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Jacobo Caspanova

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo I

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Era una mañana fría, pero no para Jacobo Caspanova, que contemplaba las voluptuosas curvas de aquella preciosidad de rizados cabellos rubios. ¿Y a quién le importaba si llevaba el pelo rizado o liso? Jacobo Caspanova miraba directamente a los ojos (a los que están más abajo del cuello, claro está) y con una sonrisa coqueta desplazaba su dedo gordo por sus labios como imitando al italiano del anuncio de Martini. Luego le guiñaba el ojo para recibir más tarde su pertinente bofetada.

-¿¡Pero qué te has creído, pervertido!?

-Tú, nena, ¡estás en el bote!

Caspanova sonrió otra vez más y, mientras su Beatrice de grandes pechos y deliciosos pezones salía, se rascaba disimuladamente, no con ánimos masturbatorios, no, sino con la candidez principesca de un Dogo de Florencia. Caspanova encendió el primer cigarrillo del día, por eso de estar contento con su actuación.

-¡Cuasimodo, la hora del té! –exclamó Caspanova con el aplomo digno de un tenor.

Cuasimodo era su ayudante y compañero. Le contrató gracias a la ley que concedía ayudas por contratar deficientes o personas “poco dotadas para el trabajo intelectual”, como solía decir Caspanova muy eufemísticamente. Sin embargo, Cuasimodo tenía estudios elementales y había terminado cuarto de la E.S.O. con la sobresaliente calificación de “Apto” (asunto que le llenaba de orgullo no sólo por ser el primero en su familia que lograba tal hazaña, sino porque no es fácil llegar tan lejos en el módulo de integración). Sin embargo, Cuasimodo preparaba un té excelente cuando no le daba por escupir dentro, cuestión que se solucionaba rápidamente con una buena cucharilla.

-¿Lo prefiere con limón o con azúcar?

Caspanova pensó una vez más en su ídolo, el gran Sherlock Holmes, ¿qué respondería el grande y brillante detective? Caspanova había leído todas y cada una de las historias escritas por Connan Doyle pero no recordaba cómo prefería el té.

-Mira, Cuasi… mejor me preparas una pipa que tengo que resolver algún misterio.

-¿Y qué misterio se nos ofrece hoy, señor?

-Precisamente ése, Cuasi: ¡habrá que encontrar uno! ¡A mí la prensa!

Cuasimodo se dirigió a la habitación contigua y echó un ojo a las revistas: todo prensa del corazón con fecha de un año antes. No importaba porque su amo jamás leía una frase de aquellos magazines y sólo se dignaba a echar un ojo a los pechos de las señoritas de la farándula que aquellas revistas llenaban.

-Aquí está la prensa señor. ¿Prefiere tabaco de Virginia o de Siria?

-¡Que sea Virginia, Cuasi! ¿Sabes? Hace no demasiado tiempo conocí a una Virginia… Ummm, ¡qué formas más perfectas y qué vientre tan divino! Supe por sus labios que nunca sería mía.

-¿Hace cuánto que no…?

-¡Pero Cuasimodo! Se nota que careces de inteligencia. ¿Sabías que Holmes era tenido por misógino? Sé que no sabes y ni siquiera te importa lo que significa “misógino” pero yo te lo diré: que odia a las mujeres. Es por ello que creo, al igual que el gran Holmes, que no es bueno el contacto femenino cuando se trabaja en asuntos de alta dificultad intelectual. Sé que no eres capaz de comprenderlo porque eres como eres, pero yo también creo que los deficientes tienen alma y por eso te respeto y hasta te admiro.

Cuasimodo era tonto hasta más no poder y lo reconocía, pero a veces y sólo a veces, su amo le parecía cuanto menos igual de idiota que sus compañeros de integración.

-¿Desea algo más el señor?

-No, ya sabes… ahora déjame solo para empaparme del misterio, Casi.

Cuasimodo conocía el sistema: tenía que cerrar la puerta para no volver a encontrarse a su amo jugando con su… aparatillo del amor. Cumplía esta tarea a rajatabla, sentándose en la silla exterior y escuchando algún que otro jadeo desde el interior. ¡Qué costumbres tan extrañas tienen los genios!

