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Hay casi 45 millones de parados en las economías avanzadas, un 50% más que en 2007

La parálisis económica

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WASHINGTON - El Banco de Compensación Internacional de Suiza acaba de publicar el informe anual, y es un documento severo. El BIS (como se le conoce) se constituyó en el año 1930 para administrar las compensaciones post-Primera Guerra Mundial de Alemania a Gran Bretaña y Francia. La Gran Depresión puso fin a las compensaciones, y hoy el BIS se encarga -entre otras cosas- del análisis sobrio de la economía global. Su informe más reciente rezuma mal agüero.

Considere:

- A tenor de la deuda pública: "Las turbulencias en el mercado que rodean a las crisis fiscales de Grecia, Irlanda y Portugal palidecerían al lado de la devastación que acompañaría a la pérdida de confianza del inversor en la deuda soberana de una economía importante".

- A tenor de la necesidad de tipos de interés más elevados: "Nuestras tentativas de amortiguar el golpe de la última crisis no tienen que sembrar por fuerza las semillas de la próxima".

- A tenor de la inflación: "Los riesgos de la inflación se han visto impulsados al alza por... la paulatina debilidad económica y las subidas de los precios de la comida, la energía y el resto de artículos".

A través del informe del BIS, tendrá problemas para saber que hay casi 45 millones de parados en las economías avanzadas, un 50% más que en 2007. ¿Pero pueden hacer algo al respecto los gobiernos? El BIS no tiene respuesta. La legislación económica parece paralizada. Reina una sensación casi palpable de impotencia, ya se lea el informe del BIS o se escuche al gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke en su reciente rueda de prensa. A la economía parece habérsele agotado las herramientas. Paciencia y oración son las que quedan: la liberación la semana pasada de las reservas soberanas de petróleo, por ejemplo, fue una desesperada oración para pedir precios de los combustibles más bajos.

Siendo justos, ciertos economistas keynesianos (en honor al economista británico John Maynard Keynes) aducen que el problema es la tibieza de las medidas, no la impotencia. Los gobiernos podrían hacer más; simplemente no lo hacen. Podrían gastar más o bajar los impuestos más; los déficits presupuestarios -- en Estados Unidos por lo menos -- no tienen gran importancia en este momento. La Reserva podría activar una tercera intervención de flexibilización cuantitativa, adquirir más títulos de deuda pública para tratar de rebajar los tipos de interés a largo plazo.

A lo mejor los keynesianos tienen razón. Pero no han prevalecido porque existen razones plausibles -- si bien no concluyentes -- para pensar que se equivocan. Los economistas discuten airadamente en torno al efecto "multiplicador" de registrar déficits públicos mayores: el empujón que te llevas por cada pavo. Un estudio concluye que la repercusión es mucho mayor durante las recesiones que durante las recuperaciones. Esto parece razonable e insinúa que la batería de medidas de estímulo del Presidente Obama en 2009 ayudó pero que una nueva batería haría menos.

Podría suscitar actos que neutralizarían el efecto benéfico. Suponga que el consumidor lo interpreta como señal de miedo y pierde confianza. Si eleva su ahorro un entero porcentual, eso contrarrestaría los 120.000 millones de dólares de gasto público extra. O los inversores pueden reaccionar ante el mayor endeudamiento público disparando los tipos, aunque eso no ha sucedido aún. (Los tipos de la deuda soberana a 10 años se sitúan en el 3%).

La incertidumbre es enorme. La misma advertencia es válida para la Reserva; las pruebas de que la segunda intervención de flexibilización cuantitativa -- la compra de 600.000 millones de dólares en valores del Tesoro -- ayudó a la economía son escasas, aunque Bernanke afirme que disipó los temores a la deflación, léase precios en picado.

Otra escuela de pensamiento económico, caracterizada por el BIS, afirma que un hincapié obsesivo en los resultados económicos a corto plazo nos metió en problemas, y que no deberíamos de repetir ese error. Acumular demasiada deuda ahora podría agravar futuras crisis. Hacer caso omiso a los indicadores incipientes de inflación va a generar más inflación. Las buenas políticas se verán recompensadas en última instancia con crecimientos económicos rotundos. Esto parece inteligente pero plantea problemas prácticos.

