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Reflexiones sobre las estructuras narrativas de las nuevas tecnologías

De textos e hipertextos

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En todo cambio más o menos abrupto algo se gana y algo se pierde. La necesidad de adaptarnos a los nuevos lenguajes hipermediáticos e hipertextuales está alterando las condiciones de tiempo y espacio. Esto nos permite ganar en alcance espacial (las distancias ya no son lo que eran), en dominio de nuestro tiempo, en distanciamiento y en conciencia sobre el propio lenguaje. En cambio, la contraparte es que se pierde inmediatez, realismo, presencia del sujeto que participa en la situación comunicativa, y por ende, desaparece la relación tiempo-espacio del “aquí y ahora”.

La permanencia temporal que suponía la palabra escrita, ha sido sustituida por un nuevo lenguaje efímero y perdurable a la vez: por una parte, la gran cantidad de información disponible hace que su uso como recurso resulte ocasional y aleatorio; por otro, la facilidad de almacenamiento nos posibilita la recuperación de dicha información en cualquier momento.

Si en un momento dado el ser humano pasó de la representación escrita a la representación icónica aumentando así, aunque de forma somera, la libertad de manipulación respecto al significante, así como su distanciamiento del mismo, hoy en día, la digitalización de la imagen permite crear nuevos mundos que no necesariamente representan significantes reales a los que podamos recurrir. La capacidad de abstraer que anteriormente se atribuía a la escritura, se hace mucho más potente mediante la esquematización y simplificación que ofrece la imagen digital.

Todo lenguaje y palabra es una representación del mundo, una construcción ficticia. Y sobre eso mismo discutían dos filósofos según José Saramago en sus “intermitencias de la muerte” cuando uno le reprendía al otro diciendo: “parece que no ves que las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, no son las cosas, nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los suyos, porque los nombres que les das no son más que eso, el nombre que le has dado”.

Pero desde el punto de vista social sólo existe aquello que tiene un nombre o aquello de lo que es posible hablar, es decir, aquello de lo que ya se ha hablado alguna vez, el resto de las cosas (lo inenarrable) pertenece al mundo difuso y sombrío de lo individual, de lo incomunicable, de lo que no puede ser expresado y por tanto no tiene presencia social. El lenguaje refleja, así, el sistema de pensamiento colectivo y con él transmite una gran parte de la forma de pensar, sentir y actuar de cada sociedad.

Y hablando de la importancia del lenguaje en la sociedad, Octavio Paz afirma que “las diferencias entre el idioma hablado o escrito y los otros -plásticos, musicales o arquitectónicos- son muy profundas, pero no tanto que nos hagan olvidar que todos son, esencialmente, lenguajes: sistemas expresivos dotados de poder significativo y comunicativo. Es más fácil traducir los poemas aztecas a sus equivalentes arquitectónicos y escultóricos que a la lengua española.”

La aparición del hipermedia ha provocado un conflicto en el sistema educativo ante las clases de lengua, creando una distancia ingente entre los nuevos lenguajes y el texto tradicional. Para llegar a solucionar este conflicto integrando ambos lenguajes, debería incluirse el estudio de estas nuevas representaciones icónicas y espacios distintos. ¿Pero en verdad ha sido tan repentina la aparición de la escritura hipertextual como parece? Antes de que el hipertexto invadiera los medios, ya encontramos aproximaciones a este tipo de escritura. Un ejemplo de ello es “Rayuela” de Julio Cortázar que puede ser leída de diversos modos, dando saltos en la clásica estructura lineal del texto.

Al hablar de interactividad y de autogestión de los contenidos por parte de los usuarios, acomete la duda sobre si los clásicos (sean de la disciplina artística que sean) pasarían a convertirse en objetos de culto solamente asequibles para una cierta élite nostálgica. ¿Tendríamos entonces que repensar conceptos como talento, canon, cultura o arte? Seguramente ya va siendo hora de que eso suceda.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el arte se define como la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. ¿Tendrán los académicos y académicas que añadir a esa definición otros recursos como los blogs o cualquier montaje a base de capas fragmentadas una y otra vez, fusionadas y reconstruidas electrónicamente? Ante esta turbación –provocada por las TICs– de los criterios de evaluación hasta ahora plenamente aceptados para catalogar un producto como una obra de arte, sería interesante no perder de vista aquella mítica frase de la novelista británica Virginia Woolf: “Siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída”. Para saber hacia dónde caminar, debemos conocer los pasos que ya se han dado.