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo I

Jacobo Caspanova
Martín Cid
miércoles, 14 de septiembre de 2011, 12:41 h (CET)


Era una mañana fría, pero no para Jacobo Caspanova, que contemplaba las voluptuosas curvas de aquella preciosidad de rizados cabellos rubios. ¿Y a quién le importaba si llevaba el pelo rizado o liso? Jacobo Caspanova miraba directamente a los ojos (a los que están más abajo del cuello, claro está) y con una sonrisa coqueta desplazaba su dedo gordo por sus labios como imitando al italiano del anuncio de Martini. Luego le guiñaba el ojo para recibir más tarde su pertinente bofetada.

-¿¡Pero qué te has creído, pervertido!?

-Tú, nena, ¡estás en el bote!

Caspanova sonrió otra vez más y, mientras su Beatrice de grandes pechos y deliciosos pezones salía, se rascaba disimuladamente, no con ánimos masturbatorios, no, sino con la candidez principesca de un Dogo de Florencia. Caspanova encendió el primer cigarrillo del día, por eso de estar contento con su actuación.

-¡Cuasimodo, la hora del té! –exclamó Caspanova con el aplomo digno de un tenor.

Cuasimodo era su ayudante y compañero. Le contrató gracias a la ley que concedía ayudas por contratar deficientes o personas “poco dotadas para el trabajo intelectual”, como solía decir Caspanova muy eufemísticamente. Sin embargo, Cuasimodo tenía estudios elementales y había terminado cuarto de la E.S.O. con la sobresaliente calificación de “Apto” (asunto que le llenaba de orgullo no sólo por ser el primero en su familia que lograba tal hazaña, sino porque no es fácil llegar tan lejos en el módulo de integración). Sin embargo, Cuasimodo preparaba un té excelente cuando no le daba por escupir dentro, cuestión que se solucionaba rápidamente con una buena cucharilla.

-¿Lo prefiere con limón o con azúcar?

Caspanova pensó una vez más en su ídolo, el gran Sherlock Holmes, ¿qué respondería el grande y brillante detective? Caspanova había leído todas y cada una de las historias escritas por Connan Doyle pero no recordaba cómo prefería el té.

-Mira, Cuasi… mejor me preparas una pipa que tengo que resolver algún misterio.

-¿Y qué misterio se nos ofrece hoy, señor?

-Precisamente ése, Cuasi: ¡habrá que encontrar uno! ¡A mí la prensa!

Cuasimodo se dirigió a la habitación contigua y echó un ojo a las revistas: todo prensa del corazón con fecha de un año antes. No importaba porque su amo jamás leía una frase de aquellos magazines y sólo se dignaba a echar un ojo a los pechos de las señoritas de la farándula que aquellas revistas llenaban.

-Aquí está la prensa señor. ¿Prefiere tabaco de Virginia o de Siria?

-¡Que sea Virginia, Cuasi! ¿Sabes? Hace no demasiado tiempo conocí a una Virginia… Ummm, ¡qué formas más perfectas y qué vientre tan divino! Supe por sus labios que nunca sería mía.

-¿Hace cuánto que no…?

-¡Pero Cuasimodo! Se nota que careces de inteligencia. ¿Sabías que Holmes era tenido por misógino? Sé que no sabes y ni siquiera te importa lo que significa “misógino” pero yo te lo diré: que odia a las mujeres. Es por ello que creo, al igual que el gran Holmes, que no es bueno el contacto femenino cuando se trabaja en asuntos de alta dificultad intelectual. Sé que no eres capaz de comprenderlo porque eres como eres, pero yo también creo que los deficientes tienen alma y por eso te respeto y hasta te admiro.

Cuasimodo era tonto hasta más no poder y lo reconocía, pero a veces y sólo a veces, su amo le parecía cuanto menos igual de idiota que sus compañeros de integración.

-¿Desea algo más el señor?

-No, ya sabes… ahora déjame solo para empaparme del misterio, Casi.

Cuasimodo conocía el sistema: tenía que cerrar la puerta para no volver a encontrarse a su amo jugando con su… aparatillo del amor. Cumplía esta tarea a rajatabla, sentándose en la silla exterior y escuchando algún que otro jadeo desde el interior. ¡Qué costumbres tan extrañas tienen los genios!

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