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¿Evolucionará el terrorismo yihadista hacia el norte de África?

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Es evidente que existe una situación generalizada de estupor ante este nuevo fenómeno del terrorismo, basado en el autosacrificio de quienes, sin aparente temor por perder la vida, en aras a unos preceptos de una religión mal entendida, peor explicada y, sin duda, torticeramente interpretada, como sumamente excluyente, nada tolerante y sanguinariamente impuesta y aplicada a todos aquellos que se han negado a aceptarla, negando a las personas sus más elementales derechos a decidir sobre qué hacer con sus vidas o qué creencias abrazar o rechazar. ¿Seremos capaces de prever, a tiempo, el segundo movimiento del EI?

Una y otra vez Europa se ve atacada por terroristas que lanzan su zarpazo mortal, hiriendo a la sociedad en aquel aspecto que más la puede doler, su seguridad, en lo que constituye el más indeclinable derecho que cualquier ciudadano puede exigir que se le respete: en su razonable petición de que se le deje vivir en paz, se le respete la vida y se le permita circular sin tener el temor de que, en cualquier momento y lugar, le pueda sorprender un loco fanático dispuesto a matar e inmolarse, sólo porque le han lavado el cerebro con adoctrinamientos extremistas e ideas falsamente basadas en una determinada creencia religiosa, basada en el exterminio de todos aquellos que no se conviertan a ella y acepten sus preceptos.

Últimamente, esta locura insana se ha dedicado a golpear al RU con especial insistencia. Tres atentados en unos pocos meses dan fe del especial interés del terrorismo islamista en maltratar al pueblo británico. La actuación de las fuerzas del orden es correcta, en líneas generales, pero tienen el hándicap, difícilmente superable, de que se enfrentan a locos suicidas que no tienen miedo a la muerte, que no se dejan capturar vivos y que pueden escoger, al ser lobos solitarios, el lugar, el momento y la hora en que dar suelta a sus instintos asesinos. No hay país que esté preparado, por muy buena policía de la que disponga, para este tipo de batallas urbanas, que no suponen enfrentarse a un ejército organizado, a una amenaza fácil de detectar o a una turba incontrolada a la que se la pueda dominar antes de que haya logrado sus maléficos objetivos.

Sin duda, una gran parte de lo que actualmente está sucediendo en Europa tiene su origen en el problema de Oriente Medio. En Irán, Irak, Afganistán, Libia, Yemen y toda una serie de países en los que el Islam es mayoritariamente considerado como la religión nacional, parece ser que, a partir de la llamada “Primavera árabe”, aprovechando el apoyo soterrado que algunos países europeos prestaron a aquel movimiento, iniciado en Túnez, dieron rienda suelta a viejas aspiraciones de grupos extremistas y aprovecharon los desórdenes, la inestabilidad, el desconcierto de las autoridades y el derrumbe de una serie de dictaduras, como la de Gadafi en Libia, que mantenían con mano férrea el orden y la disciplina, para ir implantado en el pueblo musulmán la idea de constituirse en una nación fuerte, teocrática, capaz de vencer a los “infieles”, con la ayuda de Ala´.

Seguramente los líderes occidentales, incluido el señor Obama, pensaron que se trataba de una más de estas insurrecciones propias de los periodos coloniales, a las que tan acostumbrados estaban países, como la Gran Bretaña y Francia, que tenían su propia “medicina”, la represión y el “enjaulamiento” de los líderes insurrectos, mediante una carnicería como las que tuvieron lugar en la India, cuando el señor Gandhi luchaba contra ellas con su sistema pacífico de huelgas de hambre. En esta ocasión, el incendio islamista no se ha concretado en una sola nación, ni ha sido estableciendo frentes de batalla a la antigua usanza. El EI o el Daesh, ha conseguido, seguramente con armamento procedente de las mismas naciones con las que está luchando en la actualidad y miles de yihadistas que ha conseguido reclutar en todo el mundo, formar un verdadero ejército, bien pertrechado que, mediante la implantación del terror, el desprecio por las vidas humanas y valiéndose del señuelo religiosos, la Yihad de los muyahidines, ha conseguido establecer un reino del terror con el que ha pretendido asustar y vencer a las potencias occidentales. No les ha salido bien, han cometido miles de barbaridades y genocidios, pero, en el terreno de la guerra convencional no tienen posibilidad alguna de vencer.

