Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Moral
Feminismo, comunismo, androfobia, misandria y complejo de castración genética forman parte del extenso memorial de las mujeres en su eterna comparación con el macho

Las milicianas del siglo XXI

|

No es necesario ser un gran psicólogo o un psiquiatra experto en temas femeninos ni, tan siquiera, es preciso haber leído al maestro Freud para comprobar la evolución reivindicativa que se ha producido en el sexo femenino desde que, las feministas sufragistas iniciaron su cruzada para conseguir que se les concediera el derecho al voto. Los que se interesaron en investigar algo sobre la Guerra Civil española de 1936, habrán leído sobre aquellas mujeres, milicianas (la mayoría mujeres de la vida), que acompañaron a las columnas de Ascaso o Durruti en su intento de rescatar Zaragoza de manos de los sublevados del 18 de julio. En aquella ocasión, sin pretenderlo, aquellas furcias armadas de pistolones que casi no podían manejar, pero imbuidas de odio hacia la burguesía, acompañaron a aquellos voluntarios de los que, por raro que parezca, llegaron a convertirse en sus enemigos más peligrosos, debido que, en su cohabitación libertaria con los soldados, fueron las causantes de que, una parte importante de los que se embarcaron en aquella aventura, se vieran afectados por enfermedades sexuales, las menores de las cuales eran fuertes infecciones, purgaciones y sífilis que dejaron fuera de combate a muchos de los expedicionarios antes, incluso, de que hubieran disparado un solo tiro.

Por aquellos tiempos las mujeres tenían derecho a estar disgustadas con el destino que se les atribuía por los hombres en el seno de la familia, en la que su función principal era la procreación, el cuidado de la prole, las labores del hogar y el cuidado del esposo. No se les daban estudios (en la mayoría de los casos) y sus facultades de decisión hasta edades que, en aquellos tiempos, se consideraban bastante avanzadas (25 años), eran prácticamente nulas; sometidas primero a la autoridad paterna y, más tarde, a la marital. Los movimientos de rebeldía que fueron surgiendo en años sucesivos, permitieron al género femenino, a veces debido a su colaboración en la fabricación de armas y pertrechos para los hombres que luchaban en las trincheras y, también, por sus trabajos como abnegadas enfermeras en los hospitales de campaña; limitados pero progresivos derechos que las fueron acercando al género masculino en cuanto a consideración social y posibilidades de acudir a las universidades para formarse.

Sin embargo, como sucede cuando la balanza de la equidad y la justicia se inclina demasiado hacia los extremos; en el caso de las mujeres, después de que han conseguido casi todos sus objetivos en su equiparación con los hombres, no parece que se hayan conformado con ello y siempre existen grupos inconformistas, impacientes, revanchistas y ególatras, de féminas que siguen pidiendo más. Ya no se conforman con tener las mismas oportunidades que los varones, ya no admiten que existan reglas basadas en las evidentes diferencias físicas y somáticas entre machos y hembras, ya exigen que exista paridad entre hombres y mujeres en las Administraciones Públicas, en las instituciones, en los consejos de administración de las empresas privadas y que, para un mismo puesto de trabajo, los sueldos sean idénticos entre ambos colectivos.

Cuando a un empresario, con todo el derecho a elegir a los trabajadores que necesita para su comercio o industria, se pretende imponerle que se ha de someter a cupos iguales de hombres y mujeres, lo que se le hace es coartar su libertad, impedirle contratar a aquellos colaboradores que, por su condición física, sus facultades intelectuales, su salud, sus compromisos extra laborales, su aptitud para el trabajo para el que se contrata y su inteligencia, sea hombre o mujer, se ajuste más y de más rendimiento para el trabajo para el que es requerido. Lo mismo en el caso de los funcionarios, de la política o del servicio militar, donde sería absurdo que no se escogieran para cada grupo a las personas más adecuadas, aunque en unos casos tuvieran que ser todas mujeres y, en otros, fuera necesario cubrirlos con varones.

Todos los que han estado en industrias, comercios, en empresas públicas o en casernas militares saben que las mujeres, en líneas generales, tienen determinados condicionamientos físicos que les obligan a disminuir su rendimiento, les hace faltar más al trabajo y, todas las ventajas sociales de las que gozan por motivos reproductivos, hacen que sus ratios de rentabilidad, en el desempeño de su labor, suelan estar por debajo de los hombres en igualdad de condiciones de formación y eficiencia. La presión feminista ha inducido a los gobiernos, sabedores del importante caudal de votos en manos del sexo femenino, a darles permisos por paternidad a los hombres, lo que no hace más que extender el problema que ahora sólo afectaba a las mujeres a sus compañeros, los hombres, trabajadores que faltarán al trabajo para cuidar a sus hijos.