De textos e hipertextos

Reflexiones sobre las estructuras narrativas de las nuevas tecnologías
Sonia Herrera
martes, 10 de mayo de 2011, 07:38 h (CET)
En todo cambio más o menos abrupto algo se gana y algo se pierde. La necesidad de adaptarnos a los nuevos lenguajes hipermediáticos e hipertextuales está alterando las condiciones de tiempo y espacio. Esto nos permite ganar en alcance espacial (las distancias ya no son lo que eran), en dominio de nuestro tiempo, en distanciamiento y en conciencia sobre el propio lenguaje. En cambio, la contraparte es que se pierde inmediatez, realismo, presencia del sujeto que participa en la situación comunicativa, y por ende, desaparece la relación tiempo-espacio del “aquí y ahora”.

La permanencia temporal que suponía la palabra escrita, ha sido sustituida por un nuevo lenguaje efímero y perdurable a la vez: por una parte, la gran cantidad de información disponible hace que su uso como recurso resulte ocasional y aleatorio; por otro, la facilidad de almacenamiento nos posibilita la recuperación de dicha información en cualquier momento.

Si en un momento dado el ser humano pasó de la representación escrita a la representación icónica aumentando así, aunque de forma somera, la libertad de manipulación respecto al significante, así como su distanciamiento del mismo, hoy en día, la digitalización de la imagen permite crear nuevos mundos que no necesariamente representan significantes reales a los que podamos recurrir. La capacidad de abstraer que anteriormente se atribuía a la escritura, se hace mucho más potente mediante la esquematización y simplificación que ofrece la imagen digital.

Todo lenguaje y palabra es una representación del mundo, una construcción ficticia. Y sobre eso mismo discutían dos filósofos según José Saramago en sus “intermitencias de la muerte” cuando uno le reprendía al otro diciendo: “parece que no ves que las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, no son las cosas, nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los suyos, porque los nombres que les das no son más que eso, el nombre que le has dado”.

Pero desde el punto de vista social sólo existe aquello que tiene un nombre o aquello de lo que es posible hablar, es decir, aquello de lo que ya se ha hablado alguna vez, el resto de las cosas (lo inenarrable) pertenece al mundo difuso y sombrío de lo individual, de lo incomunicable, de lo que no puede ser expresado y por tanto no tiene presencia social. El lenguaje refleja, así, el sistema de pensamiento colectivo y con él transmite una gran parte de la forma de pensar, sentir y actuar de cada sociedad.

Y hablando de la importancia del lenguaje en la sociedad, Octavio Paz afirma que “las diferencias entre el idioma hablado o escrito y los otros -plásticos, musicales o arquitectónicos- son muy profundas, pero no tanto que nos hagan olvidar que todos son, esencialmente, lenguajes: sistemas expresivos dotados de poder significativo y comunicativo. Es más fácil traducir los poemas aztecas a sus equivalentes arquitectónicos y escultóricos que a la lengua española.”

La aparición del hipermedia ha provocado un conflicto en el sistema educativo ante las clases de lengua, creando una distancia ingente entre los nuevos lenguajes y el texto tradicional. Para llegar a solucionar este conflicto integrando ambos lenguajes, debería incluirse el estudio de estas nuevas representaciones icónicas y espacios distintos. ¿Pero en verdad ha sido tan repentina la aparición de la escritura hipertextual como parece? Antes de que el hipertexto invadiera los medios, ya encontramos aproximaciones a este tipo de escritura. Un ejemplo de ello es “Rayuela” de Julio Cortázar que puede ser leída de diversos modos, dando saltos en la clásica estructura lineal del texto.

Al hablar de interactividad y de autogestión de los contenidos por parte de los usuarios, acomete la duda sobre si los clásicos (sean de la disciplina artística que sean) pasarían a convertirse en objetos de culto solamente asequibles para una cierta élite nostálgica. ¿Tendríamos entonces que repensar conceptos como talento, canon, cultura o arte? Seguramente ya va siendo hora de que eso suceda.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el arte se define como la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. ¿Tendrán los académicos y académicas que añadir a esa definición otros recursos como los blogs o cualquier montaje a base de capas fragmentadas una y otra vez, fusionadas y reconstruidas electrónicamente? Ante esta turbación –provocada por las TICs– de los criterios de evaluación hasta ahora plenamente aceptados para catalogar un producto como una obra de arte, sería interesante no perder de vista aquella mítica frase de la novelista británica Virginia Woolf: “Siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída”. Para saber hacia dónde caminar, debemos conocer los pasos que ya se han dado.

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