Tras la visita de Benedicto XVI a Barcelona, esta semana he podido ser parte de algunas conversaciones y situaciones un tanto curiosas.
He podido constatar la incondicionalidad del creyente que profesa la fe del carbonero. He encontrado también voces discordantes dentro de la iglesia, sobre todo en relación a algunos temas de adaptación a las dinámicas sociales. Por último, he presenciado los alegatos contra la religión en general, y la religión cristiana de rama católica en particular, en determinados ambientes. De este último tipo de situaciones quisiera hablar hoy.
Es clara la historia que precede a la institución eclesiástica y el monopolio de fe y conocimiento que ejercieron durante largo tiempo en Europa. También podría resultar paradójico que soliciten tolerancia cuando no admiten negociación con ciertos temas. Incluso podría recordarse la imagen de las monjas limpiando el altar tras la unción del Papa.
Son acaso éstos (aunque me consta que no solamente) los argumentos que mueven la opinión de las personas que muestran sus barreras más férreas contra la religión y todo lo que saben, creen y suponen que representa.
Pero hay que tener en cuenta que la iglesia tal y como la conocemos es una institución con unas leyes que, gracias a Dios, no son hoy de obligado cumplimiento para todo el mundo. Quiero decir que, dentro de tal institución, se dan estos desajustes incluso muchas veces otros de carácter racional, pero hoy nadie está obligado a subscribirlos.
La iglesia siempre ha pretendido modificar la opinión de quienes no creen en lo mismo que ellos (como dice M.Fraijó, un creyente es un convencido que pretende convencer). No es algo nuevo ni exclusivo de las instituciones religiosas, ni siquiera de las católicas.
Hoy, si uno no comulga con tales preceptos o con la interpretación que de tales preceptos se hace desde las instancias superiores de la iglesia, basta con no atenderlos. La iglesia no agota ni lo cristiano, ni lo religioso, ni lo espiritual. No hay que pasar necesariamente por ella para colmar las necesidades espirituales, sino que es sólo un modo de acercarse a lo eterno, sea esto lo que sea.
De cualquier manera, si no se está de acuerdo en la forma siempre cabe no ceñirse a ella. Quizás también los increyentes deberían adaptarse a los nuevos tiempos.