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Opinión
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Somos prisioneros de nuestro ánimo pesimista

La américa reacia al riesgo

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WASHINGTON -- Al economista de la Fundación Kauffman Robert Litan le gusta dejar caer en las conversaciones que la mitad de las multinacionales que componen el actual Fortune 500 empezaron siendo empresas pequeñas de reciente creación en momentos de recesión o de pérdidas generalizadas en el parqué. ¿Y qué tiene de extraño? Durante una recesión es más barato ampliar plantilla, alquilar espacio profesional o adquirir equipo. Pero Litan sospecha que el mismo mecanismo podría no estar en funcionamiento hoy. En contraste con anteriores momentos de desplome de la actividad económica, en los que la cifra de pequeñas empresas apenas descendía, se viene registrando una caída acusada. De 2006 a 2009, el número de empresas abiertas cayó un 27 por ciento.

Es una causa de la débil creación de empleo, que depende fuertemente de las empresas pequeñas recién creadas. "No es alentador", dice Litan. "Parece más aversión al riesgo".

Los estadounidenses se perciben como gente ambiciosa y emprendedora. Nuestro optimismo nos acabará rescatando. Eso suele decirse. Pero el folclore se da de bruces cada vez más contra la realidad. La crisis económica de 2008-09 traumatizó a millones. Engrosó las filas de los aprensivos, los conformistas y las víctimas. Por supuesto fue principalmente una reacción al endeudamiento masivo, al valor de tasación inflado de las propiedades inmobiliarias y a la pérdida del empleo. Pero el exceso de productividad del trabajador por miedo al despido se está retroalimentando -- y está asfixiando la recuperación.

Somos prisioneros de nuestro ánimo pesimista. En todas partes se tiende a economizar y esperar a ver cómo se desenvuelven las cosas. Igual que el optimismo mantuvo el periodo de crecimiento, el pesimismo está prolongando el período económico de contracción. Es lo inverso al mercado sobrevalorado de los años 90, porque mientras la población se sienta de esta forma, la mentalidad se traslada sola a la realidad. Por desgracia, así es como se sienten.

Piense:
-- El consumidor: el dato de la confianza manifiesta la racha más larga de datos malos de la que se tiene constancia. El índice que elabora el grupo Conference Board, basándose en las esperanzas y los planes inmediatos de realizar desembolsos de la población, coloca los datos del año 1985 en el 100 y, en momentos buenos, se sitúa normalmente entre 120 y 140 puntos. La lectura más reciente (agosto) fue de 44,5 puntos; el mínimo se recabó en febrero de 2009 en los 25,3 puntos. "Nunca lo habíamos visto caer tanto y permanecer deprimido tanto tiempo", dice Ken Goldstein, del Conference Board.

-- Gestores corporativos: como es sabido, las multinacionales tienen 2 billones en liquidez y valores, por encima de los 520.000 millones acumulados desde el último trimestre de resultados del ejercicio 2007. Son fondos que las empresas podrían utilizar para contratar e invertir en plantas de fabricación o productos inéditos -- si los gestores tuvieran más confianza. En lugar de eso, hacen acopio de fondos frente a otra crisis económica.

-- Gestores de la pequeña empresa: "Son las cifras más bajas de la historia", dice Holly Wade, economista de la Federación Nacional de Autónomos, cuyo índice de optimismo empezó a recabarse en 1974. Sólo el 11 por ciento de las empresas esperan ampliar plantilla durante los tres próximos meses. La pequeña empresa (500 trabajadores máximo) representa la mitad de todo el empleo.

-- Inversores: las cotizaciones plasman las bajas expectativas de futuros beneficios. Una muestra de la tónica es el dato P/ E: cotización (P) comparada con dólar de beneficio por valor (E). Cocientes P/ E elevados indican optimismo. El dato P/ E actual es de 13,8 enteros en el caso del 500 de Standard & Poor's, muy por debajo de la media de 18 enteros de 1950 a 2011, según Howard Silverblatt, de S&P's.

La "aversión al riesgo" -- comprensible en el caso de particulares y sociedades -- se ha transformado en una maldición colectiva. Cuando todo el mundo es súper cauto, el resultado es el estancamiento o peor. Imagine una tesitura económica que mejora ligeramente: el consumidor da salida a una parte de la demanda acumulada; el mercado gana un 10 por ciento; las empresas canalizan 200.000 millones de dólares de sus reservas a productos inéditos o plantas nuevas; los emprendedores abren un 10 por ciento más de empresas. Una recuperación más firme se retroalimentaría.

