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Nuestro sistema político no está preparado para la clase de batalla que se está desarrollando ahora

¿Cuánto ha aprendido Obama?

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WASHINGTON -- . El Presidente Obama ha tardado en adaptarse. El votante está desconcertado y frustrado por él comprensiblemente. En el ínterin, la economía se sitúa en la frontera entre estancamiento y algo peor.

El discurso del Presidente al Congreso y el debate presidencial Republicano de la semana pasada deberían de habernos enseñado que ya no poblamos el mundo de los manuales de buenos modales en el que nuestras formaciones políticas zanjan sus diferencias y alcanzan soluciones imperfectas pero razonablemente satisfactorias.

Hoy nos enfrentamos a una división fundamental en torno a los interrogantes más básicos: ¿El estado es bueno o es malo? ¿La intervención del estado puede hacer que la economía privada funcione mejor, o todos los esfuerzos por alterar el rumbo del mercado -- por parte del Congreso, del presidente, de la Reserva Federal -- están condenados al fracaso?

Cuando políticos y partidarios se muestran seguros de que la otra parte sigue políticas que destruirán todo lo apreciado, el compromiso no se convierte en el recurso conveniente sino en "casi traición", por utilizar la fórmula vertida por el Gobernador de Texas Rick Perry.

En estas circunstancias, correr riesgos enormes con el bienestar del país como hicieron los congresistas Republicanos al fragor de la batalla del techo de la deuda deja de considerarse impensable. Pasa a ser una forma de patriotismo. Cuando las ideas de tu oposición son tan ruines, es mejor tentar al caos, ganar el enfrentamiento y hacer recuento de daños más tarde.

Y para rematar las faena -- y confundirla más -- las dos formaciones no son equitativamente distantes del centro político. Vivimos una era de polarización asimétrica.

Justamente porque ellos tienen fe en el estado y en el mercado en la misma medida, los Demócratas están siempre más dispuestos al compromiso. La alocución económica de Obama del pasado jueves se consideró dura y firme porque por fin pedía cuentas a los congresistas Republicanos. A los progresistas les gustó la nueva fortaleza, y también las sumas de dinero relativamente cuantiosas que Obama movilizará para devolver la vitalidad a la economía.

Pero las ideas de Obama no tuvieron nada de remotamente radical (ni siquiera de particularmente izquierdista): rebajas fiscales, sensibles muchas de ellas al sector privado, y nuevas medidas de gasto público destinado a proyectos tan exóticos como, bueno, enseñanza e infraestructuras. Como dijo el presidente, todas sus propuestas obtuvieron el apoyo Republicano en el pasado.

Él estaba hablando, no obstante, del Partido Republicano que había antes de que fuera tomado por la nueva sensibilidad que vincula el individualismo radical a un rechazo al estado que dejaría de una pieza a Hamilton, a Clay, a Lincoln y, que Dios le tenga en su gloria, al Senador Republicano Robert Taft.

De esta forma, el Partido Republicano visualiza la solución a la crisis en las medidas de las que siempre ha sido partidaria su ala derecha: destrucción de los regímenes de regulación, mantener bajos los impuestos a las rentas altas, recortes de los programas públicos e impedir que el gobernador de la Reserva Ben Bernanke y la Reserva se expongan al punto más diminuto de inflación y que de esa forma diluyan, momentáneamente incluso, la riqueza de los que siempre han sido ricos.

El debate Republicano de la semana pasada fue instructivo en el sentido de demostrar lo profundamente que ha llegado esta nueva ortodoxia. Poner al gobernador de la Reserva Bernanke y al estado a caer de un burro está de moda. Perry se unió a la locura doctrinaria de sus rivales manifestada en un debate anterior. Les copió al decir que él rechazará un acuerdo presupuestario que recorte el gasto público 10 dólares por cada dólar de subida tributaria. (Un colega mío sugería que habrá que preguntar a los candidatos sus opiniones de cocientes 20 a 1 ó 50 dólares a 1).

Hasta la fecha, Obama ha actuado como si no hubiera novedad en el seno del Partido Republicano. Él seguía hablando de bipartidismo y trató de alcanzar un gran acuerdo presupuestario con el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner no en una, sino en dos ocasiones. Como era totalmente de esperar, las dos le estallaron en la cara.

El presidente parece haber despertado al peligro al que se enfrenta. En su discurso al Congreso, señalaba puntualmente a los convencidos "de que lo único que podemos hacer para recuperar la prosperidad es desmantelar el estado simplemente, devolver el dinero a todo hijo de vecino y dejar que todo el mundo ponga sus normas y decir a todos que están a su suerte". Añadía: "Nosotros no somos así. Esa no es la historia de América".

Pero así es justamente como cree que somos el Partido Republicano.

El presidente ha ofrecido elocuentes defensas del papel del estado en el pasado, sólo para volver a fantasías bipartidistas que, en último término, siempre le hacen parecer débil. El interrogante capital -- de su plan de empleo y de su futuro -- es si esta vez va a permanecer fiel al análisis de la naturaleza de nuestro planteamiento político que ve las cosas como están, no como a él le gustaría que estuvieran, o no.

¿Cuánto ha aprendido Obama?

Nuestro sistema político no está preparado para la clase de batalla que se está desarrollando ahora
E. J. Dionne
lunes, 12 de septiembre de 2011, 06:49 h (CET)
WASHINGTON -- . El Presidente Obama ha tardado en adaptarse. El votante está desconcertado y frustrado por él comprensiblemente. En el ínterin, la economía se sitúa en la frontera entre estancamiento y algo peor.

El discurso del Presidente al Congreso y el debate presidencial Republicano de la semana pasada deberían de habernos enseñado que ya no poblamos el mundo de los manuales de buenos modales en el que nuestras formaciones políticas zanjan sus diferencias y alcanzan soluciones imperfectas pero razonablemente satisfactorias.

Hoy nos enfrentamos a una división fundamental en torno a los interrogantes más básicos: ¿El estado es bueno o es malo? ¿La intervención del estado puede hacer que la economía privada funcione mejor, o todos los esfuerzos por alterar el rumbo del mercado -- por parte del Congreso, del presidente, de la Reserva Federal -- están condenados al fracaso?

Cuando políticos y partidarios se muestran seguros de que la otra parte sigue políticas que destruirán todo lo apreciado, el compromiso no se convierte en el recurso conveniente sino en "casi traición", por utilizar la fórmula vertida por el Gobernador de Texas Rick Perry.

En estas circunstancias, correr riesgos enormes con el bienestar del país como hicieron los congresistas Republicanos al fragor de la batalla del techo de la deuda deja de considerarse impensable. Pasa a ser una forma de patriotismo. Cuando las ideas de tu oposición son tan ruines, es mejor tentar al caos, ganar el enfrentamiento y hacer recuento de daños más tarde.

Y para rematar las faena -- y confundirla más -- las dos formaciones no son equitativamente distantes del centro político. Vivimos una era de polarización asimétrica.

Justamente porque ellos tienen fe en el estado y en el mercado en la misma medida, los Demócratas están siempre más dispuestos al compromiso. La alocución económica de Obama del pasado jueves se consideró dura y firme porque por fin pedía cuentas a los congresistas Republicanos. A los progresistas les gustó la nueva fortaleza, y también las sumas de dinero relativamente cuantiosas que Obama movilizará para devolver la vitalidad a la economía.

Pero las ideas de Obama no tuvieron nada de remotamente radical (ni siquiera de particularmente izquierdista): rebajas fiscales, sensibles muchas de ellas al sector privado, y nuevas medidas de gasto público destinado a proyectos tan exóticos como, bueno, enseñanza e infraestructuras. Como dijo el presidente, todas sus propuestas obtuvieron el apoyo Republicano en el pasado.

Él estaba hablando, no obstante, del Partido Republicano que había antes de que fuera tomado por la nueva sensibilidad que vincula el individualismo radical a un rechazo al estado que dejaría de una pieza a Hamilton, a Clay, a Lincoln y, que Dios le tenga en su gloria, al Senador Republicano Robert Taft.

De esta forma, el Partido Republicano visualiza la solución a la crisis en las medidas de las que siempre ha sido partidaria su ala derecha: destrucción de los regímenes de regulación, mantener bajos los impuestos a las rentas altas, recortes de los programas públicos e impedir que el gobernador de la Reserva Ben Bernanke y la Reserva se expongan al punto más diminuto de inflación y que de esa forma diluyan, momentáneamente incluso, la riqueza de los que siempre han sido ricos.

El debate Republicano de la semana pasada fue instructivo en el sentido de demostrar lo profundamente que ha llegado esta nueva ortodoxia. Poner al gobernador de la Reserva Bernanke y al estado a caer de un burro está de moda. Perry se unió a la locura doctrinaria de sus rivales manifestada en un debate anterior. Les copió al decir que él rechazará un acuerdo presupuestario que recorte el gasto público 10 dólares por cada dólar de subida tributaria. (Un colega mío sugería que habrá que preguntar a los candidatos sus opiniones de cocientes 20 a 1 ó 50 dólares a 1).

Hasta la fecha, Obama ha actuado como si no hubiera novedad en el seno del Partido Republicano. Él seguía hablando de bipartidismo y trató de alcanzar un gran acuerdo presupuestario con el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner no en una, sino en dos ocasiones. Como era totalmente de esperar, las dos le estallaron en la cara.

El presidente parece haber despertado al peligro al que se enfrenta. En su discurso al Congreso, señalaba puntualmente a los convencidos "de que lo único que podemos hacer para recuperar la prosperidad es desmantelar el estado simplemente, devolver el dinero a todo hijo de vecino y dejar que todo el mundo ponga sus normas y decir a todos que están a su suerte". Añadía: "Nosotros no somos así. Esa no es la historia de América".

Pero así es justamente como cree que somos el Partido Republicano.

El presidente ha ofrecido elocuentes defensas del papel del estado en el pasado, sólo para volver a fantasías bipartidistas que, en último término, siempre le hacen parecer débil. El interrogante capital -- de su plan de empleo y de su futuro -- es si esta vez va a permanecer fiel al análisis de la naturaleza de nuestro planteamiento político que ve las cosas como están, no como a él le gustaría que estuvieran, o no.

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