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Las elecciones presidenciales abren un campo de incertidumbre para la prensa oficial

La prensa ante la reelección de Cristina Fernández

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¿Cómo harán para mantener su pretendido rigor periodístico ante la emergencia de un conflicto inapelable? ¿De qué forma enfrentarán los nuevos tiempos, en clara desventaja, sin caer en el sinceramiento absoluto y despegarse de todas sus “formalidades periodísticas”?

Desde la eclosión de la Ley de Medios, fundamentalmente, los medios periodísticos tradicionales han visto derrotadas sus ansias de autonomía periodística. La aparición de un conflicto específico, los situó en un terreno de disputa inevitable.

El discurso periodístico ha ido independizándose del discurso político y esa autonomía fue encarnándose en formas propias que “depuraban” sus usos. La noticia, como forma en sí misma, es la expresión de ese desprendimiento del periodismo. El destierro de la política –obviamente, en la dimensión de lo explícito-. Alejado del discurso político, el periodismo cobró un matiz de pretenciosa cientificidad y se volcó hacia la noticia, como un supuesto reflejo de la realidad. “Por otra parte, es el conflicto el que la pone en crisis. En tales crisis, no solo está amenazada la autonomía sino que, además, el discurso periodístico burgués alcanza su máxima partidización, se manifiesta explícitamente como ‘tribuna de doctrina’ o vocero de su clase”, aclara Santiago Gándara en el artículo “La prensa partidaria de izquierda. Verdad, acción y conflicto” recopilado en el libro Contrainformación. Medios alternativos para la acción política.

Ese sinceramiento al que la cita refiere es notable en los principales medios de la Argentina. Alejados del sosiego clásico, exudan rencor y abandonan todas las formalidades para castigar las medidas que ponen en jaque sus intereses. Es decir, les salta la térmica con la aparición del conflicto.

Esta dificultad que los portavoces del establishment sufren desde hace un par de años, se ve profundizada ahora con la victoria del gobierno promotor de las medidas exasperantes. Más allá de las razones por las cuales el kirchnerismo avanzó sobre la concentración de medios, la promulgación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual favoreció la derrota de esa “autonomía periodística”. Desde entonces, mal que les pese, los periodistas no pudieron verse librados del discurso político, el cual los atravesó como una espada hiriente hasta la vergüenza. Las posiciones quedaron sucesivamente más expuestas: ante hechos inminentes, los medios debieron optar y, en su furia, fueron desmenuzando las capas de solemnidad y cobrando un tono más directo. Esa tensión entre discurso político y discurso periodístico que parecía resuelta –sobre todo durante los dolorosamente superfluos años noventa- reaparece de la mano de una discusión legislativa.

El kirchnerismo, victorioso en las urnas, logró en el terreno mediático y cultural, lo que no se atreve a enfrentar en otros terrenos de la vida económica. Ahora, con la fuerza de los votos, se establece en una posición distinguida para dar la última estocada, aunque también puede renegociar los términos y pactar nuevas condiciones para los mismos mercaderes. Esa diferencia de rumbo se resolverá de acuerdo a qué sectores internos prevalezcan en la disputa –es sabido: en el kirchnerismo conviven tanto los que propugnan por una transformación real de las estructuras heredadas, como aquellos oportunistas que solo utilizan la plataforma política y pretenden no avanzar más allá de medidas del plano simbólico o de tibio tinte reformista-.

Los medios tradicionales se van de las cifras oficiales. Esto es, reconocen un apoyo del 54% para Cristina Fernández. Este desprecio por los siete millones de ciudadanos que, estando habilitados, optaron por no votar, puede convertirse, en este caso, en una ayuda para la consecución de los objetivos: no es lo mismo impulsar la aplicación absoluta de la Ley de Medios desde el 54% de los votos, que hacerlo con el 38% que arroja la comparación con la totalidad del padrón.