No obstante, sí llevan las de ganar en su intento de crear un estado de alarma permanente en todos aquellos países occidentales. Sus tácticas terroristas basadas en comando suicidas, van siendo cada vez más sofisticadas, más difíciles de descubrir antes de que se produzcan los atentados y más cruentas, teniendo en cuenta que, un solo hombre, con un chaleco explosivo, con un Kalashnikov , un camión o armado simplemente de un cuchillo; aparte de tener la posibilidad, si se halla en una concentración urbana, de causar cientos o miles de muertos, consigue un efecto añadido de desmoralización, inseguridad, temor y pánico, capaz de crear una verdadera psicosis entre la ciudadanía, cada vez más sensibilizada ante este tipo de actuaciones.

Y eso nos hace reflexionar respecto a esta actitud, muy propia del señor Barak Obama, de no golpear contundentemente, de limitarse a raid aéreos, de no atacar determinados puntos estratégicos por el temor a la repercusión que los posibles “daños colaterales” pudieran causar en su imagen y en sus posibilidades electorales. Los rusos, en este aspecto, han actuado con mayor eficiencia, con medios más adecuados, con estrategias más elaboradas y con resultados mucho más tangibles y efectivos; con menos medios que los americanos, pero sin considerar que la guerra contra el EI era una batalla de guante blanco en la que, el temor de las grandes potencias occidentales a ser tachadas de violentas, les ha llevado a convertir una batalla que se hubiera podido solventar en unos meses, en una verdadera pesadilla en la que, cada objetivo a alcanzar, cuesta miles de muertos y, lo que es peor, miles de civiles inocentes masacrados como resultado de las venganzas que los yihadistas practican con ellos, como un medio de atemorizar al adversario.

Y lo peor de todo. Los terroristas están usando armas de todas las clases, material bélico, municiones y todo tipo de modernos pertrechos, que son de procedencia de las fábricas de material bélico de aquellos países, presuntamente más civilizados y responsables, a los que se están enfrentando. Es lógico sospechar que, si la guerra contra el Daesh, aunque de signo favorable a los aliados occidentales, está durando más tiempo del previsto, se debe, sin duda, a que no hay ningún interés en que se termine pronto. Los lobbies económicos que yacen en las catacumbas de la política, son los que siguen alimentando a estos hipócritas que lloran con lágrimas de cocodrilo los efectos letales de una batalla que ya viene causando millones de desplazados y que, paradójicamente, constituyen uno de los problemas más acusados en aquellas naciones que, en teoría, deberían hacerse cargo de ellos. Y, todo ello, sin tener en cuenta la facilidad que les ha proporcionado, a los terroristas islámicos, el poder introducirse, mezclados con las víctimas de la guerra, en aquellas naciones en las que intentan actuar.

El peligro de que los islamistas decidan cambiar de táctica y decidan dedicar todos sus esfuerzos, su potencia económica, sus miles de fanáticos dispuestos a todo, sus medios y su influencia en los estados árabes, a intentar, a través de los estados musulmanes situados al norte de África lo que no les ha salido a su gusto en Oriente Medio; sigue estando vigente. Las fronteras españolas de Ceuta y Melilla, aunque han dejado de estar en un primer plano de la actualidad, siguen mostrándose permeables, a pesar de las obras de protección y disuasión llevadas a cabo en sus respectivas fronteras, a oleadas de inmigrantes que consiguen, en muchas ocasiones, penetrar en territorio español. ¿Qué sucedería si, como ya nos han amenazado en numerosas ocasiones, estos señores muyahidines, decidieran trasladar su ofensiva a través de las potencias norteafricanas, en las que la fuerza del islam es manifiesta y donde sus gobiernos, en muchas de ellas, están sujetos a situaciones políticas complicadas que podrían propiciar una nueva “primavera árabe”, sólo que, en esta ocasión, provocada por los señores de la guerra del Daesh?

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la inquietante impresión de que, en esta ocasión, “los árboles no nos dejan ver el bosque” o lo que vendría a ser lo mismo: los artificiales problemas internos que nos hemos ido creando, la inestabilidad del gobierno y el estar tan pendientes de Europa y del brexit inglés, nos está apartando de un tema en el cual podríamos llegar a ser protagonistas, como es la amenaza de que, España, se encuentre en primera línea dentro de los planes yihadistas, como una alternativa a la previsiblemente fracasada operación en Oriente Medio. Todo es posible.

¿Evolucionará el terrorismo yihadista hacia el norte de África?