No obstante, en aquellas mujeres que han llegado a obtener títulos universitarios, importantes puestos en las sociedades mercantiles, han realizado masters y se consideran realizadas y en igualdad con los hombres con los que se codean, no han podido evitar, en una gran mayoría de casos, el intentar querer aparentar parecerse a sus compañeros masculinos de trabajo. Suelen engolar la voz; hablar muy deprisa para crear la sensación de que tienen prisa en demostrar su capacidad y eficiencia; vestir ropa de hombre o, por el contrario, vestir de modo que les permita llamar la atención entre sus compañeros de trabajo y sus jefes. En ocasiones, adoptan posturas exageradas para demostrar su autoridad y, cuando tienen oportunidad, se muestran duras con aquellas personas sobre las que tienen mando. Todo forma parte del código de conducta feminista que toda mujer independiente, liberada, autosuficiente y emancipada, debe de seguir a rajatabla, para que ningún hombre se atreva a mirarlas de arriba abajo.

Hábiles en sus estrategias, han conseguido establecer una serie de principios para tener al hombre siempre sujeto a sus reglas, aunque aparentemente finjan que están dispuestas a mantener cualquier tipo de confrontación con el sexo fuerte. Uno de ellas es que, cuando no tienen respuesta, se sienten impotentes o carecen de argumentos para rebatir a su adversario, si es varón, hay que atacarle por la parte que más duele “¡Eres un machista!”. Y, señores, sin ninguna duda, esta expresión es la que se ha convertido en trending topic de cualquier enfrentamiento hombre/mujer. Si se les dice un piropo, lo consideran como una ofensa y el tío es ¡un machista!; si, conduciendo, se produce un incidente entre un conductor y una conductora, el final será la frase ofensiva de la mujer: ¡menudo machista es usted!; si en una reunión en la empresa se produce un enfrentamiento dialéctico con una mujer sobre un tema que se discute, el final está cantado: ¡Claro, como soy una mujer, ya ha salido el machista para descalificarme!

No, no intenten convencer a una de estas “sabias” feministas ni argumentarles, porque ellas acabarán por enviarle a paseo con la habitual coletilla: ¡Ya salió el machista de turno, que no puede sufrir que una mujer le dé lecciones! En realidad, a mi edad, ya no me preocupan estas cosas y, si hablo de ellas es porque, en mi condición de jubilado, estoy a salvo de toda esta invasión de mujeres fruto de los nuevos tiempos que, por una parte, han conseguido elevar su estatus social, han ocupado el lugar en la sociedad que tanto habían deseado y, como se acostumbra a decir: ¡Se han realizado! pero, y perdonen que lo diga, están perdiendo aquella función extraordinaria, insustituible y entrañable de ser madre, de tener el mando dentro del hogar, de ser la consultora, solucionadora de peleas, componedora de enemistades, apoyo insustituible para el marido y el centro pacificador de todos los acontecimientos, disgustos y demás coyunturas relacionados con la familia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos llegado a la conclusión de que, es muy posible que la civilización haya avanzado a pasos agigantados, que la medicina lo cure casi todo, que el hombre se asome, cada día, con más conocimientos al Universo y que la robótica acabe por sustituir a todas las personas de sus trabajos actuales; sin embargo, a mí nadie va a quitarme de la cabeza la figura de mi madre cuando presidía la mesa y servía, en cada plato de la mesa, aquellos deliciosos manjares que, ella misma, había cocinado. Gratias tibi mater.