El derrumbe opositor, la enorme inoperancia de las ofertas derechosas, que debieron caer en el extremo humillante de votar a Hermes Binner -un candidato de rasgos ideológicos no alejados del kirchnerismo, demostración inexorable de la ausencia de respuestas ante una situación superadora de sus competencias- le permite al Gobierno una coyuntura inmejorable para avanzar. La derrota contundente de Eduardo Duhalde –el cuadro “más formado” de la oposición conservadora- y de Elisa Carrio -la pronosticadora con simpatía popular- permiten entrever un vacío que difícilmente se llenará sin sobresaltos. Si Binner desea ocupar ese lugar, deberá resignar parte de su electorado y, por lo tanto, reducir sus capacidades políticas. Quien mejor ubicado aparece es Mauricio Macri, pero semejante inoperancia y tan grotesca tilinguería resulta indigerible para muchos conservadores a la antigua, además de su clara reminiscencia noventistas, por lo cual su apoyatura es demasiado particular. Solo un demente podría dejar el país en manos de un personaje como Mauricio Macri: el tiempo dirá si el establishment argentino está dispuesto a inmolarse nuevamente.

La tirria que el semblante peronista del kirchnerismo genera en los medios tradicionales –voceros del sector medio acomodado- es un efecto natural de la inoperancia ante un escenario de conflicto que no esperaban: ni en remotos sueños imaginaban que el kirchernismo los colocaría en una circunstancia de este tipo, obligándolos a lidiar con tensiones para las que no estaban preparados, desde su omnipotente hegemonía.

La aparición de medios contrainformacionales, que daba vuelta el discurso de la prensa hegemónica y lo colocaban en un marco de cuestionamiento, permitió la desacralización del oficio y el acercamiento a la política. Esto es favorable para la apertura de posibilidades para la prensa partidaria, siempre y cuando esta sepa amoldarse a las expectativas de los lectores y comprenda que la problemática de las formas estéticas es un atributo nada despreciable a la hora de la transmisión de un mensaje.

“Barthes sostiene que los medios masivos, en lugar de denunciar el conflicto principal, sobreabundan con los conflictos absolutamente secundarios: como no puede tratar la crisis del capitalismo, entonces ‘denuncian’ la corrupción; como no pueden confrontar con el proceso de concentración económica –los medios han sido quienes más se han beneficiado de ese proceso-, salpican aquí y allá con algunas ‘fuertes’ notas sobre las desprolijidades de la privatización de Aerolíneas”, expone Gandara en el artículo mencionado. Es entonces cuando la prensa partidaria puede ganar lugar y dar a conocer lo ignorado, pero interpretando el uso del lenguaje y la armonía de las formas con los contenidos, para evitar los tedios y las monsergas acostumbradas que terminan por reducir sus discursos a un ínfimo círculo de simpatizantes.

Ante el colosal avance comercial, la prensa debe saber deambular entre lo vendible y lo deseado. Todo principismo extremo, en el fondo, es un acto de autosatisfacción, pero no sirve de nada políticamente. Lenin definía al periódico, no solo como un medio para difundir ideas y educar políticamente, sino también como un “organizador colectivo”. En definitiva, lo dicho debe ser recibido y, para ello, el lector debe disponerse, primero a leerlo y luego a recibir el mensaje. Con una prosa aburrida y hostil, antes que nada resulta poco atractivo para la lectura, y luego, absolutamente odioso para asimilar positivamente lo expresado.

El kirchnerismo ha sabido capitalizar exitosamente esa unión entre discurso político y discurso periodístico, y ha logrado resultados formidables. Con expresiones más o menos extremas, ha conformado productos interesantes y atractivos, pero absolutamente partidarios. Eso rompió un cerco. Es obligación de las demás vertientes políticas aprovecharlos y saber utilizarlos. Desde ese lugar puede ejercer la presión necesaria para que el gobierno reelecto de Cristina Fernández se encamine por una profundización de las medidas positivas y no renegocie los términos del armisticio con los sectores de poder.

