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El puente de la vida

Es tan corto el periodo terrenal que cuando se aprende a vivir ya estas tocando a la puerta de la parca
Carmen Muñoz
domingo, 26 de marzo de 2017, 12:41 h (CET)
Para morir solo hace falta estar vivo. Admitir que estamos de paso, que solo quedaran nuestras obras, buenas o malas, que los recuerdos perduraran en el tiempo dependiendo la trascendencia de la actitud, positiva o negativa, tenida en este mundo etc., es una obviedad tan patente que sería ridículo insistir más en la naturaleza de la misma.

Es tan corto el periodo terrenal que cuando se aprende a vivir ya estas tocando a la puerta de la parca. Sería beneficioso que se enseñara también desde la infancia el precioso regalo de la vida para que se apreciara y se disfrutara en todos momentos, en vez de perderlos en discusiones y disertaciones absurdas que no conducen a nada. El relativizar las cosas quedándote solo con lo verdaderamente importante, no deja de ser una valoración positiva de la vida.

La positividad, la alegría, la bonhomía, la generosidad proporcionan una satisfacción tan grande, que es una pena que no pueda ser reconocido como generalidad. Evidentemente convivimos personas de muy distintas condiciones, sin importar color, nacionalidad, raza, etc., ya que nada de esto importa para trasmitir la esencia de su intimidad.

Cuando se tiene la suerte de encontrar personas que gozan de los adjetivos anteriormente citados, te das cuenta de lo fácil que resulta vivir a su lado, como se suavizan las dificultades, como lo más negro se puede desteñir para dar paso a diversos colores, como se recibe mucho más, cuando se da a los demás en tiempo y obras. Hay que intentar ver siempre lo bueno y positivo que la vida ofrece, que es mucho, cada día es una experiencia nueva que puedes interpretarla a tu gusto, una hoja en blanco que cada uno va escribiendo en el libro de su existencia. Procurar que sea lo más amable y dulce depende de cada cual.

Reconocer las excelencias personales en vida resulta tarea ardua para la mayoría de los mortales, solo unos pocos gozan de ese privilegio, porque a la mayoría se les da forma en coronas fúnebres, que de manera repetitiva van colgando del furgón de su vida.

El amor es un sentimiento de una atracción emocional tan intenso que lo envuelve todo de forma natural y desinteresada. Como valor es el único que considera la esencia del bien y del mal. Es la fuerza para impulsarnos hacia cualquier cosa de bien. Induce fuerza, paz, tranquilidad, alegría y por ende un bienestar en el ser humano.

La sociedad actual, ¿habrá confundido este maravilloso sentimiento por el del hedonismo, la avaricia, el quítate que me pongo, la egolatría absurda……? ¿Tendremos todos un poco de culpa en todo este proceso?

Descansen en paz todos los seres que de una manera u otra dejaron una huella imborrable en cada uno de nosotros.

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¿Hemos perdido o estamos en trance de perder competencias memorísticas? Mala noticia en ese caso, pues la memoria actúa como argamasa de nuestro yo y como fundamento de los procesos cognitivos. Ya hace casi seis décadas que Frances Amelia Yates, historiadora británica, publicó un libro titulado “El arte de la memoria”, en el que desgranaba las distintas técnicas de memorización o recuerdo utilizadas a lo largo del tiempo.

Surge el comentario de hoy desde las actitudes adoptadas en relación con las actividades diarias, con especial referencia a la velocidad y precipitación de las acciones; causantes de tantos agobios como imprecisiones y olvidos, sin tiempo para el mínimo remanso reflexivo. Todo ello se refleja en el lenguaje, suele ser muy expresivo en esos trances, con el uso de muletillas reiterativas, por la amputación progresiva de frases y palabras, en un balbuceo constante.

 
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