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Felipe Muñoz

110 kilómetros por hora y el Día de Acción de Gracias

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Cierto día, los españoles amanecimos sorprendidos por la nueva ocurrencia de nuestro gobierno de reducir el límite de velocidad, en autopistas y autovías, a 110 kilómetros por hora y, en entornos urbanos, a 30 kilómetros por hora. Sinceramente, no se entiende de qué nos extrañamos los españoles.

110 kilómetros por hora
El precio del petróleo se ha disparado, dicen, debido a las revueltas, o revoluciones, árabes. Y, tras haber subido en su día los impuestos de los carburantes (sin hablar del IVA), el gobierno español decreta que tenemos que ahorrar gasolina. Se trata, en todo caso, del mismo razonamiento por el que se prohíbe fumar en lugares de propiedad privada mientras se multiplican los puntos de venta del tabaco.

La mayoría de la población española aplaudió esta última medida. A nadie parece importarle pagar un tercio más por la factura de la electricidad porque el gobierno, parece, sabe cuidar del medio ambiente mejor que nosotros.

Tampoco se habla demasiado de la tremenda subida de impuestos provocada por el derroche de nuestros gobernantes. Porque nuestro gobierno saquea nuestro dinero porque, parece creer, sabe gastarlo mejor que nosotros.

La costumbre de la protección del Estado
No hay, pues, de qué sorprenderse. ¿Qué ocurre si nos estafan en una inversión que hemos realizado libremente? Recurrimos al gobierno. ¿Y si no nos pagan lo que creemos justo por nuestros productos? Pedimos que el gobierno actúe. ¿Si quiebra el negocio porque no responde a ninguna demanda o porque el empresario lo ha gestionado mal? Esperamos “ayudas” del gobierno y, en ciertos y grandes casos, incluso rescates.

Si los chino producen más barato que nosotros, queremos que el gobierno nos proteja de su competencia. Si una huelga de controladores nos perjudica, aplaudimos, véase el peligro, una actuación militar.

Le hemos concedido al Estado el poder de decirnos lo que debemos hacer: como si el precio de la gasolina, por sí mismo, no fuera suficiente para que cualquier ciudadano piense que tiene que ahorrar.

El Estado nos protege
No es de extrañar: el Estado ahorra, o eso dice, por nosotros, el Estado cuida de nuestra salud, el gobierno nos señala que tenemos que consumir en nuestra propia casa, cuida del medio ambiente por nosotros, toma la prioridad en la educación de nuestros hijos.

No resulta, entonces, en realidad, nada sorprendente que nos diga a qué temperatura tenemos que regular el aire acondicionado o a qué velocidad tenemos que conducir. A fuerza de protegernos, y a fuerza de esperar que nos protejan, quizá nos hemos convertido en una comunidad de desprotegidos.

El pavo inductivo
Viene a cuento la historia que, hablando de otra cuestión, el filósofo británico Bertrand Russell nos cuenta sobre el pavo “inductivista”. Una historia que, convenientemente adornada y adaptada a los tiempos, resulta bien aplicable a nuestro caso.

La primera mañana que el pavo “inductivista” pasó en la granja, el granjero salió de su cabaña a las 9 de la mañana y puso la comida de todos los animales de la granja en su lugar. Al ser el primer día, el pavo, que estaba educado en las mejores universidades y había hecho varios masters“, no se permitió extraer conclusiones precipitadas.

El granjero da de comer al pavo
Parecía, en primera instancia, que, en la granja, se comía a partir de las 9 de la mañana. Pero, el pavo, que entendía mucho de granjas, recabó datos todos los días de la semana, de los días calurosos y de los frescos, de los días secos y de los lluviosos.

Como tenía contactos y sabía idiomas, el pavo, que era norteamericano, consultó a sus amigos del extranjero y quedó muy satisfecho al comprobar que, con ligeras diferencias, en Europa, los pavos también se alimentaban por la mañana y los granjeros les proporcionaban comida todos los días.

El pavo adquiere derecho a la comida del granjero
De este modo, después de mucho estudiar todas las acciones del granjero, y de conocer el contexto (la coyuntura) internacional, el pavo “inductivista” llegó a la conclusión de que todos los días podía esperar que el granjero, a las 9 de la mañana, le proporcionara su comida. Y que en ello residía el orden deseable de las cosas.

Casualmente, ese día era el Día de Acción de Gracias y el granjero, a las 9 de la mañana, degolló al pavo “inductivista”.