Miguel Massanet
lunes, 5 de junio de 2017, 08:30 h (CET)
Es evidente que existe una situación generalizada de estupor ante este nuevo fenómeno del terrorismo, basado en el autosacrificio de quienes, sin aparente temor por perder la vida, en aras a unos preceptos de una religión mal entendida, peor explicada y, sin duda, torticeramente interpretada, como sumamente excluyente, nada tolerante y sanguinariamente impuesta y aplicada a todos aquellos que se han negado a aceptarla, negando a las personas sus más elementales derechos a decidir sobre qué hacer con sus vidas o qué creencias abrazar o rechazar. ¿Seremos capaces de prever, a tiempo, el segundo movimiento del EI?

Una y otra vez Europa se ve atacada por terroristas que lanzan su zarpazo mortal, hiriendo a la sociedad en aquel aspecto que más la puede doler, su seguridad, en lo que constituye el más indeclinable derecho que cualquier ciudadano puede exigir que se le respete: en su razonable petición de que se le deje vivir en paz, se le respete la vida y se le permita circular sin tener el temor de que, en cualquier momento y lugar, le pueda sorprender un loco fanático dispuesto a matar e inmolarse, sólo porque le han lavado el cerebro con adoctrinamientos extremistas e ideas falsamente basadas en una determinada creencia religiosa, basada en el exterminio de todos aquellos que no se conviertan a ella y acepten sus preceptos.

Últimamente, esta locura insana se ha dedicado a golpear al RU con especial insistencia. Tres atentados en unos pocos meses dan fe del especial interés del terrorismo islamista en maltratar al pueblo británico. La actuación de las fuerzas del orden es correcta, en líneas generales, pero tienen el hándicap, difícilmente superable, de que se enfrentan a locos suicidas que no tienen miedo a la muerte, que no se dejan capturar vivos y que pueden escoger, al ser lobos solitarios, el lugar, el momento y la hora en que dar suelta a sus instintos asesinos. No hay país que esté preparado, por muy buena policía de la que disponga, para este tipo de batallas urbanas, que no suponen enfrentarse a un ejército organizado, a una amenaza fácil de detectar o a una turba incontrolada a la que se la pueda dominar antes de que haya logrado sus maléficos objetivos.

Sin duda, una gran parte de lo que actualmente está sucediendo en Europa tiene su origen en el problema de Oriente Medio. En Irán, Irak, Afganistán, Libia, Yemen y toda una serie de países en los que el Islam es mayoritariamente considerado como la religión nacional, parece ser que, a partir de la llamada “Primavera árabe”, aprovechando el apoyo soterrado que algunos países europeos prestaron a aquel movimiento, iniciado en Túnez, dieron rienda suelta a viejas aspiraciones de grupos extremistas y aprovecharon los desórdenes, la inestabilidad, el desconcierto de las autoridades y el derrumbe de una serie de dictaduras, como la de Gadafi en Libia, que mantenían con mano férrea el orden y la disciplina, para ir implantado en el pueblo musulmán la idea de constituirse en una nación fuerte, teocrática, capaz de vencer a los “infieles”, con la ayuda de Ala´.

Seguramente los líderes occidentales, incluido el señor Obama, pensaron que se trataba de una más de estas insurrecciones propias de los periodos coloniales, a las que tan acostumbrados estaban países, como la Gran Bretaña y Francia, que tenían su propia “medicina”, la represión y el “enjaulamiento” de los líderes insurrectos, mediante una carnicería como las que tuvieron lugar en la India, cuando el señor Gandhi luchaba contra ellas con su sistema pacífico de huelgas de hambre. En esta ocasión, el incendio islamista no se ha concretado en una sola nación, ni ha sido estableciendo frentes de batalla a la antigua usanza. El EI o el Daesh, ha conseguido, seguramente con armamento procedente de las mismas naciones con las que está luchando en la actualidad y miles de yihadistas que ha conseguido reclutar en todo el mundo, formar un verdadero ejército, bien pertrechado que, mediante la implantación del terror, el desprecio por las vidas humanas y valiéndose del señuelo religiosos, la Yihad de los muyahidines, ha conseguido establecer un reino del terror con el que ha pretendido asustar y vencer a las potencias occidentales. No les ha salido bien, han cometido miles de barbaridades y genocidios, pero, en el terreno de la guerra convencional no tienen posibilidad alguna de vencer.