La prensa ante la reelección de Cristina Fernández

Las elecciones presidenciales abren un campo de incertidumbre para la prensa oficial
Lucas Paulinovich
martes, 8 de noviembre de 2011, 08:23 h (CET)
¿Cómo harán para mantener su pretendido rigor periodístico ante la emergencia de un conflicto inapelable? ¿De qué forma enfrentarán los nuevos tiempos, en clara desventaja, sin caer en el sinceramiento absoluto y despegarse de todas sus “formalidades periodísticas”?

Desde la eclosión de la Ley de Medios, fundamentalmente, los medios periodísticos tradicionales han visto derrotadas sus ansias de autonomía periodística. La aparición de un conflicto específico, los situó en un terreno de disputa inevitable.

El discurso periodístico ha ido independizándose del discurso político y esa autonomía fue encarnándose en formas propias que “depuraban” sus usos. La noticia, como forma en sí misma, es la expresión de ese desprendimiento del periodismo. El destierro de la política –obviamente, en la dimensión de lo explícito-. Alejado del discurso político, el periodismo cobró un matiz de pretenciosa cientificidad y se volcó hacia la noticia, como un supuesto reflejo de la realidad. “Por otra parte, es el conflicto el que la pone en crisis. En tales crisis, no solo está amenazada la autonomía sino que, además, el discurso periodístico burgués alcanza su máxima partidización, se manifiesta explícitamente como ‘tribuna de doctrina’ o vocero de su clase”, aclara Santiago Gándara en el artículo “La prensa partidaria de izquierda. Verdad, acción y conflicto” recopilado en el libro Contrainformación. Medios alternativos para la acción política.

Ese sinceramiento al que la cita refiere es notable en los principales medios de la Argentina. Alejados del sosiego clásico, exudan rencor y abandonan todas las formalidades para castigar las medidas que ponen en jaque sus intereses. Es decir, les salta la térmica con la aparición del conflicto.

Esta dificultad que los portavoces del establishment sufren desde hace un par de años, se ve profundizada ahora con la victoria del gobierno promotor de las medidas exasperantes. Más allá de las razones por las cuales el kirchnerismo avanzó sobre la concentración de medios, la promulgación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual favoreció la derrota de esa “autonomía periodística”. Desde entonces, mal que les pese, los periodistas no pudieron verse librados del discurso político, el cual los atravesó como una espada hiriente hasta la vergüenza. Las posiciones quedaron sucesivamente más expuestas: ante hechos inminentes, los medios debieron optar y, en su furia, fueron desmenuzando las capas de solemnidad y cobrando un tono más directo. Esa tensión entre discurso político y discurso periodístico que parecía resuelta –sobre todo durante los dolorosamente superfluos años noventa- reaparece de la mano de una discusión legislativa.

El kirchnerismo, victorioso en las urnas, logró en el terreno mediático y cultural, lo que no se atreve a enfrentar en otros terrenos de la vida económica. Ahora, con la fuerza de los votos, se establece en una posición distinguida para dar la última estocada, aunque también puede renegociar los términos y pactar nuevas condiciones para los mismos mercaderes. Esa diferencia de rumbo se resolverá de acuerdo a qué sectores internos prevalezcan en la disputa –es sabido: en el kirchnerismo conviven tanto los que propugnan por una transformación real de las estructuras heredadas, como aquellos oportunistas que solo utilizan la plataforma política y pretenden no avanzar más allá de medidas del plano simbólico o de tibio tinte reformista-.

Los medios tradicionales se van de las cifras oficiales. Esto es, reconocen un apoyo del 54% para Cristina Fernández. Este desprecio por los siete millones de ciudadanos que, estando habilitados, optaron por no votar, puede convertirse, en este caso, en una ayuda para la consecución de los objetivos: no es lo mismo impulsar la aplicación absoluta de la Ley de Medios desde el 54% de los votos, que hacerlo con el 38% que arroja la comparación con la totalidad del padrón.

