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Una oda al juego directo

El Real Madrid va derechito a por el título de Liga y firma cada encuentro con el gol como seña de identidad
Lara Franco Andrés
lunes, 5 de marzo de 2012, 08:52 h (CET)
Jornada tras jornada se va vislumbrando el final de una de las competiciones más importantes del deporte a nivel nacional. La Liga 2011-2012 va teniendo nombre y apellidos y cada vez se va vistiendo más de blanco, sin embargo este no es el motivo de mi reflexión.

Justamente tras la conclusión del partido que ha enfrentado a los blancos en su casa ante el Espanyol, solo puedo decir que este tipo de choques tienen dos lecturas bien claras. Podemos quedarnos por un lado con el espectáculo vivido, con esos partidos que hacen que no nos podamos separar del televisor, de la radio o algunos afortunados de la localidad en el estadio donde se disputan. El partido de hoy ha sido de esos. El Madrid ha saltado al terreno de juego concentrado desde el minuto uno y ha logrado un resultado más que abultado donde el gol una vez más ha sido el eterno protagonista. O por otro lado, podemos quedarnos con la sensación de diferencia y de bipartidismo en la que se está convirtiendo el fútbol español. Hacía tiempo que no recurría a este término porque realmente no me parece justo. Grandes equipos como el Athletic, el Valencia o el Málaga y el Levante, que se están marcando una gran temporada, no se merecen que hablemos únicamente del Barcelona o del Real Madrid. Pero, sinceramente, las diferencias son irreconciliables, sobretodo tras encuentros como los que hemos vivido esta jornada.  Los blancos han demostrado su carácter arrollador y los blaugranas han dejado claro que también son grandes sin el astro argentino.

Dos estilos de juego bien diferentes que consiguen que partido tras partido el fútbol sea cada vez algo más grande y más espectacular. Dejamos a un lado la clara diferencia que hay esta temporada entre ambos a nivel de clasificación y puntos. Únicamente nos quedamos con el juego y la filosofía que estos clubes están empezando a adquirir.

El Barça se plantea como una escuadra más de toque, de estructura fija, de organización y planteamiento calmado. Sus goles llegan tras jugadas estudiadas y bien combinadas y su filosofía la viene marcando desde hace años un siempre correcto Guardiola. Puntualizo en lo de correcto, con ello no quiero decir ni mejor ni peor, sino que su posición siempre es neutra. Pep ha situado al Barça en la cumbre del fútbol mundial sin alzar una palabra más alta que la otra.

Y el Madrid es totalmente la cruz a todo esto. Mourinho ha conseguido formar a un equipo donde las individualidades se han quedado a un lado y el sentimiento común es el aire que se respira en el vestuario y en los banquillos de Concha Espina. La seña de identidad de los blancos es la rapidez, la fluidez y la brillante conclusión de la jugada. El gol es la clave de este equipo y partido tras partido, los jugadores demuestran a la afición lo que mejor saben hacer. El público del Bernabéu es una afición complicada, una afición donde el contragolpe y la inmediatez de las jugadas son las claves para provocar lo que he comentado anteriormente, estos son los motivos que hacen al seguidor blanco quedarse pegado a la televisión con el corazón en un puño disfrutando de cada una de las jugadas que se inician bajo las botas de este nuevo conjunto que ahora puede presumir de llamarse equipo.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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