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Como espacios de encuentro

Nadie rechaza la globalidad sino la pretensión de que las personas sean tratadas como mercancías
José Carlos García Fajardo
lunes, 12 de marzo de 2012, 08:54 h (CET)
Nos unimos a quienes aúnan esfuerzos por una sociedad más justa sin esperar a tener las respuestas ni a ser justos nosotros mismos sino a convocar el debate y ponernos en marcha conscientes de que en la tardanza está el peligro.

Por todas partes se alzan voces que denuncian los efectos perversos de un modelo de desarrollo que incrementa las desigualdades, mientras las instituciones se revelan incapaces ante una universalidad que se hace presente gracias a las conquistas de las ciencias. Pero estas sólo tienen sentido si se ponen al servicio de los seres humanos como sujetos sociales responsables de sus vidas. Nuestras coordenadas entre sentimiento y razón nos mantienen con el ritmo de la búsqueda de una sociedad más humana y digna.

Nadie rechaza la globalidad sino la pretensión de que las personas sean tratadas como mercancías después de haber sido reducidas a consumidores. Cuando somos espacios de encuentro.
Se trata de globalizar los derechos humanos, los avances científicos, la educación y las riquezas de la tierra y de la mente, no la pobreza y la miseria. Que pasen de derechos políticos a derechos sociales exigibles.

Hay que afirmar el derecho inalienable a ser nosotros mismos para rebelarnos contra quienes pretenden arrebatarnos nuestro yo. “¡Mi yo, que me arrebatan mi yo!”, clamaba Unamuno.

Sólo puede frenarse el avance capitalista con una contracultura alternativa. Pues sólo una contracultura de la solidaridad internacional podrá activar la presión ciudadana para impulsar políticas de redistribución supranacional de la riqueza.

La contracultura ciudadana está taponada por el imperio del individualismo posesivo. El profesor Díaz Salazar ofrece cuatro objetivos como desafíos emergentes: generar ideales colectivos altruistas, formar el hombre-mundo frente al hombre-patria, adiestrar en la práctica de virtudes públicas e insertar a las personas en asociaciones y movimientos de participación social.

Los pobres tienen derecho a dejar de serlo a pesar de que el mundo industrializado todavía considera los derechos humanos como derechos civiles y políticos mientras que, en los pueblos empobrecidos del Sur, la pobreza extrema es la negación fundamental de esos derechos humanos.
Mary Robinson acusaba a los países ricos de ser culpables de mantener un doble discurso: “son críticos ante los abusos contra los derechos humanos en el campo civil y político, pero protestan mucho menos cuando se trata de violaciones de los derechos económicos, sociales y culturales”.

De ahí que no sea creíble hablar de derechos humanos y de prevenir conflictos y, al mismo tiempo, cortar la ayuda al desarrollo a otros pueblos que les proporcionan las materias primas indispensables para mantener el nivel de despilfarro de ese 20% de la humanidad que acapara el 87% de los recursos del planeta. Hay un nuevo enfoque del desarrollo centrado en las personas: derechos humanos para todos.

Los mercados se mueven a gran velocidad vulnerando el imprescindible control de los gobiernos.
Y si continuamos afirmando que los movimientos de la sociedad civil no pueden ser instrumentalizados por ningún grupo político, no es menos cierto que los indignados no pueden desligarse de su responsabilidad en la acción política para no caer en nuevos fundamentalismos radicales como si las cosas de la república no nos afectasen y obligasen a todos.

La participación ciudadana es la clave de la democracia en una sociedad bien organizada. Sin prejuicios ni exclusiones. Si han muerto los dioses de la ignorancia, de la opresión y del miedo, no podemos sucumbir ante los ídolos del mercado. Nos basta con la dignidad del ser humano en su trascendencia personal y social. Por eso, queremos afirmar nuestros pies en la realidad, pero sin abjurar de nuestros sueños. Pues la política es la capacidad de transformar en actos de gobierno una voluntad colectiva con pluralidad de ideas, de pensamiento y de acción con la dimensión transversal como forma de conocimiento frente al verticalismo despersonalizador del pensamiento único.

Nos unimos a quienes aúnan esfuerzos por una sociedad más justa sin esperar a tener las respuestas ni a ser justos nosotros mismos sino a convocar el debate y ponernos en marcha conscientes de que en la tardanza está el peligro. Apostamos por el protagonismo de la persona en la búsqueda de su derecho fundamental a la felicidad.

Lo emocionante es constatar las mil y una voces que se descubren “espacios de encuentro” cuando uno se arriesga a ponerse en camino, pues si nadie puede mandarnos, ¿qué esperamos? Nunca podrán arrebatarnos el placer de actuar con responsabilidad y entusiasmo para hacer realidad la urgente tarea de edificar la sociedad del reparto frente al mito del consumo.

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