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Hoy varios años después, no han aprendido ustedes, que muchos descendientes de aquellos andaluces emigrantes hablan catalán

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Los prejuicios sociales sobre la idiosincrasia de los pueblos, son el instrumento político nefasto para construir críticas destructivas y dañinas, fundamentadas en los cimientos frágiles del rumor. La generalización del discurso de la calle y su extrapolación al discurso mediático de las élites del poder es el mimbre propicio para fabricar la etiqueta geográfica y debilitar la idea de las autonomías.

Las burlas demagógicas del “president” Artur Mas sobre el acento andaluz junto con las declaraciones peyorativas del catalanista Duran i Lleida sobre el PER, ilustra con creces el etnocentrismo tóxico de las élites del noreste hacia el discurso tolerante defendido por la utopía constitucional.

Desde la crítica de las injusticias debemos denunciar con los gritos de la razón la intolerancia social fundamentada en discursos clasistas carentes de rigor y fundamentados en la fragilidad ingenua del estereotipo social.

La diversidad territorial como elemento enriquecedor de los matices culturales de una nación nunca debe caer en la torpeza de la superioridad.

El acento como distinción antropológica de la lingüística del sur debe ser tan respetado como las connotaciones auditivas del habla catalán. Es inadmisible que desde la perspectiva política catalana se perciba y se manifieste públicamente un claro elemento clasista, basado en las “formas de hablar” de aquellos que socializados en el sur no pronuncian las palabras con el sabor y gusto del tejido de algunos catalanes.

Oiga usted señor “president”, si los andaluces hablaran igual que los catalanes, que los vascos, que los gallegos y que los valencianos; entonces Catalunya ostentaría el monopolio cultural nacional y no podríamos hablar de España como tal. La “catalanización” como institución suprema del “discurs català” quizá no sea el camino real que refleje la España plural que ustedes tanto defienden.

El acento nos guste más o nos guste menos, forma parte de las identidades culturales de los pueblos. No es correcto afirmar que los andaluces hablen mal. Felipe González fue presidente y era andaluz. ¿Hablaba mal? no. Quizás es lícito afirmar que unos acentos nos gustan más que otros por su “correcta pronunciación” pero no es de recibo admitir que hablar andaluz es sinónimo de no saber hablar o de hablar mal, porque dicha afirmación atenta contra la identidad cultural de los pueblos y provoca la reacción y el enojo de sus destinatarios.

La antipatía envuelta de “envidia geográfica” hacia la protección social del PER por parte de Duran i Lleida enlaza perfectamente con la crítica peyorativa que decíamos atrás.
Mientras Catalunya se crece y saca pecho por sus recursos industriales y sus privilegios institucionales ganados, eso sí, a base de alianzas parlamentarias a izquierda y derecha del hemiciclo. Andalucía por su ubicación desfavorable en el sur carece de los recursos naturales del noreste. Solamente la agricultura y su “cultura de bar” les otorgan el sustento para vivir en el estigma de la desigualdad.

Es totalmente indigno que políticos elegidos democráticamente y representantes de territorios geográficamente privilegiados tengan la osadía de crispar y cuestionar aquellas tierras que por su estructura económica necesitan la protección social como “necesidad”.

Desde la tribuna de la crítica, debemos romper esa lanza de repulsa catalana manifiesta en ambos deslices orales, y decirles a estos señores del conservadurismo nacional, que por favor hagan un ejercicio de memoria histórica y cuenten por miles, los andaluces que desde la añoranza de sus pueblos cerraron las maletas y emigraron a sus tierras. Emigraron y contribuyeron con el sudor de su frente y su “acento gracioso” a edificar las distancias económicas de su “superioridad territorial”.

Hoy varios años después, no han aprendido ustedes, que muchos descendientes de aquellos andaluces emigrantes hablan catalán. Inadmisible.

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Hoy varios años después, no han aprendido ustedes, que muchos descendientes de aquellos andaluces emigrantes hablan catalán
Abel Ros
viernes, 14 de octubre de 2011, 06:34 h (CET)
Los prejuicios sociales sobre la idiosincrasia de los pueblos, son el instrumento político nefasto para construir críticas destructivas y dañinas, fundamentadas en los cimientos frágiles del rumor. La generalización del discurso de la calle y su extrapolación al discurso mediático de las élites del poder es el mimbre propicio para fabricar la etiqueta geográfica y debilitar la idea de las autonomías.

Las burlas demagógicas del “president” Artur Mas sobre el acento andaluz junto con las declaraciones peyorativas del catalanista Duran i Lleida sobre el PER, ilustra con creces el etnocentrismo tóxico de las élites del noreste hacia el discurso tolerante defendido por la utopía constitucional.

Desde la crítica de las injusticias debemos denunciar con los gritos de la razón la intolerancia social fundamentada en discursos clasistas carentes de rigor y fundamentados en la fragilidad ingenua del estereotipo social.

La diversidad territorial como elemento enriquecedor de los matices culturales de una nación nunca debe caer en la torpeza de la superioridad.

El acento como distinción antropológica de la lingüística del sur debe ser tan respetado como las connotaciones auditivas del habla catalán. Es inadmisible que desde la perspectiva política catalana se perciba y se manifieste públicamente un claro elemento clasista, basado en las “formas de hablar” de aquellos que socializados en el sur no pronuncian las palabras con el sabor y gusto del tejido de algunos catalanes.

Oiga usted señor “president”, si los andaluces hablaran igual que los catalanes, que los vascos, que los gallegos y que los valencianos; entonces Catalunya ostentaría el monopolio cultural nacional y no podríamos hablar de España como tal. La “catalanización” como institución suprema del “discurs català” quizá no sea el camino real que refleje la España plural que ustedes tanto defienden.

El acento nos guste más o nos guste menos, forma parte de las identidades culturales de los pueblos. No es correcto afirmar que los andaluces hablen mal. Felipe González fue presidente y era andaluz. ¿Hablaba mal? no. Quizás es lícito afirmar que unos acentos nos gustan más que otros por su “correcta pronunciación” pero no es de recibo admitir que hablar andaluz es sinónimo de no saber hablar o de hablar mal, porque dicha afirmación atenta contra la identidad cultural de los pueblos y provoca la reacción y el enojo de sus destinatarios.

La antipatía envuelta de “envidia geográfica” hacia la protección social del PER por parte de Duran i Lleida enlaza perfectamente con la crítica peyorativa que decíamos atrás.
Mientras Catalunya se crece y saca pecho por sus recursos industriales y sus privilegios institucionales ganados, eso sí, a base de alianzas parlamentarias a izquierda y derecha del hemiciclo. Andalucía por su ubicación desfavorable en el sur carece de los recursos naturales del noreste. Solamente la agricultura y su “cultura de bar” les otorgan el sustento para vivir en el estigma de la desigualdad.

Es totalmente indigno que políticos elegidos democráticamente y representantes de territorios geográficamente privilegiados tengan la osadía de crispar y cuestionar aquellas tierras que por su estructura económica necesitan la protección social como “necesidad”.

Desde la tribuna de la crítica, debemos romper esa lanza de repulsa catalana manifiesta en ambos deslices orales, y decirles a estos señores del conservadurismo nacional, que por favor hagan un ejercicio de memoria histórica y cuenten por miles, los andaluces que desde la añoranza de sus pueblos cerraron las maletas y emigraron a sus tierras. Emigraron y contribuyeron con el sudor de su frente y su “acento gracioso” a edificar las distancias económicas de su “superioridad territorial”.

Hoy varios años después, no han aprendido ustedes, que muchos descendientes de aquellos andaluces emigrantes hablan catalán. Inadmisible.

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