Las milicianas del siglo XXI

Feminismo, comunismo, androfobia, misandria y complejo de castración genética forman parte del extenso memorial de las mujeres en su eterna comparación con el macho
Miguel Massanet
miércoles, 8 de marzo de 2017, 00:01 h (CET)
No es necesario ser un gran psicólogo o un psiquiatra experto en temas femeninos ni, tan siquiera, es preciso haber leído al maestro Freud para comprobar la evolución reivindicativa que se ha producido en el sexo femenino desde que, las feministas sufragistas iniciaron su cruzada para conseguir que se les concediera el derecho al voto. Los que se interesaron en investigar algo sobre la Guerra Civil española de 1936, habrán leído sobre aquellas mujeres, milicianas (la mayoría mujeres de la vida), que acompañaron a las columnas de Ascaso o Durruti en su intento de rescatar Zaragoza de manos de los sublevados del 18 de julio. En aquella ocasión, sin pretenderlo, aquellas furcias armadas de pistolones que casi no podían manejar, pero imbuidas de odio hacia la burguesía, acompañaron a aquellos voluntarios de los que, por raro que parezca, llegaron a convertirse en sus enemigos más peligrosos, debido que, en su cohabitación libertaria con los soldados, fueron las causantes de que, una parte importante de los que se embarcaron en aquella aventura, se vieran afectados por enfermedades sexuales, las menores de las cuales eran fuertes infecciones, purgaciones y sífilis que dejaron fuera de combate a muchos de los expedicionarios antes, incluso, de que hubieran disparado un solo tiro.

Por aquellos tiempos las mujeres tenían derecho a estar disgustadas con el destino que se les atribuía por los hombres en el seno de la familia, en la que su función principal era la procreación, el cuidado de la prole, las labores del hogar y el cuidado del esposo. No se les daban estudios (en la mayoría de los casos) y sus facultades de decisión hasta edades que, en aquellos tiempos, se consideraban bastante avanzadas (25 años), eran prácticamente nulas; sometidas primero a la autoridad paterna y, más tarde, a la marital. Los movimientos de rebeldía que fueron surgiendo en años sucesivos, permitieron al género femenino, a veces debido a su colaboración en la fabricación de armas y pertrechos para los hombres que luchaban en las trincheras y, también, por sus trabajos como abnegadas enfermeras en los hospitales de campaña; limitados pero progresivos derechos que las fueron acercando al género masculino en cuanto a consideración social y posibilidades de acudir a las universidades para formarse.

Sin embargo, como sucede cuando la balanza de la equidad y la justicia se inclina demasiado hacia los extremos; en el caso de las mujeres, después de que han conseguido casi todos sus objetivos en su equiparación con los hombres, no parece que se hayan conformado con ello y siempre existen grupos inconformistas, impacientes, revanchistas y ególatras, de féminas que siguen pidiendo más. Ya no se conforman con tener las mismas oportunidades que los varones, ya no admiten que existan reglas basadas en las evidentes diferencias físicas y somáticas entre machos y hembras, ya exigen que exista paridad entre hombres y mujeres en las Administraciones Públicas, en las instituciones, en los consejos de administración de las empresas privadas y que, para un mismo puesto de trabajo, los sueldos sean idénticos entre ambos colectivos.

Cuando a un empresario, con todo el derecho a elegir a los trabajadores que necesita para su comercio o industria, se pretende imponerle que se ha de someter a cupos iguales de hombres y mujeres, lo que se le hace es coartar su libertad, impedirle contratar a aquellos colaboradores que, por su condición física, sus facultades intelectuales, su salud, sus compromisos extra laborales, su aptitud para el trabajo para el que se contrata y su inteligencia, sea hombre o mujer, se ajuste más y de más rendimiento para el trabajo para el que es requerido. Lo mismo en el caso de los funcionarios, de la política o del servicio militar, donde sería absurdo que no se escogieran para cada grupo a las personas más adecuadas, aunque en unos casos tuvieran que ser todas mujeres y, en otros, fuera necesario cubrirlos con varones.

Todos los que han estado en industrias, comercios, en empresas públicas o en casernas militares saben que las mujeres, en líneas generales, tienen determinados condicionamientos físicos que les obligan a disminuir su rendimiento, les hace faltar más al trabajo y, todas las ventajas sociales de las que gozan por motivos reproductivos, hacen que sus ratios de rentabilidad, en el desempeño de su labor, suelan estar por debajo de los hombres en igualdad de condiciones de formación y eficiencia. La presión feminista ha inducido a los gobiernos, sabedores del importante caudal de votos en manos del sexo femenino, a darles permisos por paternidad a los hombres, lo que no hace más que extender el problema que ahora sólo afectaba a las mujeres a sus compañeros, los hombres, trabajadores que faltarán al trabajo para cuidar a sus hijos.

