada, lo exagerado de la comparación que acabo de dibujar, no estaría de más que aprendiéramos ciertas lecciones de la Historia y que, tanto por parte de los partidos como por parte de los medios de comunicación, con respecto al Movimiento 15M, dejemos que lo irrelevante siga siendo irrelevante.

El NSDAP se desarrolló en una nación firmemente arraigada, muy preparada e inmersa en uno de los grandes periodos culturales del siglo XX, con una educación ya universalizada desde hacía décadas. Figúrense lo que podría ocurrir en un país que ha sufrido ya veintidós años de LOGSE.

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