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Fernando Fuentes, divulgador científico

La resonancia magnética nuclear funcional y los mapas cerebrales

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Los científicos de las neurociencias no son los típicos cartógrafos que suelen encontrarse, no delimitan países, sólo comparten con ellos la vocación y facilidad para trazar mapas. En los últimos años debido a nuevas tecnologías, entre las que se destacó la resonancia magnética nuclear funcional, lograron que muchas actividades del cerebro humano pasaran a tener un lugar conocido de residencia.

De la frenología a la resonancia magnética nuclear funcional


La afición por conformar una representación donde dar asiento a diversas funciones cerebrales no es nada nueva. Con aciertos y errores, la frenología, movimiento fundado por el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall en el siglo XIX, proponía que la cantidad de tejido cerebral dedicado a una función específica determinaba el comportamiento de la persona. Los cultores de esta corriente debido a limitaciones técnicas estaban imposibilitados de medir directamente los volúmenes de tejido cerebral, asumieron entonces que las protruciones y declives del cráneo podían revelar dicho volumen. Así fue que por esos años, la honestidad o la maldad de un individuo se dirimían según los relieves o declives del cráneo que le había tocado en suerte poseer.

Es cierto, a 200 años y con el largo camino recorrido, la idea hoy puede parecer, si se permite el adjetivo, un tanto disparatada. Pero no hay que restarle crédito a los frenólogos: fueron los primeros que introdujeron el concepto de localización de una función cerebral. Nacía así la idea de un mapa cerebral.

Luego la tecnociencia hizo de las suyas, el registro de la actividad eléctrica cerebral captada por aparatos conocidos como electroencefalógrafos permitió localizar y decodificar ondas en aportes para el diagnóstico y seguimiento de enfermedades neurológicas y psiquiátricas, así como también para dar una explicación contrastada a ciertos comportamientos. Lo cual a decir verdad parecía ya no ser tan poco.

Platón, el filósofo griego, alguna vez dijo que “hay dos formas de inconformismo: una activa, y la otra indolente y plañidera”. Los investigadores de la mente verdaderos cartógrafos empedernidos, se inclinaron por la primera. Tal es así que en 1992, luego de algunos pasos tecnológicos escalonados, un nuevo método de estudio complementario comenzó a hacer ruido en las revistas científicas. Lo bautizaron resonancia magnética nuclear funcional y a diferencia de los previos exploradores no empleaba cables, ni registraba la actividad eléctrica de las neuronas. Había sido diseñado para detectar y transformar en imágenes, el incremento del flujo de sangre que ocurre habitualmente en diversos sectores del cerebro cuando se realizan procesos mentales.

Para el investigador Juan Lerma Gómez, director del Instituto Español de Neurociencias de Alicante, la resonancia magnética nuclear funcional es un procedimiento no invasivo que “abrió la posibilidad de determinar la arquitectura funcional del cerebro para conocer no sólo cómo se adapta a procesos naturales, tales como el aprendizaje o el lenguaje, sino también en situaciones patológicas”.

Mapas cerebrales

El cerebro humano es el órgano más importante del sistema nervioso central. Está dividido por una cisura en dos hemisferios, denominados en forma previsible derecho e izquierdo. Cada hemisferio a su vez se encuentra subdividido por otras cisuras en regiones denominadas lóbulos. En ellos se asientan funciones cerebrales. Algunas son motoras, otras sensitivas y también las hay cognitivas. Todas en definitiva son útiles en la vida cotidiana y en la actualidad no alcanzan los dedos de varias manos para enumerar las detectadas por un resonador.

Una revisión publicada hace un tiempo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) por Nancy Kanwisher, científica del instituto norteamericano de investigación del cerebro Mc Govern, da un puntapié inicial para recrear algunas hipotéticas escenas.