No obstante, en aquellas mujeres que han llegado a obtener títulos universitarios, importantes puestos en las sociedades mercantiles, han realizado masters y se consideran realizadas y en igualdad con los hombres con los que se codean, no han podido evitar, en una gran mayoría de casos, el intentar querer aparentar parecerse a sus compañeros masculinos de trabajo. Suelen engolar la voz; hablar muy deprisa para crear la sensación de que tienen prisa en demostrar su capacidad y eficiencia; vestir ropa de hombre o, por el contrario, vestir de modo que les permita llamar la atención entre sus compañeros de trabajo y sus jefes. En ocasiones, adoptan posturas exageradas para demostrar su autoridad y, cuando tienen oportunidad, se muestran duras con aquellas personas sobre las que tienen mando. Todo forma parte del código de conducta feminista que toda mujer independiente, liberada, autosuficiente y emancipada, debe de seguir a rajatabla, para que ningún hombre se atreva a mirarlas de arriba abajo.

Hábiles en sus estrategias, han conseguido establecer una serie de principios para tener al hombre siempre sujeto a sus reglas, aunque aparentemente finjan que están dispuestas a mantener cualquier tipo de confrontación con el sexo fuerte. Uno de ellas es que, cuando no tienen respuesta, se sienten impotentes o carecen de argumentos para rebatir a su adversario, si es varón, hay que atacarle por la parte que más duele “¡Eres un machista!”. Y, señores, sin ninguna duda, esta expresión es la que se ha convertido en trending topic de cualquier enfrentamiento hombre/mujer. Si se les dice un piropo, lo consideran como una ofensa y el tío es ¡un machista!; si, conduciendo, se produce un incidente entre un conductor y una conductora, el final será la frase ofensiva de la mujer: ¡menudo machista es usted!; si en una reunión en la empresa se produce un enfrentamiento dialéctico con una mujer sobre un tema que se discute, el final está cantado: ¡Claro, como soy una mujer, ya ha salido el machista para descalificarme!

No, no intenten convencer a una de estas “sabias” feministas ni argumentarles, porque ellas acabarán por enviarle a paseo con la habitual coletilla: ¡Ya salió el machista de turno, que no puede sufrir que una mujer le dé lecciones! En realidad, a mi edad, ya no me preocupan estas cosas y, si hablo de ellas es porque, en mi condición de jubilado, estoy a salvo de toda esta invasión de mujeres fruto de los nuevos tiempos que, por una parte, han conseguido elevar su estatus social, han ocupado el lugar en la sociedad que tanto habían deseado y, como se acostumbra a decir: ¡Se han realizado! pero, y perdonen que lo diga, están perdiendo aquella función extraordinaria, insustituible y entrañable de ser madre, de tener el mando dentro del hogar, de ser la consultora, solucionadora de peleas, componedora de enemistades, apoyo insustituible para el marido y el centro pacificador de todos los acontecimientos, disgustos y demás coyunturas relacionados con la familia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos llegado a la conclusión de que, es muy posible que la civilización haya avanzado a pasos agigantados, que la medicina lo cure casi todo, que el hombre se asome, cada día, con más conocimientos al Universo y que la robótica acabe por sustituir a todas las personas de sus trabajos actuales; sin embargo, a mí nadie va a quitarme de la cabeza la figura de mi madre cuando presidía la mesa y servía, en cada plato de la mesa, aquellos deliciosos manjares que, ella misma, había cocinado. Gratias tibi mater.

Noticias relacionadas

Alberga la voz protocolo acepciones varias. La cuarta de ellas, siguiendo al DRAE, define esta palabra como ”secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.”. Al parecer, todo protocolo supone una garantía para evitar decisiones improvisadas en los distintos ámbitos y tranquilizar, de paso, a los destinatarios de la actuación, que pueden ser los miembros de un colectivo concreto o, en algunos casos, toda la población.

Si algo nos va quedando claro, es la enorme complicación de la cual formamos parte activa. El cielo nos plantea retos de altura si queremos ser consecuentes y la materia resulta muy superficial, la mayor parte es indetectable en el Universo como materia oscura. Las energías y las condensaciones nos traen de cabeza, hasta el punto de que avanzamos sin avanzar, de ver sin ver, o muchas situaciones similares.

Hoy comienzan las elecciones en la India. Están habilitados para votar más de 960 millones de habitantes en comicios de formato singular que van a durar 44 días. El país encarna la mayor democracia del mundo y, a diferencia de lo que suele acontecer en occidente, se espera un incremento del número de ciudadanos que acudan a las urnas.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto