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Etiquetas | Miguel Hernandez | Historia
A Miguel

Miguel Hernandez o la forja de un taurino

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Era la primavera del 35, cuando José María de Cossío se subía bien temprano desde su casa al tranvía de la calle Alcalá hacia su despacho de la Editorial Espasa-Calpe en la calle Ríos Rosas 26. En esta ocasión no había subido apenas nadie cuando vio un joven repartir trozos de papel. Lo observó, cogió uno de ellos y leyó en silencio para sí. José María cerró sus gafas y lo llamó de inmediato. ¡Oiga usted! ¿Quién le ha escrito esto? Yo, respondió el joven. ¿Pero cuántos años tiene usted? Veinticinco, volvió a responder mirándose los pies aquel muchacho. Esto es asombroso, qué personalidad, cimbreante, genial, perfecto, no he visto a nadie escribir así. ¿Sabe escribir a máquina? Si, aprendí en la notaría de Luis Meneses, afirmó sonriente el joven. Queda usted contratado en Espasa Calpe, por doscientas cincuenta pesetas al mes y será mi secretario personal. Juntos escribiremos de toros y haremos realidad la enciclopedia más completa de todas. Pero solo necesito saber su nombre y que acepte mi propuesta. Mi nombre es Miguel Hernández Gilbert, acabo de llegar de Orihuela y aquí tiene mi mano.

En el mes de junio del mismo año había aprendido Miguel sus primeras tareas, recogiendo documentación taurina en el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional y, cómo no, en la Hemeroteca Nacional, identificado siempre con un carnet de la UGT que Cossío le consiguió. El acopio de estos materiales sirvió y fueron de gran ayuda para la elaboración del tomo I. Aunque este volumen fue redactado por José María de Cossío, durante el periodo bélico entre 1936 y 1939, su publicación no se lleva a cabo hasta el año 1943.

Los materiales recopilados por Miguel Hernández no solamente fueron utilizados para la elaboración de Los Toros, ya que el gran esfuerzo de Miguel, orientado tan brillantemente por Cossío, tiene su reflejo en otras publicaciones taurinas, y así una de las más trascendentales colaboraciones mutuas es la de la colección de rarezas bibliográficas de los siglos XVII y XVIII, que compone “Advertencias y reglas para torear a caballo”; publicado en 1947. Este libro contiene un extenso prólogo, obra de Cossío, que ocupa 61 páginas. En el resto del volumen se recogen dieciséis tratados taurinos en prosa y dos en verso, pertenecientes todos ellos a los mencionados siglos.. Todos estos históricos textos destacan por su gran valor técnico y poético.

Miguel Hernández, además realizó algunas biografías de toreros célebres, y entre otras figuran las de Antonio Reverte, Manuel García ( “el Espartero”) o incluso José Ulloa ( “Tragabuches”). Es una lástima que nunca se reseñara, con mayor exactitud y precisión, cuáles más fueron realizadas por él en esta época de su vida.

En muchas ocasiones, Cossío y Hernández tuvieron incluso que viajar a las ciudades y pueblos más remotos del país con el único fin de buscar en sus domicilios particulares, peñas, bares y tabernas a los viejos aficionados del lugar, últimas “fuentes vivas” del saber taurino. Gracias a ese meticuloso estudio se logró obtener una gigantesca documentación gráfica y escrita jamás desvelada.

Miguel y José María mantuvieron siempre una estrecha y conmovida relación de amistad mutua, admiración y respeto, que se encuentran reflejados hoy en el extenso epistolario conservado actualmente en la Casona de Tudanca.

Esa estrecha vinculación llegó a su máximo exponente en una ocasión límite, cuando Miguel Hernández es detenido, hacia mayo del 39, en Portugal, al no llevar documentación, y es conducido por primera vez a la cárcel, concretamente a la 4ª galería, primera sala de Torrijos 65 en Madrid. Desde allí le escribe una tarjeta postal a Cossío, que se encontraba en la Editorial Espasa-Calpe, solicitándole ayuda para salir en libertad. El poeta finaliza la mencionada carta que publiqué en Espasa-Calpe por vez primera en 1999, con estas conmovedoras palabras de auxilio:

Querido primo José María: (…), por nuestra amistad, nuestra familia y nuestra poesía, insisto n pedirte este gran favor. Un abrazo, Miguel Hernández

Tras recibir la citada carta, José María hizo todo lo que estuvo en su mano para que su buen amigo saliese en libertad de la cárcel donde se encontraba recluido. No sólo le solía visitar con frecuencia en su propia celda, sino que durante muchas noches se quedaba en vela esperando en antesalas y despachos para hablar con ministros y generales, a fin de evitar que fuera fusilado al día siguiente.