Un señor visualizó a una dama que venía en dirección contraria por la vereda. Anonadado, pudo haber decidido reparar en el rostro de la señorita, si ese hubiera sido el caso, y estuviera en ese preciso momento en el interior de un resonador, sería factible visualizar una mayor actividad cerebral en una región de la base de su cerebro especializada en el reconocimiento de caras. Pero si por el contrario, eligió focalizar su atención en el resto de la anatomía, será otra distinta área vecina –también de la base del cerebro- la encargada de emitir señales. Al pasar a su lado, quizás le haya inquietado un poco saber qué opinaba la otra persona de él. De haber sido así, gracias al trabajo de los científicos es fácil pronosticar cierta ebullición en el hemisferio cerebral derecho, más precisamente en la zona de unión de los lóbulos temporales y parietales.
Sin depresión, ni anhedonia

La depresión es una enfermedad psiquiátrica frecuente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de cien millones de personas en el mundo se encuentran deprimidas. Uno de los principales criterios diagnósticos de la enfermedad lo constituye la presencia del síntoma anhedonia, que hace referencia a la incapacidad de experimentar placer en casi todas las actividades.

Los médicos no conocen exactamente las bases biológicas de la anhedonia, pero investigaciones previas sugieren que podría deberse a una disrupción en circuitos cerebrales de recompensa y motivación. Dos parecen ser las principales estructuras vinculadas a este circuito: el núcleo accumbens, que constituye un conjunto de neuronas ubicadas en el centro del cerebro, y una segunda zona localizada en el interior del lóbulo frontal conocida como corteza prefrontal. La resonancia puede también estudiar con detenimiento estos circuitos.

Aaron Heller, investigador de la universidad norteamericana de Wisconsin, analizó pacientes deprimidos con anhedonia. En las conclusiones de su trabajo, publicado también en PNAS en diciembre del 2009, determinó que existió una dificultad para mantener una actividad prolongada en el núcleo accumbens en comparación con personas sanas que sí lo lograban al ser estimuladas.
Insaciables, los neurocientíficos por el momento no corren riesgo de sentir anhedonia por el cerebro. Lerma en una nota afirmó que “a pesar de que se sabe mucho de él, sigue siendo un gran desconocido y aún queda todo por descubrir”. Está todo dicho. No diga que no se lo dijimos, son cartógrafos empedernidos.

La resonancia magnética nuclear funcional y los mapas cerebrales

Fernando Fuentes, divulgador científico
Redacción
miércoles, 4 de abril de 2012, 10:15 h (CET)
Los científicos de las neurociencias no son los típicos cartógrafos que suelen encontrarse, no delimitan países, sólo comparten con ellos la vocación y facilidad para trazar mapas. En los últimos años debido a nuevas tecnologías, entre las que se destacó la resonancia magnética nuclear funcional, lograron que muchas actividades del cerebro humano pasaran a tener un lugar conocido de residencia.

De la frenología a la resonancia magnética nuclear funcional


La afición por conformar una representación donde dar asiento a diversas funciones cerebrales no es nada nueva. Con aciertos y errores, la frenología, movimiento fundado por el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall en el siglo XIX, proponía que la cantidad de tejido cerebral dedicado a una función específica determinaba el comportamiento de la persona. Los cultores de esta corriente debido a limitaciones técnicas estaban imposibilitados de medir directamente los volúmenes de tejido cerebral, asumieron entonces que las protruciones y declives del cráneo podían revelar dicho volumen. Así fue que por esos años, la honestidad o la maldad de un individuo se dirimían según los relieves o declives del cráneo que le había tocado en suerte poseer.

Es cierto, a 200 años y con el largo camino recorrido, la idea hoy puede parecer, si se permite el adjetivo, un tanto disparatada. Pero no hay que restarle crédito a los frenólogos: fueron los primeros que introdujeron el concepto de localización de una función cerebral. Nacía así la idea de un mapa cerebral.

Luego la tecnociencia hizo de las suyas, el registro de la actividad eléctrica cerebral captada por aparatos conocidos como electroencefalógrafos permitió localizar y decodificar ondas en aportes para el diagnóstico y seguimiento de enfermedades neurológicas y psiquiátricas, así como también para dar una explicación contrastada a ciertos comportamientos. Lo cual a decir verdad parecía ya no ser tan poco.

