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Varios informes confirman y matizan la calidad de la enseñanza en Asia

Educación en Asia: el PIB, la “madre tigre” y el profesor ocioso

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El quinceañero medio en Sanghái tiene un nivel de matemáticas dos o tres veces superior al de sus homólogos occidentales. No sólo eso, también cuenta con un nivel de lectura que le situaría un año por delante de los jóvenes de la vieja y letrada Europa.

Datos como estos, extraídos de varios estudios elaborados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), confirman que existe una relación estrecha entre el desarrollo económico y el aumento del nivel educativo. Aunque, según advierte el mismo organismo, esta no sería una relación proporcional.

Los informes de la OCDE, que estudian a los 34 países miembros y al resto de naciones del G-20, entre ellas China, ayudarían también a desmontar el mito de que los estudiantes asiáticos son buenos, o sea mejores,  exclusivamente en ciencias puras.
 
Economía vs. tradición

Los informes de la OCDE tienden a mostrar la importancia de los factores económicos por encima de los culturales. Así, el éxito académico de los niños asiáticos (aquellos que viven en Asia, por lo menos) no sería el producto de la severa educación impuesta en los hogares por las denominadas “madres tigre”.

Hace un año aproximadamente, la profesora de Derecho Amy Chua levantó una buena polvareda tras la publicación de su libro Himno de batalla de la madre tigre. Chua, estadounidense de padres chinos, argumentaba que la superioridad académica asiática en Estados Unidos –un tópico lleno de verdad– era el resultado de la disciplina hogareña importada desde China.

El Himno de batalla afirma que prohibir a los niños ver la televisión o participar en la obra de teatro del colegio, por ejemplo, tiene repercusiones positivas en el rendimiento escolar. Esta rigidez, según la autora, es una herencia de los ancestros chinos, y es una ventaja que se pierde, como la lengua y las recetas de cocina, a partir de la tercera generación de inmigrantes.

Las críticas han sido copiosas, y no sólo por parte de quienes ven alarmados el ascenso de China frente a la muy mentada crisis de los valores occidentales, sino también por aquellos que consideran que uno de los mayores logros de la democracia moderna es haber eliminado el lema “la letra con sangre entra” del repertorio docente de padres y profesores.

La Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA) sugiere que, en Asia, el mejor rendimiento escolar no resulta de una conservación de las formas tradicionales, sino todo lo contrario: proviente de la modernización. En el año 2000, Hong Kong aparecía en la posición decimoséptima del Estudio Internacional del Progreso en Competencia Lectora (llamado PIRLS, según sus siglas en inglés), mientras que Singapur tan sólo alcanzaba el decimoquinto puesto. En 2006, habían ascendido hasta la segunda y cuarta posición respectivamente.

A esto habría que añadir que la educación es una labor claramente urbana, y que en las zonas rurales es casi siempre de peor calidad, o inexistente. Varios informes en circulación comparan a países como Japón o Alemania con “Sanghái-China”, sin duda ante el abismo estadístico que hay entre la ciudad y el campo en el mastodonte asiático.

Efectividad vs. economía

Sin embargo, los resultados de otro informe preparado recientemente por la OCDE también indican que la economía no lo es todo. El ejemplo más notable proviene de Corea del Sur, uno de los países donde el nivel escolar ha crecido más en los últimos años, y a su vez uno de los que menos ha incrementado su gasto en educación.

El éxito de Corea del Sur se debe, según se cree, al desarrollo de una cultura educativa más eficiente, sobre la base de un crecimiento económico previo. Una de las diferencias más claras –y una que ayuda a desmontar otro tópico, el de la explotación laboral en Asia– es la que concierne a las horas dedicadas a la enseñanza: los profesores en Sanghái dan clase entre 10 y 12 horas semanales, muy por debajo de la media, 18 horas, de la OCDE.

El poco tiempo empleado frente a la pizarra es una cualidad común a muchos países asiáticos, aunque en general las diferencias con respecto a Europa o Estados Unidos no son tan acusadas como en el caso chino. En Corea del Sur los profesores dan clase durante 15 horas semanales, mientras que en Hong Kong lo hacen durante 17, es decir, igual que en la Unión Europea.

Pasar menos horas sobre la tarima tiene consecuencias positivas, ya que los profesores pueden preparar las clases con más calma, así como reunirse con sus colegas y aprender de ellos. (Sería posible anotar aquí que, acaso, un menor contacto directo con los estudiantes ayuda a reducir el estrés y la fatiga mental entre el profesorado.)

Esto es cierto incluso teniendo en cuenta que los profesores chinos compensan el menor número de horas dedicadas a la enseñanza con grupos de estudiantes mucho más numerosos. Una clase en Shangái tiene 40 estudiantes, frente a los 24 de media de la OCDE.

En pocas palabras, un profesor con tiempo para esparcirse fuera del aula es algo preferible a la reducción del número de alumnos por clase. A pesar de todo, los datos dan una imagen bastante cuadriculada. Sería interesante, y quizás más revelador, hacer un intercambio de profesores entre China y, por ejemplo, España, y luego preguntarles quién envidia a quién.