No obstante, sí llevan las de ganar en su intento de crear un estado de alarma permanente en todos aquellos países occidentales. Sus tácticas terroristas basadas en comando suicidas, van siendo cada vez más sofisticadas, más difíciles de descubrir antes de que se produzcan los atentados y más cruentas, teniendo en cuenta que, un solo hombre, con un chaleco explosivo, con un Kalashnikov , un camión o armado simplemente de un cuchillo; aparte de tener la posibilidad, si se halla en una concentración urbana, de causar cientos o miles de muertos, consigue un efecto añadido de desmoralización, inseguridad, temor y pánico, capaz de crear una verdadera psicosis entre la ciudadanía, cada vez más sensibilizada ante este tipo de actuaciones.

Y eso nos hace reflexionar respecto a esta actitud, muy propia del señor Barak Obama, de no golpear contundentemente, de limitarse a raid aéreos, de no atacar determinados puntos estratégicos por el temor a la repercusión que los posibles “daños colaterales” pudieran causar en su imagen y en sus posibilidades electorales. Los rusos, en este aspecto, han actuado con mayor eficiencia, con medios más adecuados, con estrategias más elaboradas y con resultados mucho más tangibles y efectivos; con menos medios que los americanos, pero sin considerar que la guerra contra el EI era una batalla de guante blanco en la que, el temor de las grandes potencias occidentales a ser tachadas de violentas, les ha llevado a convertir una batalla que se hubiera podido solventar en unos meses, en una verdadera pesadilla en la que, cada objetivo a alcanzar, cuesta miles de muertos y, lo que es peor, miles de civiles inocentes masacrados como resultado de las venganzas que los yihadistas practican con ellos, como un medio de atemorizar al adversario.

Y lo peor de todo. Los terroristas están usando armas de todas las clases, material bélico, municiones y todo tipo de modernos pertrechos, que son de procedencia de las fábricas de material bélico de aquellos países, presuntamente más civilizados y responsables, a los que se están enfrentando. Es lógico sospechar que, si la guerra contra el Daesh, aunque de signo favorable a los aliados occidentales, está durando más tiempo del previsto, se debe, sin duda, a que no hay ningún interés en que se termine pronto. Los lobbies económicos que yacen en las catacumbas de la política, son los que siguen alimentando a estos hipócritas que lloran con lágrimas de cocodrilo los efectos letales de una batalla que ya viene causando millones de desplazados y que, paradójicamente, constituyen uno de los problemas más acusados en aquellas naciones que, en teoría, deberían hacerse cargo de ellos. Y, todo ello, sin tener en cuenta la facilidad que les ha proporcionado, a los terroristas islámicos, el poder introducirse, mezclados con las víctimas de la guerra, en aquellas naciones en las que intentan actuar.

El peligro de que los islamistas decidan cambiar de táctica y decidan dedicar todos sus esfuerzos, su potencia económica, sus miles de fanáticos dispuestos a todo, sus medios y su influencia en los estados árabes, a intentar, a través de los estados musulmanes situados al norte de África lo que no les ha salido a su gusto en Oriente Medio; sigue estando vigente. Las fronteras españolas de Ceuta y Melilla, aunque han dejado de estar en un primer plano de la actualidad, siguen mostrándose permeables, a pesar de las obras de protección y disuasión llevadas a cabo en sus respectivas fronteras, a oleadas de inmigrantes que consiguen, en muchas ocasiones, penetrar en territorio español. ¿Qué sucedería si, como ya nos han amenazado en numerosas ocasiones, estos señores muyahidines, decidieran trasladar su ofensiva a través de las potencias norteafricanas, en las que la fuerza del islam es manifiesta y donde sus gobiernos, en muchas de ellas, están sujetos a situaciones políticas complicadas que podrían propiciar una nueva “primavera árabe”, sólo que, en esta ocasión, provocada por los señores de la guerra del Daesh?

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la inquietante impresión de que, en esta ocasión, “los árboles no nos dejan ver el bosque” o lo que vendría a ser lo mismo: los artificiales problemas internos que nos hemos ido creando, la inestabilidad del gobierno y el estar tan pendientes de Europa y del brexit inglés, nos está apartando de un tema en el cual podríamos llegar a ser protagonistas, como es la amenaza de que, España, se encuentre en primera línea dentro de los planes yihadistas, como una alternativa a la previsiblemente fracasada operación en Oriente Medio. Todo es posible.

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