110 kilómetros por hora y el Día de Acción de Gracias

Felipe Muñoz
Felipe Muñoz
martes, 1 de marzo de 2011, 08:05 h (CET)
Cierto día, los españoles amanecimos sorprendidos por la nueva ocurrencia de nuestro gobierno de reducir el límite de velocidad, en autopistas y autovías, a 110 kilómetros por hora y, en entornos urbanos, a 30 kilómetros por hora. Sinceramente, no se entiende de qué nos extrañamos los españoles.

110 kilómetros por hora
El precio del petróleo se ha disparado, dicen, debido a las revueltas, o revoluciones, árabes. Y, tras haber subido en su día los impuestos de los carburantes (sin hablar del IVA), el gobierno español decreta que tenemos que ahorrar gasolina. Se trata, en todo caso, del mismo razonamiento por el que se prohíbe fumar en lugares de propiedad privada mientras se multiplican los puntos de venta del tabaco.

La mayoría de la población española aplaudió esta última medida. A nadie parece importarle pagar un tercio más por la factura de la electricidad porque el gobierno, parece, sabe cuidar del medio ambiente mejor que nosotros.

Tampoco se habla demasiado de la tremenda subida de impuestos provocada por el derroche de nuestros gobernantes. Porque nuestro gobierno saquea nuestro dinero porque, parece creer, sabe gastarlo mejor que nosotros.

La costumbre de la protección del Estado
No hay, pues, de qué sorprenderse. ¿Qué ocurre si nos estafan en una inversión que hemos realizado libremente? Recurrimos al gobierno. ¿Y si no nos pagan lo que creemos justo por nuestros productos? Pedimos que el gobierno actúe. ¿Si quiebra el negocio porque no responde a ninguna demanda o porque el empresario lo ha gestionado mal? Esperamos “ayudas” del gobierno y, en ciertos y grandes casos, incluso rescates.

Si los chino producen más barato que nosotros, queremos que el gobierno nos proteja de su competencia. Si una huelga de controladores nos perjudica, aplaudimos, véase el peligro, una actuación militar.

Le hemos concedido al Estado el poder de decirnos lo que debemos hacer: como si el precio de la gasolina, por sí mismo, no fuera suficiente para que cualquier ciudadano piense que tiene que ahorrar.

El Estado nos protege
No es de extrañar: el Estado ahorra, o eso dice, por nosotros, el Estado cuida de nuestra salud, el gobierno nos señala que tenemos que consumir en nuestra propia casa, cuida del medio ambiente por nosotros, toma la prioridad en la educación de nuestros hijos.

No resulta, entonces, en realidad, nada sorprendente que nos diga a qué temperatura tenemos que regular el aire acondicionado o a qué velocidad tenemos que conducir. A fuerza de protegernos, y a fuerza de esperar que nos protejan, quizá nos hemos convertido en una comunidad de desprotegidos.

El pavo inductivo
Viene a cuento la historia que, hablando de otra cuestión, el filósofo británico Bertrand Russell nos cuenta sobre el pavo “inductivista”. Una historia que, convenientemente adornada y adaptada a los tiempos, resulta bien aplicable a nuestro caso.

La primera mañana que el pavo “inductivista” pasó en la granja, el granjero salió de su cabaña a las 9 de la mañana y puso la comida de todos los animales de la granja en su lugar. Al ser el primer día, el pavo, que estaba educado en las mejores universidades y había hecho varios masters“, no se permitió extraer conclusiones precipitadas.

El granjero da de comer al pavo
Parecía, en primera instancia, que, en la granja, se comía a partir de las 9 de la mañana. Pero, el pavo, que entendía mucho de granjas, recabó datos todos los días de la semana, de los días calurosos y de los frescos, de los días secos y de los lluviosos.

Como tenía contactos y sabía idiomas, el pavo, que era norteamericano, consultó a sus amigos del extranjero y quedó muy satisfecho al comprobar que, con ligeras diferencias, en Europa, los pavos también se alimentaban por la mañana y los granjeros les proporcionaban comida todos los días.

El pavo adquiere derecho a la comida del granjero
De este modo, después de mucho estudiar todas las acciones del granjero, y de conocer el contexto (la coyuntura) internacional, el pavo “inductivista” llegó a la conclusión de que todos los días podía esperar que el granjero, a las 9 de la mañana, le proporcionara su comida. Y que en ello residía el orden deseable de las cosas.

Casualmente, ese día era el Día de Acción de Gracias y el granjero, a las 9 de la mañana, degolló al pavo “inductivista”.

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