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El maltrato animal sigue siendo justificado bajo el nombre de la tradición artística, de espectáculos, con falsos argumentos científicos e incluso con razonamientos metafísicos. Patrañas que generan sufrimiento y alivian conciencias

La justificación del maltrato animal - mecanicismo, pseudociencia y tradición

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La relación de las personas con su entorno ha sido siempre un tema de debate, tanto por la cosmovisión que a lo largo del tiempo han sostenido las culturas, como por el modo en que hemos tratado a los animales. A pesar de contar 2017 años en el calendario gregoriano, algunas ideas relacionadas con los animales han sobrevivido momificadas desde la Edad Media y el siglo XVII hasta la actualidad, siendo utilizadas por muchos como justificación para seguir haciendo daño a la fauna.

La violencia de los humanos hacia los animales es selectiva, siendo la principal diferencia la distinción entre animales domésticos y no domésticos. Debido a la convivencia milenaria de algunos animales con las personas como perros, gatos, tortugas, ratones, aves de cetrería o pájaros de canto, entre otros, son considerados mascotas, animales que nos acompañan, ayudan o incluso amenizan el día. Sin embargo, más allá de un puñado de animales elegidos culturalmente, el resto son considerados reses, trofeos de caza / pesca o alimañas.

En España tenemos como espectáculo nacional la tauromaquia, defendida por muchos como arte, donde un toro de gran tamaño es apuñalado en el costado (por el picador), arponeado con ganchos que quedan suspendidos en el lomo del animal (por el banderillero), atravesado por una espada fina y larga que le alcanza el corazón (por el matador) y apuñalado (descabellado) por último si no se consigue acabar con la vida del animal. Entre medio, se le cansa al animal paseándolo con el capote mientras se desangra, al tiempo que la afición aplaude la valentía del torero por su agilidad al sortear al toro moribundo. Llama la atención que los defensores del toreo se horroricen al recordar el popular espectáculo que no hace más de un siglo llenaba las plazas, donde una jauría de pitbulls peleaba a muerte contra un toro. La vía del diálogo queda cerrada por completo con los taurinos, debido a la invención de explicaciones pseudocientíficas que afirman que no sienten dolor, argumentos teleológicos absurdos como que el destino del toro es morir en la plaza o razones menos sofísticadas como que de todas formas iba a morir y al menos da espectáculo y gloria.

Otro caso injustificable es el de las industrias cárnico-alimentarias, auténticos centros de sufrimiento antemortem del que somos responsables los consumidores. Desde la postura detractora del veganismo puro hasta la defensa mecaniscista del bando contrario, se puede arbitrar un reglamento que no infrinja dolor a los animales sacrificados y al mismo tiempo garantice el abastacimiento. En primer lugar, aquellos que utilizan explicaciones religiosas inventadas, no solo manipulan interesadamente y deforman el mensaje de su credo, sino que justifican el sufrimiento con el objetivo de aliviar su conciencia. Afirmar que los animales no tienen alma y que por eso no sienten, queriendo utilizar este argumento con autoridad, es una cuestión tan absurda como pretender demostrar empíricamente cualquier otro concepto metafísico. Independientemente de las creencias de cada uno, que deben respetadas para ser respetados, debemos poner un límite sencillo: las creencias no deben matar, sino crear conciliación entre las personas y el medio.

En tercer lugar, quisiéramos abordar el tema de la explotación de los productos derivados de los animales o de la cría y engorde de estos en tiempo récord. Lejos de la matanza tradicional que se limitaba a satisfacer las necesidades de la comunidad, es sabido que parte de la industría alimentaria debido al bajo precio que le compran sus productos y a la feroz competición comercial, utilizan métodos exprés de engorde: como sondar y alimentar a los animales en contra de su voluntad, suministrarle piensos hipercalóricos y criarlos en cautiverio, reduciendo así su desgaste. Si por un momento imagináramos este tratamiento a los infantes humanos, estaríamos presenciando un ejercicio de tortura en toda regla, una perspectiva grotesca al tratarse de nuestros congéneres. No obstante, la concepción mecanicista de los animales, herencia del racionalismo de Descartes entre otros, sigue justificando para muchos el tratamiento cruel que reciben en el procesamiento de las industrias mencionadas.

