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Las calles en noviembre

El voto en blanco es también una opción
Luis del Palacio
viernes, 18 de noviembre de 2011, 08:17 h (CET)

No sé si será el otoño, la luz que agoniza, pero a uno le asalta la sensación de que hay algo triste en el ambiente de las calles. Es difícil saber si es la proyección del propio estado de ánimo o si acaso se debe a algo parecido a la desesperanza, que va impregnando lentamente a una sociedad que decae.

La sensación de que nos ha tocado vivir el fin de una era va extendiéndose más y más, y las caras (¡esas caras!) de nuestros anónimos "compañeros de vida" ("coetáneos" si nos ponemos puristas) adquieren la expresión absorta de quienes tratan de no fijarse demasiado en lo que les rodea, para no amargarse la vida más de lo preciso; o, por el contrario, muestran las líneas de una profunda preocupación en las que puede leerse: ¿Qué será de mi familia; de mis hijos? ¿Podré conservar mi casa? Si enfermo, ¿tendré asistencia sanitaria? ¿Cobraré una pensión cuando sea viejo?

A estas interrogantes sobre un futuro plagado de nubarrones, hay que añadirle la propia duda ontológica ("¿Quién soy?", "¿Qué hago en el mundo?") que cada cual trata de resolver a su manera a lo largo de la vida. Existe el consuelo de la religión, del fútbol y hasta de la filosofía.

Bertrand Russell, autor no demasiado leído en España, postula una vuelta a un estado primigenio, a una cierta inocencia que es aún posible cuando la persona –de una mediana formación cultural y cívica- adquiere la consciencia de todas las aberraciones, crímenes e injusticias que la Humanidad ha cometido en su devenir y es capaz de integrarlas, de "colocarlas" en su contexto histórico, junto con aquellas que también caracterizan al ser humano y lo dignifican: el Arte, los avances científicos, la solidaridad… Sólo con la asunción de esa dicotomía, desembarazándose del culto a Moloch (el temor al abismo, a lo oscuro) es posible avanzar. Esa sería, en esencia, la verdadera "religión del Hombre libre", según el Premio Nobel británico. "Fides quarens intelectum", la fe busca el entendimiento; y la inteligencia tiende siempre a buscar el Bien.

Durante un paseo por el parque –un paseo de esos en los que George de Santayana afirmaba que el Hombre se solazaba en su soledad en la misma medida en que detestaba quedarse a solas con sus opiniones- he llegado a la conclusión, aunque ya lo sospechaba, de que el "voto útil" es un error, un pequeño tributo a Moloch, el dios del miedo. De que si ningún partido te convence, lo más honrado, lo mejor, es votar en blanco. Porque si no te sientes representado por ningún partido ¿para qué hacerles el regalo?

La mejor oposición es la pasiva. Y si los que no nos sentimos representados por ningún partido político –sospecho que bastantes millones- no siguiéramos el discurso huero de los sofistas, veríamos que algunas de esas "arrugas de expresión" van desapareciendo poco a poco de nuestras caras.

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Los legisladores actuales se han acostumbrado, de una forma que yo llamaría indecente, a lo que se le ocurre (sea lo que sea) a alguno de esos personajes (masculinos, femeninos y neutros) de la rampante y vulgar moda de los pijos progres. Estamos observando en los últimos tiempos que el legislador actual se entromete en ámbitos privados sin ningún recato, creando normas para regular los modelos que necesita para la promoción de su disparatada ideología.

En medio de la escalada del aluvión de desastres climáticos que nos acorralan y de los incesantes conflictos que nos persiguen, defender los valores humanos y la ética humanitaria, es una de las más urgentes necesidades del momento. Hoy más que nunca precisamos reponernos, trabajar en los valores interiores de cada cual, para encontrar el reposo necesario y la primordial quietud que generan las razones de la esperanza, que todos nos merecemos por el mismo hecho de nacer.

Ni teléfono ni internet, lo justo para sentirse desnortado y pensar en otras posibilidades. Al abrir la ventana escuché a varias personas que llevaban un transistor en la mano, pegado al oído como aquel fatídico 23F o las tardes de domingo para conocer los resultados del fútbol. Decidí no esperar más y pensé dónde podía estar alguno de los dos transistores que tenía en otra época. No tardé en encontrarlos y, tras poner pilas nuevas, resulta que funcionaban como el primer día.

 
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