El día 18 de enero de 1940 es juzgado en Consejo de Guerra y condenado a la pena capital. José María promovió encabezó personalmente un pliego de firmas de intelectuales avalando al poeta. Dicho pliego fue incorporado al sumario y su petición de clemencia fue finalmente atendida por el general Varela. Así rezaba la carta que se conserva en la Casona:

El Ministro del Ejército. Madrid 24 de junio de 1940. Mí querido amigo y compañero: Tengo el gusto de participarle que la pena capital que pesaba sobre DON MIGUEL HERNANDEZ GILBERT, por quien se interesaba, ha sido conmutada por la inmediata inferior, esperando que este acto de generosidad del Caudillo, obligará al agraciado a seguir una conducta que sea rectificación del pasado. Le saluda afectuosamente su atento s.s. y amigo. Firmado: J.E. Varela.

Aquel día José María fue a Torrijos con la carta, sonaron de nuevo los golpes de las cacerolas en los barrotes al grito: ¡Cossío ha venido! Abrieron su celda, nadie de sus compañeros habló, se abrazaron los dos y solo se escuchó a Miguel decir: Gracias por salvar la poesía española.

En los días sucesivos, no surtió ningún efecto las sucesivas peticiones de libertad total, puesto que sólo un año y nueve meses más tarde, Miguel Hernández con treinta y un años de edad, caería gravemente enfermo de tuberculosis por su continuada estancia en prisión, y tras las penalidades sufridas, falleció en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante el día 28 de junio de 1941, donde los amigos habían conseguido que se le trasladara para evitarle los rigores del tiempo.

Ocho años más tarde, José María tituló, escogió y prologó por expresa petición de su amigo Vicente Alexander y la propia viuda de Miguel, Josefina Manresa, una de las obras más conocidas e importantes del poeta “El rayo que no cesa” en la Colección Austral. Éste fue el libro que le sirvió al poeta más joven y dotado de todos, Miguel Hernández para ocupar definitivamente por méritos propios su primerísimo lugar de todas las épocas de la poesía castellana…. “Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro”….

Miguel Hernández, señores de Ganar Alicante y Compromiso, fue más que la escultura de una hoguera de Alicante o el rostro de un cartel taurino junto a sus versos de toros, fue el rayo que necesitaba la Fiesta para alcanzar su inmortalidad.

Miguel Hernandez o la forja de un taurino

A Miguel
Ignacio de Cossío
martes, 30 de mayo de 2017, 21:29 h (CET)
Era la primavera del 35, cuando José María de Cossío se subía bien temprano desde su casa al tranvía de la calle Alcalá hacia su despacho de la Editorial Espasa-Calpe en la calle Ríos Rosas 26. En esta ocasión no había subido apenas nadie cuando vio un joven repartir trozos de papel. Lo observó, cogió uno de ellos y leyó en silencio para sí. José María cerró sus gafas y lo llamó de inmediato. ¡Oiga usted! ¿Quién le ha escrito esto? Yo, respondió el joven. ¿Pero cuántos años tiene usted? Veinticinco, volvió a responder mirándose los pies aquel muchacho. Esto es asombroso, qué personalidad, cimbreante, genial, perfecto, no he visto a nadie escribir así. ¿Sabe escribir a máquina? Si, aprendí en la notaría de Luis Meneses, afirmó sonriente el joven. Queda usted contratado en Espasa Calpe, por doscientas cincuenta pesetas al mes y será mi secretario personal. Juntos escribiremos de toros y haremos realidad la enciclopedia más completa de todas. Pero solo necesito saber su nombre y que acepte mi propuesta. Mi nombre es Miguel Hernández Gilbert, acabo de llegar de Orihuela y aquí tiene mi mano.

En el mes de junio del mismo año había aprendido Miguel sus primeras tareas, recogiendo documentación taurina en el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional y, cómo no, en la Hemeroteca Nacional, identificado siempre con un carnet de la UGT que Cossío le consiguió. El acopio de estos materiales sirvió y fueron de gran ayuda para la elaboración del tomo I. Aunque este volumen fue redactado por José María de Cossío, durante el periodo bélico entre 1936 y 1939, su publicación no se lleva a cabo hasta el año 1943.

Los materiales recopilados por Miguel Hernández no solamente fueron utilizados para la elaboración de Los Toros, ya que el gran esfuerzo de Miguel, orientado tan brillantemente por Cossío, tiene su reflejo en otras publicaciones taurinas, y así una de las más trascendentales colaboraciones mutuas es la de la colección de rarezas bibliográficas de los siglos XVII y XVIII, que compone “Advertencias y reglas para torear a caballo”; publicado en 1947. Este libro contiene un extenso prólogo, obra de Cossío, que ocupa 61 páginas. En el resto del volumen se recogen dieciséis tratados taurinos en prosa y dos en verso, pertenecientes todos ellos a los mencionados siglos.. Todos estos históricos textos destacan por su gran valor técnico y poético.