En cuarto lugar, otro trasnochado espectáculo provinciano y retrógado, el circo de animales. No debe confundirse el adiestramiento de perros con refuerzo positivo y repetición o la doma ecuestre con paciencia y técnica, con el sometimiento de los animales salvajes expuestos en los números de circo a base de látigo y cadenas. No son pocos los animales enfermos, desnutridos y lesionados gravemente que han sido encontrados por las autoridades enjaulados y encadenados bajo las carpas de circos. “El espectáculo no debe seguir”, al menos de esa forma. Encontramos casos similares, pero en menor grado, en acuarios y zoológicos donde agotan a los animales en sesiones de larga duración que se repiten varias veces al día para rentabilizar los centros que les acogen.

Por último, es importante mencionar el testeo de productos farmacéuticos y cosméticos en animales, la peletería y el uso de plumas. Sabiendo que somos capaces de cultivar piel humana a partir de pequeñas muestras y de fabricar pieles sintéticas, ideales para el testeo real de los efectos que tendrían los productos sobre las personas, seguimos utilizando sin ningún tipo de regulación legal que protega a los animales a seres vivos, causándole daños irreversibles y la muerte. El abaratamiento de los costes, la falta de interés de las autoridades y la inconsciencia de los consumidores contribuyen a que estas prácticas no se erradiquen. Ocurre lo mismo con las pieles o las plumas de algunos animales utilizados para confeccionar bolsos, abrigos, guantes, cobertores para las camas e incluso tapicerías para vehículos. El único medio para conservar la fauna y dejar de ser la plaga que extermina el medio y sus habitantes es la concienciación ciudadana sobre el dolor real que causamos a seres que tienen, como nosotros, sistema nervioso y emociones.

Hoy más que nunca, no deja de ser perturbadora la afirmación del novelista británico Samuel Butler: “el hombre es el único animal que puede ser amigo de las víctimas que intenta comerse hasta que se las come”. Intentemos minimizar el sufrimiento ajeno, no sea que estemos confundiendo la animalidad de los animales con la bestialidad de los humanos.

La justificación del maltrato animal - mecanicismo, pseudociencia y tradición

El maltrato animal sigue siendo justificado bajo el nombre de la tradición artística, de espectáculos, con falsos argumentos científicos e incluso con razonamientos metafísicos. Patrañas que generan sufrimiento y alivian conciencias
Jesús Portillo Fernández
domingo, 9 de abril de 2017, 12:16 h (CET)
La relación de las personas con su entorno ha sido siempre un tema de debate, tanto por la cosmovisión que a lo largo del tiempo han sostenido las culturas, como por el modo en que hemos tratado a los animales. A pesar de contar 2017 años en el calendario gregoriano, algunas ideas relacionadas con los animales han sobrevivido momificadas desde la Edad Media y el siglo XVII hasta la actualidad, siendo utilizadas por muchos como justificación para seguir haciendo daño a la fauna.

La violencia de los humanos hacia los animales es selectiva, siendo la principal diferencia la distinción entre animales domésticos y no domésticos. Debido a la convivencia milenaria de algunos animales con las personas como perros, gatos, tortugas, ratones, aves de cetrería o pájaros de canto, entre otros, son considerados mascotas, animales que nos acompañan, ayudan o incluso amenizan el día. Sin embargo, más allá de un puñado de animales elegidos culturalmente, el resto son considerados reses, trofeos de caza / pesca o alimañas.

En España tenemos como espectáculo nacional la tauromaquia, defendida por muchos como arte, donde un toro de gran tamaño es apuñalado en el costado (por el picador), arponeado con ganchos que quedan suspendidos en el lomo del animal (por el banderillero), atravesado por una espada fina y larga que le alcanza el corazón (por el matador) y apuñalado (descabellado) por último si no se consigue acabar con la vida del animal. Entre medio, se le cansa al animal paseándolo con el capote mientras se desangra, al tiempo que la afición aplaude la valentía del torero por su agilidad al sortear al toro moribundo. Llama la atención que los defensores del toreo se horroricen al recordar el popular espectáculo que no hace más de un siglo llenaba las plazas, donde una jauría de pitbulls peleaba a muerte contra un toro. La vía del diálogo queda cerrada por completo con los taurinos, debido a la invención de explicaciones pseudocientíficas que afirman que no sienten dolor, argumentos teleológicos absurdos como que el destino del toro es morir en la plaza o razones menos sofísticadas como que de todas formas iba a morir y al menos da espectáculo y gloria.