La buena noticia es que esto puede pasar. Los cambios de humor pueden producirse en ambos sentidos. A nivel objetivo, las circunstancias económicas han mejorado. Las familias, por ejemplo, están mucho menos endeudadas. Gran parte de la deuda del consumidor o de la hipoteca ha sido extinguida o amortizada. Las estadísticas de la Reserva Federal muestran que la carga de la servidumbre de la deuda (porcentaje de renta destinado a extinguir deuda) se encuentra en su mínimo desde 1994. El consumidor podría ser más efusivo.

Pero pocas veces eso se determina con antelación. Los cambios de mentalidad se traducen en cambios en el comportamiento económico. Una razón de que muchos pronósticos de 2009 fueran demasiado optimistas es que los economistas dieron por descontada la psicología. Ciertos destacados analistas de pronósticos han admitido el error. "La confianza es reflejo normalmente de las condiciones económicas; no las marca", destaca Mark Zandi en Moody's Analytics. Pero hay momentos, dice, en los que "la tónica sale tan perjudicada que empresas, consumidor e inversores frenan en seco... Este es uno de esos momentos".

El ánimo voluble también explica el motivo de que la masiva batería de medidas "de estímulo" (bajos tipos de interés, grandes déficits) no desencadenara una recuperación fuerte. El estímulo público puede diluirse si familias y empresas se mueven, por la razón que sea, en la dirección diametralmente opuesta. Paradójicamente, el llamamiento al estímulo puede inducir a consumidores y empresas a ahorrar al centrar su atención en la debilidad de la economía. Por contra, la gente puede ser tranquilizada si el estado apoya a la economía con más gasto público o bajadas tributarias. Parte de ambas reacciones al parecer se ha producido.

Muchos males reales acechan a la economía: el colapso de la vivienda; los problemas de deuda de Europa; el persistente déficit presupuestario. No es momento para debates baladíes. Pero el acusado rechazo a realizar inversiones de rentabilidad desconocida es una herida autoinfligida. Franklin Roosevelt tenía razón: lo que debemos de temer es al mismo miedo.

La américa reacia al riesgo

Somos prisioneros de nuestro ánimo pesimista
Robert J. Samuelson
lunes, 3 de octubre de 2011, 06:50 h (CET)
WASHINGTON -- Al economista de la Fundación Kauffman Robert Litan le gusta dejar caer en las conversaciones que la mitad de las multinacionales que componen el actual Fortune 500 empezaron siendo empresas pequeñas de reciente creación en momentos de recesión o de pérdidas generalizadas en el parqué. ¿Y qué tiene de extraño? Durante una recesión es más barato ampliar plantilla, alquilar espacio profesional o adquirir equipo. Pero Litan sospecha que el mismo mecanismo podría no estar en funcionamiento hoy. En contraste con anteriores momentos de desplome de la actividad económica, en los que la cifra de pequeñas empresas apenas descendía, se viene registrando una caída acusada. De 2006 a 2009, el número de empresas abiertas cayó un 27 por ciento.

Es una causa de la débil creación de empleo, que depende fuertemente de las empresas pequeñas recién creadas. "No es alentador", dice Litan. "Parece más aversión al riesgo".

Los estadounidenses se perciben como gente ambiciosa y emprendedora. Nuestro optimismo nos acabará rescatando. Eso suele decirse. Pero el folclore se da de bruces cada vez más contra la realidad. La crisis económica de 2008-09 traumatizó a millones. Engrosó las filas de los aprensivos, los conformistas y las víctimas. Por supuesto fue principalmente una reacción al endeudamiento masivo, al valor de tasación inflado de las propiedades inmobiliarias y a la pérdida del empleo. Pero el exceso de productividad del trabajador por miedo al despido se está retroalimentando -- y está asfixiando la recuperación.

Somos prisioneros de nuestro ánimo pesimista. En todas partes se tiende a economizar y esperar a ver cómo se desenvuelven las cosas. Igual que el optimismo mantuvo el periodo de crecimiento, el pesimismo está prolongando el período económico de contracción. Es lo inverso al mercado sobrevalorado de los años 90, porque mientras la población se sienta de esta forma, la mentalidad se traslada sola a la realidad. Por desgracia, así es como se sienten.