El derrumbe opositor, la enorme inoperancia de las ofertas derechosas, que debieron caer en el extremo humillante de votar a Hermes Binner -un candidato de rasgos ideológicos no alejados del kirchnerismo, demostración inexorable de la ausencia de respuestas ante una situación superadora de sus competencias- le permite al Gobierno una coyuntura inmejorable para avanzar. La derrota contundente de Eduardo Duhalde –el cuadro “más formado” de la oposición conservadora- y de Elisa Carrio -la pronosticadora con simpatía popular- permiten entrever un vacío que difícilmente se llenará sin sobresaltos. Si Binner desea ocupar ese lugar, deberá resignar parte de su electorado y, por lo tanto, reducir sus capacidades políticas. Quien mejor ubicado aparece es Mauricio Macri, pero semejante inoperancia y tan grotesca tilinguería resulta indigerible para muchos conservadores a la antigua, además de su clara reminiscencia noventistas, por lo cual su apoyatura es demasiado particular. Solo un demente podría dejar el país en manos de un personaje como Mauricio Macri: el tiempo dirá si el establishment argentino está dispuesto a inmolarse nuevamente.

La tirria que el semblante peronista del kirchnerismo genera en los medios tradicionales –voceros del sector medio acomodado- es un efecto natural de la inoperancia ante un escenario de conflicto que no esperaban: ni en remotos sueños imaginaban que el kirchernismo los colocaría en una circunstancia de este tipo, obligándolos a lidiar con tensiones para las que no estaban preparados, desde su omnipotente hegemonía.

La aparición de medios contrainformacionales, que daba vuelta el discurso de la prensa hegemónica y lo colocaban en un marco de cuestionamiento, permitió la desacralización del oficio y el acercamiento a la política. Esto es favorable para la apertura de posibilidades para la prensa partidaria, siempre y cuando esta sepa amoldarse a las expectativas de los lectores y comprenda que la problemática de las formas estéticas es un atributo nada despreciable a la hora de la transmisión de un mensaje.

“Barthes sostiene que los medios masivos, en lugar de denunciar el conflicto principal, sobreabundan con los conflictos absolutamente secundarios: como no puede tratar la crisis del capitalismo, entonces ‘denuncian’ la corrupción; como no pueden confrontar con el proceso de concentración económica –los medios han sido quienes más se han beneficiado de ese proceso-, salpican aquí y allá con algunas ‘fuertes’ notas sobre las desprolijidades de la privatización de Aerolíneas”, expone Gandara en el artículo mencionado. Es entonces cuando la prensa partidaria puede ganar lugar y dar a conocer lo ignorado, pero interpretando el uso del lenguaje y la armonía de las formas con los contenidos, para evitar los tedios y las monsergas acostumbradas que terminan por reducir sus discursos a un ínfimo círculo de simpatizantes.

Ante el colosal avance comercial, la prensa debe saber deambular entre lo vendible y lo deseado. Todo principismo extremo, en el fondo, es un acto de autosatisfacción, pero no sirve de nada políticamente. Lenin definía al periódico, no solo como un medio para difundir ideas y educar políticamente, sino también como un “organizador colectivo”. En definitiva, lo dicho debe ser recibido y, para ello, el lector debe disponerse, primero a leerlo y luego a recibir el mensaje. Con una prosa aburrida y hostil, antes que nada resulta poco atractivo para la lectura, y luego, absolutamente odioso para asimilar positivamente lo expresado.

El kirchnerismo ha sabido capitalizar exitosamente esa unión entre discurso político y discurso periodístico, y ha logrado resultados formidables. Con expresiones más o menos extremas, ha conformado productos interesantes y atractivos, pero absolutamente partidarios. Eso rompió un cerco. Es obligación de las demás vertientes políticas aprovecharlos y saber utilizarlos. Desde ese lugar puede ejercer la presión necesaria para que el gobierno reelecto de Cristina Fernández se encamine por una profundización de las medidas positivas y no renegocie los términos del armisticio con los sectores de poder.

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