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Un relato de Esther Videgain

El viaje era a ninguna parte, era hacia su yo interior para reencontrarse

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Alicia estaba agotada de la existencia que llevaba. Todos los días, se comía un atasco de una hora y media, ida y vuelta, para ir al trabajo. Siempre hacía lo que le decían los demás. Era de esas típicas personas que son incapaces de pronunciar esa palabra, que nos liberan de muchas tensiones. No podía decir “no” nunca. A todo, decía que sí y se limitaba a vivir la vida de los demás como los otros querían. Nunca se escuchaba a sí misma y por consiguiente, terminó con una gran depresión. Su terapeuta la recomendó que hiciese un viaje para meditar y pensar la situación:

- No puedo, estoy trabajando – lo contestó Alicia.

- La marcha es interior. Se trata de ir hasta tu yo interno – le explicó el terapeuta- consta de una introspección, de un diálogo contigo misma y conocer tus miedos y deseos.

Un día, nuestra Alicia hizo caso a su psicólogo y preparó unas maletas con algo de ropa y lo necesario para el aseo diario. Se disponía a salir a las siete de la tarde. Era un viaje hacia ninguna parte, sin un destino marcado, sin billete y sin dinero.

Cuando se acercaba la hora marcada, tomó un taxi que la dejó en la estación. Se sentó en un banco de la misma, apoyó todo su equipaje en el suelo y se quedó toda la tarde y la noche pensando en lo que realmente quería ella y en lo que necesitaba para ser feliz.

En primer lugar, le tenía que decir a su compañero de trabajo, Juan, que no dejara su percheo detrás de su silla, ya que le incomodaba porque le robaba mucho espacio.

En segundo lugar, a su hermana, indicarla que no podía dejar a sus sobrinos de lunes a viernes hasta las diez de la noche. Alicia necesitaba el tiempo para hacer deporte e ir a clases de teatro, que era lo que realmente le entusiasmaba.

Y por último, y en tercer lugar, debía de abandonar a su pareja sentimental y buscar un novio que la quisiera y le dejase más libertad para sus salidas.

Nuestra amiga regresó de sus adentros muy lentamente hasta llegar a la cruda realidad. Habían dado las seis de la mañana en el reloj de la torre de la iglesia cerca del cercanías. Se dispuso a ir a su casa, dejó sus bolsos y cogió su coche. Era un largo trayecto, pero no escuchó la música que le gustaba a su acompañante, le dijo que a partir de ese mismo momento, se escucharía en su vehículo pop-rock.

Alicia empezó a dar clases de interpretación y fue tres veces por semana al gimnasio a ponerse en forma. Dejó a su pareja y empezó a salir con su psicólogo. Al fin y al cabo, tendría las consultas gratis y en su domicilio. A la carta...

El viaje era a ninguna parte, era hacia su yo interior para reencontrarse

Un relato de Esther Videgain
Esther Videgain
viernes, 17 de marzo de 2017, 11:04 h (CET)
Alicia estaba agotada de la existencia que llevaba. Todos los días, se comía un atasco de una hora y media, ida y vuelta, para ir al trabajo. Siempre hacía lo que le decían los demás. Era de esas típicas personas que son incapaces de pronunciar esa palabra, que nos liberan de muchas tensiones. No podía decir “no” nunca. A todo, decía que sí y se limitaba a vivir la vida de los demás como los otros querían. Nunca se escuchaba a sí misma y por consiguiente, terminó con una gran depresión. Su terapeuta la recomendó que hiciese un viaje para meditar y pensar la situación:

- No puedo, estoy trabajando – lo contestó Alicia.

- La marcha es interior. Se trata de ir hasta tu yo interno – le explicó el terapeuta- consta de una introspección, de un diálogo contigo misma y conocer tus miedos y deseos.

Un día, nuestra Alicia hizo caso a su psicólogo y preparó unas maletas con algo de ropa y lo necesario para el aseo diario. Se disponía a salir a las siete de la tarde. Era un viaje hacia ninguna parte, sin un destino marcado, sin billete y sin dinero.

Cuando se acercaba la hora marcada, tomó un taxi que la dejó en la estación. Se sentó en un banco de la misma, apoyó todo su equipaje en el suelo y se quedó toda la tarde y la noche pensando en lo que realmente quería ella y en lo que necesitaba para ser feliz.

En primer lugar, le tenía que decir a su compañero de trabajo, Juan, que no dejara su percheo detrás de su silla, ya que le incomodaba porque le robaba mucho espacio.

En segundo lugar, a su hermana, indicarla que no podía dejar a sus sobrinos de lunes a viernes hasta las diez de la noche. Alicia necesitaba el tiempo para hacer deporte e ir a clases de teatro, que era lo que realmente le entusiasmaba.

Y por último, y en tercer lugar, debía de abandonar a su pareja sentimental y buscar un novio que la quisiera y le dejase más libertad para sus salidas.

Nuestra amiga regresó de sus adentros muy lentamente hasta llegar a la cruda realidad. Habían dado las seis de la mañana en el reloj de la torre de la iglesia cerca del cercanías. Se dispuso a ir a su casa, dejó sus bolsos y cogió su coche. Era un largo trayecto, pero no escuchó la música que le gustaba a su acompañante, le dijo que a partir de ese mismo momento, se escucharía en su vehículo pop-rock.

Alicia empezó a dar clases de interpretación y fue tres veces por semana al gimnasio a ponerse en forma. Dejó a su pareja y empezó a salir con su psicólogo. Al fin y al cabo, tendría las consultas gratis y en su domicilio. A la carta...

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