Piense:
-- El consumidor: el dato de la confianza manifiesta la racha más larga de datos malos de la que se tiene constancia. El índice que elabora el grupo Conference Board, basándose en las esperanzas y los planes inmediatos de realizar desembolsos de la población, coloca los datos del año 1985 en el 100 y, en momentos buenos, se sitúa normalmente entre 120 y 140 puntos. La lectura más reciente (agosto) fue de 44,5 puntos; el mínimo se recabó en febrero de 2009 en los 25,3 puntos. "Nunca lo habíamos visto caer tanto y permanecer deprimido tanto tiempo", dice Ken Goldstein, del Conference Board.

-- Gestores corporativos: como es sabido, las multinacionales tienen 2 billones en liquidez y valores, por encima de los 520.000 millones acumulados desde el último trimestre de resultados del ejercicio 2007. Son fondos que las empresas podrían utilizar para contratar e invertir en plantas de fabricación o productos inéditos -- si los gestores tuvieran más confianza. En lugar de eso, hacen acopio de fondos frente a otra crisis económica.

-- Gestores de la pequeña empresa: "Son las cifras más bajas de la historia", dice Holly Wade, economista de la Federación Nacional de Autónomos, cuyo índice de optimismo empezó a recabarse en 1974. Sólo el 11 por ciento de las empresas esperan ampliar plantilla durante los tres próximos meses. La pequeña empresa (500 trabajadores máximo) representa la mitad de todo el empleo.

-- Inversores: las cotizaciones plasman las bajas expectativas de futuros beneficios. Una muestra de la tónica es el dato P/ E: cotización (P) comparada con dólar de beneficio por valor (E). Cocientes P/ E elevados indican optimismo. El dato P/ E actual es de 13,8 enteros en el caso del 500 de Standard & Poor's, muy por debajo de la media de 18 enteros de 1950 a 2011, según Howard Silverblatt, de S&P's.

La "aversión al riesgo" -- comprensible en el caso de particulares y sociedades -- se ha transformado en una maldición colectiva. Cuando todo el mundo es súper cauto, el resultado es el estancamiento o peor. Imagine una tesitura económica que mejora ligeramente: el consumidor da salida a una parte de la demanda acumulada; el mercado gana un 10 por ciento; las empresas canalizan 200.000 millones de dólares de sus reservas a productos inéditos o plantas nuevas; los emprendedores abren un 10 por ciento más de empresas. Una recuperación más firme se retroalimentaría.

La buena noticia es que esto puede pasar. Los cambios de humor pueden producirse en ambos sentidos. A nivel objetivo, las circunstancias económicas han mejorado. Las familias, por ejemplo, están mucho menos endeudadas. Gran parte de la deuda del consumidor o de la hipoteca ha sido extinguida o amortizada. Las estadísticas de la Reserva Federal muestran que la carga de la servidumbre de la deuda (porcentaje de renta destinado a extinguir deuda) se encuentra en su mínimo desde 1994. El consumidor podría ser más efusivo.

Pero pocas veces eso se determina con antelación. Los cambios de mentalidad se traducen en cambios en el comportamiento económico. Una razón de que muchos pronósticos de 2009 fueran demasiado optimistas es que los economistas dieron por descontada la psicología. Ciertos destacados analistas de pronósticos han admitido el error. "La confianza es reflejo normalmente de las condiciones económicas; no las marca", destaca Mark Zandi en Moody's Analytics. Pero hay momentos, dice, en los que "la tónica sale tan perjudicada que empresas, consumidor e inversores frenan en seco... Este es uno de esos momentos".

El ánimo voluble también explica el motivo de que la masiva batería de medidas "de estímulo" (bajos tipos de interés, grandes déficits) no desencadenara una recuperación fuerte. El estímulo público puede diluirse si familias y empresas se mueven, por la razón que sea, en la dirección diametralmente opuesta. Paradójicamente, el llamamiento al estímulo puede inducir a consumidores y empresas a ahorrar al centrar su atención en la debilidad de la economía. Por contra, la gente puede ser tranquilizada si el estado apoya a la economía con más gasto público o bajadas tributarias. Parte de ambas reacciones al parecer se ha producido.

Muchos males reales acechan a la economía: el colapso de la vivienda; los problemas de deuda de Europa; el persistente déficit presupuestario. No es momento para debates baladíes. Pero el acusado rechazo a realizar inversiones de rentabilidad desconocida es una herida autoinfligida. Franklin Roosevelt tenía razón: lo que debemos de temer es al mismo miedo.

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