Puede que montones de baterías de medidas de estímulo no puedan rescatar a la economía global pero montones de medidas de austeridad puedan hundirla. Nuestra tesitura consiste en que no son sólo unas cuantas economías las que se enfrentan a la austeridad sino la mayor parte de las naciones avanzadas. Llegamos al momento histórico de saldar las cuentas del estado del bienestar post-Segunda Guerra Mundial lastrados por poblaciones envejecidas y deudas enormes. La deuda pública bruta de Alemania es del 87% de su economía (producto nacional bruto); del 213% en el caso de Japón; del 89% en el de Gran Bretaña; y del 101% en el de Estados Unidos, recoge el BIS. (Su definición de la deuda redunda en cifras más elevadas que el cálculo norteamericano estándar). Grecia no está sola.

Estados Unidos, Europa y Japón siguen representando alrededor de la mitad de la economía mundial. Si todos recortaran el gasto público y subieran los impuestos (para controlar la deuda) y subieran los tipos (para prevenir la inflación), ¿de dónde saldría el crecimiento?

Sobre el papel, hay respuestas. Los estados pueden comprometerse con futuras reducciones del déficit sin debilitar la recuperación si sus medidas resultan "solventes". Esto es más fácil de decir que de hacer. O el "nuevo mundo" en expansión - China, la India, Brasil - podría rescatar al viejo. A lo mejor. Pero estas economías también registran las inflaciones más elevadas: casi el 6% en el caso de China, el 9% en el caso de la India. O la actual desaceleración podría demostrar ser temporal; la demanda privada podría reanimarse.

Las necesidades actuales de apuntalar la recuperación parecen chocar frontalmente con las necesidades futuras de reducir de forma drástica la deuda pública. Nuestro debate público es confuso y nuestra legislación está paralizada porque nadie -- Obama el más obvio - ha desactivado la contradicción.

La parálisis económica

Hay casi 45 millones de parados en las economías avanzadas, un 50% más que en 2007
Robert J. Samuelson
domingo, 26 de junio de 2011, 08:41 h (CET)
WASHINGTON - El Banco de Compensación Internacional de Suiza acaba de publicar el informe anual, y es un documento severo. El BIS (como se le conoce) se constituyó en el año 1930 para administrar las compensaciones post-Primera Guerra Mundial de Alemania a Gran Bretaña y Francia. La Gran Depresión puso fin a las compensaciones, y hoy el BIS se encarga -entre otras cosas- del análisis sobrio de la economía global. Su informe más reciente rezuma mal agüero.

Considere:

- A tenor de la deuda pública: "Las turbulencias en el mercado que rodean a las crisis fiscales de Grecia, Irlanda y Portugal palidecerían al lado de la devastación que acompañaría a la pérdida de confianza del inversor en la deuda soberana de una economía importante".

- A tenor de la necesidad de tipos de interés más elevados: "Nuestras tentativas de amortiguar el golpe de la última crisis no tienen que sembrar por fuerza las semillas de la próxima".

- A tenor de la inflación: "Los riesgos de la inflación se han visto impulsados al alza por... la paulatina debilidad económica y las subidas de los precios de la comida, la energía y el resto de artículos".

A través del informe del BIS, tendrá problemas para saber que hay casi 45 millones de parados en las economías avanzadas, un 50% más que en 2007. ¿Pero pueden hacer algo al respecto los gobiernos? El BIS no tiene respuesta. La legislación económica parece paralizada. Reina una sensación casi palpable de impotencia, ya se lea el informe del BIS o se escuche al gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke en su reciente rueda de prensa. A la economía parece habérsele agotado las herramientas. Paciencia y oración son las que quedan: la liberación la semana pasada de las reservas soberanas de petróleo, por ejemplo, fue una desesperada oración para pedir precios de los combustibles más bajos.