Miguel Hernández, además realizó algunas biografías de toreros célebres, y entre otras figuran las de Antonio Reverte, Manuel García ( “el Espartero”) o incluso José Ulloa ( “Tragabuches”). Es una lástima que nunca se reseñara, con mayor exactitud y precisión, cuáles más fueron realizadas por él en esta época de su vida.

En muchas ocasiones, Cossío y Hernández tuvieron incluso que viajar a las ciudades y pueblos más remotos del país con el único fin de buscar en sus domicilios particulares, peñas, bares y tabernas a los viejos aficionados del lugar, últimas “fuentes vivas” del saber taurino. Gracias a ese meticuloso estudio se logró obtener una gigantesca documentación gráfica y escrita jamás desvelada.

Miguel y José María mantuvieron siempre una estrecha y conmovida relación de amistad mutua, admiración y respeto, que se encuentran reflejados hoy en el extenso epistolario conservado actualmente en la Casona de Tudanca.

Esa estrecha vinculación llegó a su máximo exponente en una ocasión límite, cuando Miguel Hernández es detenido, hacia mayo del 39, en Portugal, al no llevar documentación, y es conducido por primera vez a la cárcel, concretamente a la 4ª galería, primera sala de Torrijos 65 en Madrid. Desde allí le escribe una tarjeta postal a Cossío, que se encontraba en la Editorial Espasa-Calpe, solicitándole ayuda para salir en libertad. El poeta finaliza la mencionada carta que publiqué en Espasa-Calpe por vez primera en 1999, con estas conmovedoras palabras de auxilio:

Querido primo José María: (…), por nuestra amistad, nuestra familia y nuestra poesía, insisto n pedirte este gran favor. Un abrazo, Miguel Hernández

Tras recibir la citada carta, José María hizo todo lo que estuvo en su mano para que su buen amigo saliese en libertad de la cárcel donde se encontraba recluido. No sólo le solía visitar con frecuencia en su propia celda, sino que durante muchas noches se quedaba en vela esperando en antesalas y despachos para hablar con ministros y generales, a fin de evitar que fuera fusilado al día siguiente.

El día 18 de enero de 1940 es juzgado en Consejo de Guerra y condenado a la pena capital. José María promovió encabezó personalmente un pliego de firmas de intelectuales avalando al poeta. Dicho pliego fue incorporado al sumario y su petición de clemencia fue finalmente atendida por el general Varela. Así rezaba la carta que se conserva en la Casona:

El Ministro del Ejército. Madrid 24 de junio de 1940. Mí querido amigo y compañero: Tengo el gusto de participarle que la pena capital que pesaba sobre DON MIGUEL HERNANDEZ GILBERT, por quien se interesaba, ha sido conmutada por la inmediata inferior, esperando que este acto de generosidad del Caudillo, obligará al agraciado a seguir una conducta que sea rectificación del pasado. Le saluda afectuosamente su atento s.s. y amigo. Firmado: J.E. Varela.

Aquel día José María fue a Torrijos con la carta, sonaron de nuevo los golpes de las cacerolas en los barrotes al grito: ¡Cossío ha venido! Abrieron su celda, nadie de sus compañeros habló, se abrazaron los dos y solo se escuchó a Miguel decir: Gracias por salvar la poesía española.

En los días sucesivos, no surtió ningún efecto las sucesivas peticiones de libertad total, puesto que sólo un año y nueve meses más tarde, Miguel Hernández con treinta y un años de edad, caería gravemente enfermo de tuberculosis por su continuada estancia en prisión, y tras las penalidades sufridas, falleció en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante el día 28 de junio de 1941, donde los amigos habían conseguido que se le trasladara para evitarle los rigores del tiempo.

Ocho años más tarde, José María tituló, escogió y prologó por expresa petición de su amigo Vicente Alexander y la propia viuda de Miguel, Josefina Manresa, una de las obras más conocidas e importantes del poeta “El rayo que no cesa” en la Colección Austral. Éste fue el libro que le sirvió al poeta más joven y dotado de todos, Miguel Hernández para ocupar definitivamente por méritos propios su primerísimo lugar de todas las épocas de la poesía castellana…. “Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro”….

Miguel Hernández, señores de Ganar Alicante y Compromiso, fue más que la escultura de una hoguera de Alicante o el rostro de un cartel taurino junto a sus versos de toros, fue el rayo que necesitaba la Fiesta para alcanzar su inmortalidad.

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