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De momento seguimos sin saber qué es lo que va a ocurrir

Que bien, cuanto sufro

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Déjenme que se lo reconozca en público: tras los resultados electorales del pasado 20N, me cogió  lo que se suele llamar un soponcio. Los habrán que se alegren un poco y los habrán que se alegrarán un mucho, pero la vida es así. ¡Qué le vamos a hacer!

Me imagino que los que, como yo, se consideran de mentalidad progresista e intuyen lo que supone una mayoría absolutisima del Partido Popular estarán preocupados, no necesariamente por sí mismos, sino por la parte más débil de nuestra sociedad. Los familiares de dependientes como los enfermos de Alzheimer; o los trabajadores en paro que no puedan llevar a sus hijos a colegios privados o que empiecen a ver que la Seguridad Social pasa de recordarles su coste mediante facturas informativas, a cobrarles facturas de las de verdad.

Yo recuerdo que, cuando estudiaba la carrera, allá por finales de los años 80, en Radio 3 hacían un programa que se llamaba “¡Qué bien, cuanto sufro!”. En él se relataba en formato de novela radiofónica las historias de dos sadomasoquistas que a grito pelado expresaban lo bien que se lo pasaban revolcándose sobre los cristales de una botella rota o  dándose martillazos en el dedo gordo del pie.

El Partido Popular, que ya nos ha demostrado que sabe gobernar con tremenda eficiencia electoral en la Comunidad Valenciana. Ahora tiene el reto de hacerlo en el resto de España, con muy poco dinero y con la obligación de cumplir con el precepto constitucional de equilibrio presupuestario. Y todo ello sin que el gallinero se le soliviante.

De momento seguimos sin saber qué es lo que va a ocurrir, porque nadie nos lo ha dicho. Pero como decía un gitano que votó en mi mesa electoral: “hay que votar al payo azul” (sic)

Que bien, cuanto sufro

De momento seguimos sin saber qué es lo que va a ocurrir
ZEN
lunes, 28 de noviembre de 2011, 09:13 h (CET)

Déjenme que se lo reconozca en público: tras los resultados electorales del pasado 20N, me cogió  lo que se suele llamar un soponcio. Los habrán que se alegren un poco y los habrán que se alegrarán un mucho, pero la vida es así. ¡Qué le vamos a hacer!

Me imagino que los que, como yo, se consideran de mentalidad progresista e intuyen lo que supone una mayoría absolutisima del Partido Popular estarán preocupados, no necesariamente por sí mismos, sino por la parte más débil de nuestra sociedad. Los familiares de dependientes como los enfermos de Alzheimer; o los trabajadores en paro que no puedan llevar a sus hijos a colegios privados o que empiecen a ver que la Seguridad Social pasa de recordarles su coste mediante facturas informativas, a cobrarles facturas de las de verdad.

Yo recuerdo que, cuando estudiaba la carrera, allá por finales de los años 80, en Radio 3 hacían un programa que se llamaba “¡Qué bien, cuanto sufro!”. En él se relataba en formato de novela radiofónica las historias de dos sadomasoquistas que a grito pelado expresaban lo bien que se lo pasaban revolcándose sobre los cristales de una botella rota o  dándose martillazos en el dedo gordo del pie.

El Partido Popular, que ya nos ha demostrado que sabe gobernar con tremenda eficiencia electoral en la Comunidad Valenciana. Ahora tiene el reto de hacerlo en el resto de España, con muy poco dinero y con la obligación de cumplir con el precepto constitucional de equilibrio presupuestario. Y todo ello sin que el gallinero se le soliviante.

De momento seguimos sin saber qué es lo que va a ocurrir, porque nadie nos lo ha dicho. Pero como decía un gitano que votó en mi mesa electoral: “hay que votar al payo azul” (sic)

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