Platón, el filósofo griego, alguna vez dijo que “hay dos formas de inconformismo: una activa, y la otra indolente y plañidera”. Los investigadores de la mente verdaderos cartógrafos empedernidos, se inclinaron por la primera. Tal es así que en 1992, luego de algunos pasos tecnológicos escalonados, un nuevo método de estudio complementario comenzó a hacer ruido en las revistas científicas. Lo bautizaron resonancia magnética nuclear funcional y a diferencia de los previos exploradores no empleaba cables, ni registraba la actividad eléctrica de las neuronas. Había sido diseñado para detectar y transformar en imágenes, el incremento del flujo de sangre que ocurre habitualmente en diversos sectores del cerebro cuando se realizan procesos mentales.

Para el investigador Juan Lerma Gómez, director del Instituto Español de Neurociencias de Alicante, la resonancia magnética nuclear funcional es un procedimiento no invasivo que “abrió la posibilidad de determinar la arquitectura funcional del cerebro para conocer no sólo cómo se adapta a procesos naturales, tales como el aprendizaje o el lenguaje, sino también en situaciones patológicas”.

Mapas cerebrales

El cerebro humano es el órgano más importante del sistema nervioso central. Está dividido por una cisura en dos hemisferios, denominados en forma previsible derecho e izquierdo. Cada hemisferio a su vez se encuentra subdividido por otras cisuras en regiones denominadas lóbulos. En ellos se asientan funciones cerebrales. Algunas son motoras, otras sensitivas y también las hay cognitivas. Todas en definitiva son útiles en la vida cotidiana y en la actualidad no alcanzan los dedos de varias manos para enumerar las detectadas por un resonador.

Una revisión publicada hace un tiempo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) por Nancy Kanwisher, científica del instituto norteamericano de investigación del cerebro Mc Govern, da un puntapié inicial para recrear algunas hipotéticas escenas.

Un señor visualizó a una dama que venía en dirección contraria por la vereda. Anonadado, pudo haber decidido reparar en el rostro de la señorita, si ese hubiera sido el caso, y estuviera en ese preciso momento en el interior de un resonador, sería factible visualizar una mayor actividad cerebral en una región de la base de su cerebro especializada en el reconocimiento de caras. Pero si por el contrario, eligió focalizar su atención en el resto de la anatomía, será otra distinta área vecina –también de la base del cerebro- la encargada de emitir señales. Al pasar a su lado, quizás le haya inquietado un poco saber qué opinaba la otra persona de él. De haber sido así, gracias al trabajo de los científicos es fácil pronosticar cierta ebullición en el hemisferio cerebral derecho, más precisamente en la zona de unión de los lóbulos temporales y parietales.
Sin depresión, ni anhedonia

La depresión es una enfermedad psiquiátrica frecuente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de cien millones de personas en el mundo se encuentran deprimidas. Uno de los principales criterios diagnósticos de la enfermedad lo constituye la presencia del síntoma anhedonia, que hace referencia a la incapacidad de experimentar placer en casi todas las actividades.

Los médicos no conocen exactamente las bases biológicas de la anhedonia, pero investigaciones previas sugieren que podría deberse a una disrupción en circuitos cerebrales de recompensa y motivación. Dos parecen ser las principales estructuras vinculadas a este circuito: el núcleo accumbens, que constituye un conjunto de neuronas ubicadas en el centro del cerebro, y una segunda zona localizada en el interior del lóbulo frontal conocida como corteza prefrontal. La resonancia puede también estudiar con detenimiento estos circuitos.

Aaron Heller, investigador de la universidad norteamericana de Wisconsin, analizó pacientes deprimidos con anhedonia. En las conclusiones de su trabajo, publicado también en PNAS en diciembre del 2009, determinó que existió una dificultad para mantener una actividad prolongada en el núcleo accumbens en comparación con personas sanas que sí lo lograban al ser estimuladas.
Insaciables, los neurocientíficos por el momento no corren riesgo de sentir anhedonia por el cerebro. Lerma en una nota afirmó que “a pesar de que se sabe mucho de él, sigue siendo un gran desconocido y aún queda todo por descubrir”. Está todo dicho. No diga que no se lo dijimos, son cartógrafos empedernidos.

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