Según los primeros recuentos electorales, el partido Gana Perú y su líder nacionalista Humala se han posicionado a la cabeza de la carrera por el gobierno de Perú, seguidos de Fuerza 2011, formación liderada por Keiko Fujimori, hija del expresidente peruano actualmente encarcelado por crímenes contra la humanidad.
Rubén Verdú / Analista internacional
Ambos partidos quedan emplazados a una segunda vuelta de votaciones que se celebrará el próximo 5 de junio.
A la vista de estos datos, el pueblo peruano ha decidido apostar por el cambio, ya que el expresidente Alejandro Toledo, y el que fuera su ministro de Economía Pedro Pablo Kuczynski, representantes de la continuidad en el modelo político, han quedado relegados a un segundo plano en las urnas.
Si bien la economía peruana se ha disparado en las dos últimas décadas, la riqueza resultante ha sido mal repartida, causa de que actualmente haya tremendas desigualdades sociales en el país andino.
Pero la historia del provisional vencedor Humala y su actual posicionamiento son cuanto menos desconcertantes.
Ollanta nació en Lima en 1962, el segundo de ocho hermanos en una familia de tradición militar, encabezada por su padre Isaac, militante comunista e ideólogo fundador del etnocacerismo, doctrina que exalta la tradición inca. En sus propias palabras, “un racista reivindicativo de la raza cobriza”.
Humala ingresó en las fuerzas armadas en 1982, y el 29 de octubre del 2000 organizó junto a su hermano un golpe de Estado contra Alberto Fujimori que no tuvo éxito.
Evitó la cárcel, volvió al Ejército y lo dejó definitivamente en 2005 para dedicarse a la política, asumiendo las doctrinas socialistas de Juan Velasco, militar que derrocó a Terry en 1968 y presidió Perú hasta 1975. Velasco nacionalizó el sector petrolero y diseñó la reforma agraria durante su mandato.
Se presentó por primera vez a los comicios en 2006, con la etiqueta del “candidato de Chávez”, debido a sus similitudes políticas con el líder venezolano. La estrategia no resultó y, a pesar de que ganó la primera vuelta, el pueblo peruano finalmente apostó por el moderado Alan García.
Tras la derrota, Humala decidió mudar su piel radical. Cambió su aspecto informal por el traje y corbata, se desmarcó de las ideas autoritarias de su padre y su hermano, se desvinculó de Chávez y eligió como espejo al brasileño Lula da Silva, con un perfil más aceptado en Perú.
En esta campaña, ha centrado sus esfuerzos en ganarse a los sectores más desfavorecidos e inconformes de la sociedad, los que esperan que el crecimiento económico del país repercuta también entre ellos. Así, cuando le preguntan por su ideología, responde: “no soy de derechas ni de izquierdas, en todo caso, soy de abajo”. No son pocos los que creen que este posicionamiento no es más que un disfraz de moderación para conseguir votos tras el fracaso de 2006.
Tanto Humala como Fujimori despiertan muchas dudas, y en la segunda vuelta ambos tendrán que negociar alianzas con los partidos continuistas para poder gobernar, pero el resultado en este primer envite saca a la luz el verdadero anhelo de los peruanos, que el boom económico se traduzca en un estado de bienestar colectivo, y no en fuente de riquezas desproporcionadas para unos pocos.