Siendo justos, ciertos economistas keynesianos (en honor al economista británico John Maynard Keynes) aducen que el problema es la tibieza de las medidas, no la impotencia. Los gobiernos podrían hacer más; simplemente no lo hacen. Podrían gastar más o bajar los impuestos más; los déficits presupuestarios -- en Estados Unidos por lo menos -- no tienen gran importancia en este momento. La Reserva podría activar una tercera intervención de flexibilización cuantitativa, adquirir más títulos de deuda pública para tratar de rebajar los tipos de interés a largo plazo.

A lo mejor los keynesianos tienen razón. Pero no han prevalecido porque existen razones plausibles -- si bien no concluyentes -- para pensar que se equivocan. Los economistas discuten airadamente en torno al efecto "multiplicador" de registrar déficits públicos mayores: el empujón que te llevas por cada pavo. Un estudio concluye que la repercusión es mucho mayor durante las recesiones que durante las recuperaciones. Esto parece razonable e insinúa que la batería de medidas de estímulo del Presidente Obama en 2009 ayudó pero que una nueva batería haría menos.

Podría suscitar actos que neutralizarían el efecto benéfico. Suponga que el consumidor lo interpreta como señal de miedo y pierde confianza. Si eleva su ahorro un entero porcentual, eso contrarrestaría los 120.000 millones de dólares de gasto público extra. O los inversores pueden reaccionar ante el mayor endeudamiento público disparando los tipos, aunque eso no ha sucedido aún. (Los tipos de la deuda soberana a 10 años se sitúan en el 3%).

La incertidumbre es enorme. La misma advertencia es válida para la Reserva; las pruebas de que la segunda intervención de flexibilización cuantitativa -- la compra de 600.000 millones de dólares en valores del Tesoro -- ayudó a la economía son escasas, aunque Bernanke afirme que disipó los temores a la deflación, léase precios en picado.

Otra escuela de pensamiento económico, caracterizada por el BIS, afirma que un hincapié obsesivo en los resultados económicos a corto plazo nos metió en problemas, y que no deberíamos de repetir ese error. Acumular demasiada deuda ahora podría agravar futuras crisis. Hacer caso omiso a los indicadores incipientes de inflación va a generar más inflación. Las buenas políticas se verán recompensadas en última instancia con crecimientos económicos rotundos. Esto parece inteligente pero plantea problemas prácticos.

Puede que montones de baterías de medidas de estímulo no puedan rescatar a la economía global pero montones de medidas de austeridad puedan hundirla. Nuestra tesitura consiste en que no son sólo unas cuantas economías las que se enfrentan a la austeridad sino la mayor parte de las naciones avanzadas. Llegamos al momento histórico de saldar las cuentas del estado del bienestar post-Segunda Guerra Mundial lastrados por poblaciones envejecidas y deudas enormes. La deuda pública bruta de Alemania es del 87% de su economía (producto nacional bruto); del 213% en el caso de Japón; del 89% en el de Gran Bretaña; y del 101% en el de Estados Unidos, recoge el BIS. (Su definición de la deuda redunda en cifras más elevadas que el cálculo norteamericano estándar). Grecia no está sola.

Estados Unidos, Europa y Japón siguen representando alrededor de la mitad de la economía mundial. Si todos recortaran el gasto público y subieran los impuestos (para controlar la deuda) y subieran los tipos (para prevenir la inflación), ¿de dónde saldría el crecimiento?

Sobre el papel, hay respuestas. Los estados pueden comprometerse con futuras reducciones del déficit sin debilitar la recuperación si sus medidas resultan "solventes". Esto es más fácil de decir que de hacer. O el "nuevo mundo" en expansión - China, la India, Brasil - podría rescatar al viejo. A lo mejor. Pero estas economías también registran las inflaciones más elevadas: casi el 6% en el caso de China, el 9% en el caso de la India. O la actual desaceleración podría demostrar ser temporal; la demanda privada podría reanimarse.

Las necesidades actuales de apuntalar la recuperación parecen chocar frontalmente con las necesidades futuras de reducir de forma drástica la deuda pública. Nuestro debate público es confuso y nuestra legislación está paralizada porque nadie -- Obama el más obvio - ha desactivado la contradicción.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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