Otro caso injustificable es el de las industrias cárnico-alimentarias, auténticos centros de sufrimiento antemortem del que somos responsables los consumidores. Desde la postura detractora del veganismo puro hasta la defensa mecaniscista del bando contrario, se puede arbitrar un reglamento que no infrinja dolor a los animales sacrificados y al mismo tiempo garantice el abastacimiento. En primer lugar, aquellos que utilizan explicaciones religiosas inventadas, no solo manipulan interesadamente y deforman el mensaje de su credo, sino que justifican el sufrimiento con el objetivo de aliviar su conciencia. Afirmar que los animales no tienen alma y que por eso no sienten, queriendo utilizar este argumento con autoridad, es una cuestión tan absurda como pretender demostrar empíricamente cualquier otro concepto metafísico. Independientemente de las creencias de cada uno, que deben respetadas para ser respetados, debemos poner un límite sencillo: las creencias no deben matar, sino crear conciliación entre las personas y el medio.

En tercer lugar, quisiéramos abordar el tema de la explotación de los productos derivados de los animales o de la cría y engorde de estos en tiempo récord. Lejos de la matanza tradicional que se limitaba a satisfacer las necesidades de la comunidad, es sabido que parte de la industría alimentaria debido al bajo precio que le compran sus productos y a la feroz competición comercial, utilizan métodos exprés de engorde: como sondar y alimentar a los animales en contra de su voluntad, suministrarle piensos hipercalóricos y criarlos en cautiverio, reduciendo así su desgaste. Si por un momento imagináramos este tratamiento a los infantes humanos, estaríamos presenciando un ejercicio de tortura en toda regla, una perspectiva grotesca al tratarse de nuestros congéneres. No obstante, la concepción mecanicista de los animales, herencia del racionalismo de Descartes entre otros, sigue justificando para muchos el tratamiento cruel que reciben en el procesamiento de las industrias mencionadas.

En cuarto lugar, otro trasnochado espectáculo provinciano y retrógado, el circo de animales. No debe confundirse el adiestramiento de perros con refuerzo positivo y repetición o la doma ecuestre con paciencia y técnica, con el sometimiento de los animales salvajes expuestos en los números de circo a base de látigo y cadenas. No son pocos los animales enfermos, desnutridos y lesionados gravemente que han sido encontrados por las autoridades enjaulados y encadenados bajo las carpas de circos. “El espectáculo no debe seguir”, al menos de esa forma. Encontramos casos similares, pero en menor grado, en acuarios y zoológicos donde agotan a los animales en sesiones de larga duración que se repiten varias veces al día para rentabilizar los centros que les acogen.

Por último, es importante mencionar el testeo de productos farmacéuticos y cosméticos en animales, la peletería y el uso de plumas. Sabiendo que somos capaces de cultivar piel humana a partir de pequeñas muestras y de fabricar pieles sintéticas, ideales para el testeo real de los efectos que tendrían los productos sobre las personas, seguimos utilizando sin ningún tipo de regulación legal que protega a los animales a seres vivos, causándole daños irreversibles y la muerte. El abaratamiento de los costes, la falta de interés de las autoridades y la inconsciencia de los consumidores contribuyen a que estas prácticas no se erradiquen. Ocurre lo mismo con las pieles o las plumas de algunos animales utilizados para confeccionar bolsos, abrigos, guantes, cobertores para las camas e incluso tapicerías para vehículos. El único medio para conservar la fauna y dejar de ser la plaga que extermina el medio y sus habitantes es la concienciación ciudadana sobre el dolor real que causamos a seres que tienen, como nosotros, sistema nervioso y emociones.

Hoy más que nunca, no deja de ser perturbadora la afirmación del novelista británico Samuel Butler: “el hombre es el único animal que puede ser amigo de las víctimas que intenta comerse hasta que se las come”. Intentemos minimizar el sufrimiento ajeno, no sea que estemos confundiendo la animalidad de los animales con la bestialidad de los humanos.

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