 

Educación en Asia: el PIB, la “madre tigre” y el profesor ocioso

Varios informes confirman y matizan la calidad de la enseñanza en Asia
Jaime Moreno Tejada
domingo, 19 de febrero de 2012, 09:51 h (CET)

El quinceañero medio en Sanghái tiene un nivel de matemáticas dos o tres veces superior al de sus homólogos occidentales. No sólo eso, también cuenta con un nivel de lectura que le situaría un año por delante de los jóvenes de la vieja y letrada Europa.

Datos como estos, extraídos de varios estudios elaborados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), confirman que existe una relación estrecha entre el desarrollo económico y el aumento del nivel educativo. Aunque, según advierte el mismo organismo, esta no sería una relación proporcional.

Los informes de la OCDE, que estudian a los 34 países miembros y al resto de naciones del G-20, entre ellas China, ayudarían también a desmontar el mito de que los estudiantes asiáticos son buenos, o sea mejores,  exclusivamente en ciencias puras.
 
Economía vs. tradición

Los informes de la OCDE tienden a mostrar la importancia de los factores económicos por encima de los culturales. Así, el éxito académico de los niños asiáticos (aquellos que viven en Asia, por lo menos) no sería el producto de la severa educación impuesta en los hogares por las denominadas “madres tigre”.

Hace un año aproximadamente, la profesora de Derecho Amy Chua levantó una buena polvareda tras la publicación de su libro Himno de batalla de la madre tigre. Chua, estadounidense de padres chinos, argumentaba que la superioridad académica asiática en Estados Unidos –un tópico lleno de verdad– era el resultado de la disciplina hogareña importada desde China.

El Himno de batalla afirma que prohibir a los niños ver la televisión o participar en la obra de teatro del colegio, por ejemplo, tiene repercusiones positivas en el rendimiento escolar. Esta rigidez, según la autora, es una herencia de los ancestros chinos, y es una ventaja que se pierde, como la lengua y las recetas de cocina, a partir de la tercera generación de inmigrantes.

Las críticas han sido copiosas, y no sólo por parte de quienes ven alarmados el ascenso de China frente a la muy mentada crisis de los valores occidentales, sino también por aquellos que consideran que uno de los mayores logros de la democracia moderna es haber eliminado el lema “la letra con sangre entra” del repertorio docente de padres y profesores.

La Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA) sugiere que, en Asia, el mejor rendimiento escolar no resulta de una conservación de las formas tradicionales, sino todo lo contrario: proviente de la modernización. En el año 2000, Hong Kong aparecía en la posición decimoséptima del Estudio Internacional del Progreso en Competencia Lectora (llamado PIRLS, según sus siglas en inglés), mientras que Singapur tan sólo alcanzaba el decimoquinto puesto. En 2006, habían ascendido hasta la segunda y cuarta posición respectivamente.

A esto habría que añadir que la educación es una labor claramente urbana, y que en las zonas rurales es casi siempre de peor calidad, o inexistente. Varios informes en circulación comparan a países como Japón o Alemania con “Sanghái-China”, sin duda ante el abismo estadístico que hay entre la ciudad y el campo en el mastodonte asiático.

Efectividad vs. economía

Sin embargo, los resultados de otro informe preparado recientemente por la OCDE también indican que la economía no lo es todo. El ejemplo más notable proviene de Corea del Sur, uno de los países donde el nivel escolar ha crecido más en los últimos años, y a su vez uno de los que menos ha incrementado su gasto en educación.

El éxito de Corea del Sur se debe, según se cree, al desarrollo de una cultura educativa más eficiente, sobre la base de un crecimiento económico previo. Una de las diferencias más claras –y una que ayuda a desmontar otro tópico, el de la explotación laboral en Asia– es la que concierne a las horas dedicadas a la enseñanza: los profesores en Sanghái dan clase entre 10 y 12 horas semanales, muy por debajo de la media, 18 horas, de la OCDE.

El poco tiempo empleado frente a la pizarra es una cualidad común a muchos países asiáticos, aunque en general las diferencias con respecto a Europa o Estados Unidos no son tan acusadas como en el caso chino. En Corea del Sur los profesores dan clase durante 15 horas semanales, mientras que en Hong Kong lo hacen durante 17, es decir, igual que en la Unión Europea.

Pasar menos horas sobre la tarima tiene consecuencias positivas, ya que los profesores pueden preparar las clases con más calma, así como reunirse con sus colegas y aprender de ellos. (Sería posible anotar aquí que, acaso, un menor contacto directo con los estudiantes ayuda a reducir el estrés y la fatiga mental entre el profesorado.)

Esto es cierto incluso teniendo en cuenta que los profesores chinos compensan el menor número de horas dedicadas a la enseñanza con grupos de estudiantes mucho más numerosos. Una clase en Shangái tiene 40 estudiantes, frente a los 24 de media de la OCDE.

En pocas palabras, un profesor con tiempo para esparcirse fuera del aula es algo preferible a la reducción del número de alumnos por clase. A pesar de todo, los datos dan una imagen bastante cuadriculada. Sería interesante, y quizás más revelador, hacer un intercambio de profesores entre China y, por ejemplo, España, y luego preguntarles quién envidia a quién.

 

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