Cuando M se convirtió en el Rey planetario gracias a su liderazgo en las humildes montañas lusas, decidió dar el salto. Su nuevo reto: las montañas inglesas. Seducido por la idiosincrasia del nuevo territorio, la notoriedad del mismo y, porque no decirlo, los generosos emolumentos que le esperaban, asumió la nueva empresa. También terminó siendo el Rey. Aunque hacia el final de su estancia las cosas se torcieron un poco. Da igual. Ya nadie lo recuerda. El tercero de sus retos fue transalpino. Montañas elegantes y atractivas. Pero cuya historia la habían convertido en la Bienamada para el resto de montañas rivales. Cada verano se ponía la más guapa. Se compraba los mejores vestidos. Pero cuando acudía al baile de final de curso siempre dejaba que fueran las demás las que se llevaran las alegrías sobre la pisa. Pero él lo cambió todo. Durante sus tres años de estancia, más que italiana fue una montaña rusa. Pasando desde un inicio titubeante en el que le costó ganarse la confianza de sus feligreses, hasta un final glorioso. Se hizo con el valioso candelabro dorado de los tres brazos, solo al alcance de las leyendas. El único pero, que ese, tras muchos años sin conseguirlo nadie, justamente lo había logrado un año antes un sorprendente joven llamado a hacerle sombra. Ahora mismo había puesto las cosas en su sitio. Pero el Rey, más inteligente que nadie, sabía que ese nuevo Príncipe había llegado para disputarle el trono. No podía relajarse. Y sabía que solo había un lugar donde enfatizar más ese choque montañoso y ser condecorado como rey de reyes. Hizo las maletas hacia la Meseta Central española. Y de nuevo cambió todo. Pero esta vez no como esperaba. Convertido en la mano derecha del Emperador de la Galaxia, el rebautizado por muchos como Darth Vader se encontró por primera vez con una situación nueva. En su primer año ganó uno de los brazos del candelabro en enfrentamiento directo con el Príncipe. En otra época algo glorioso. Ahora, insuficiente. El joven se había hecho con los otros dos brazos del candelabro. Los más grandes. Los más prestigiosos. Allá por donde M pasó siempre se destacó que sus subordinados le adoraban. Sus bravuconadas ante los reyes de las otras montañas siempre fueron aplaudidas en la suya. Siempre, hasta ese momento. Por primera vez había corrido el rumor que sus hombres andaban algo molestos por algunas salidas de tono que les ponían a ellos en el centro de la diana. Con todo esto se antoja un año decisivo. De conseguir de nuevo el candelabro total o parcialmente, seguro que el deslumbrante dorado tapará todo lo demás. El final de esta temporada montañosa parece determinante para ver si el Rey vuelve a alzarse o si, por el contrario, su enorme nombre vuelve a verse eclipsado.
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