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La envidia, íntima gangrena del alma española

Yolanda Plaza (Madrid)
Redacción
martes, 27 de julio de 2010, 23:35 h (CET)
Así expresó Miguel de Unamuno este mal que corroe interiormente a quien lo padece. Éste escritor, filósofo y poeta bilbaíno, investigador de la condición humana afirmó: “¡La envidia! Ésta, ésta es la terrible plaga de nuestras sociedades”.

Otra conocida frase sobre la envidia la encontramos en esta reflexión del escritor argentino Jorge Luis Borges: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es envidiable"”.

Uno de mis “deportes” favoritos es analizar o investigar mi interior, al igual que lo practico con los que me rodean (ésto , por supuesto, de la manera más inadvertida y respetuosa con mi prójimo- próximo). Me gusta observar las reacciones, los gestos, lo que se dice y cómo se dice, lo que se calla y por qué se calla. Cada uno de nosotros somos distintos, —unos más que otros—, pero hay algo que me resulta francamente fácil, a pesar de ésta disparidad, y es: reconcer a un envidioso. Los enfermos de envidia tienen tantos rasgos en común que es tremendamente sencillo su diagnóstico. El semblante del paciente es muy característico, su mirada, el gesto en los labios, el tono de voz, su postura,…son detalles que hablan por sí solos. Creo que no es casualidad el que éste término, en español, sea del género femenino. Nos guste o no (me imagino ya las caras de algunas de mis congéneres féminas), éste desagradable defecto es aun más habitual, incluso más exagerado, en los miembros de éste colectivo. Otro síntoma de la enfermedad, —que delata inmediatamente a quien la padece—, es la imposibilidad de éstos individuos de permanecer callados. La carcoma interior “explota” fuera del cuerpo donde mora, como una necesidad vital, al encontrarse frente a la persona que motiva su desgracia. Cuando escribo “frente a”, no necesariamente me refiero a la proximidad física, también puede ocurrir cuando reciben, mediante cualquier medio, información sobre éste o aquel logro, reconocimiento o galardón ajeno.

Podemos toparnos con éstos resentidos en nuestro círculo familiar, en el trabajo, en definitiva, en cualquier momento y circunstancia de la vida. Hay que señalar que ésta enfermedad no es contagiosa, ni se desarrolla con el tiempo; es una flaqueza humana que forma parte de nuestra información genética, de nuestro ADN, como un rasgo distintivo del individuo tan evidente como nuestro aspecto físico ( si tendremos los ojos verdes o el pelo moreno). Al igual que las características corporales, la envidia está presente incluso en el momento de la concepción; de ahí que al nacer, de la misma manera que distinguimos un niño de una niña, podemos decir: ha nacido un envidioso o una envidiosa. Y éste rasgo, —a diferencia de los atributos físicos que son perceptibles al cambio—, permanecerá, crecerá y se hará grande a medida que va transcurriendo la vida del atormentado y desaparecerá cuando el cuerpo donde mora deje de existir.

Francisco de Quevedo escribió: "La envidia está amarilla y flaca porque muerde y no come". Los efectos negativos en la salud del envidioso son evidentes. El resentimiento y la irritación ante el bien ajeno van carcomiendo el cuerpo del paciente. La bilis amarilla y amarga lesiona sus órganos internos, llegando a desarrollar en quien la padece, una enfermedad crónica e incurable.

Cuánta diferencia exite entre éstos amargados y los que nos sentimos alegres y felices ante el bien ajeno, los que admiramos y valoramos a las personas que tienen cualidades o aptitudes de las que nosotros carecemos. Nosotros vemos ésta diferencia como algo que nos impulsa a mejorar, mientras ellos,— los resentidos—, atacan sin compasión a su víctima, buscando defectos, errores, que les permitan no sentirse tan bajos, ruínes y miserables.

Siempre recordaré a mi madre cuando decía: “Si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!. Y qué razón tenía…

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