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Isabel del Río

Rojo y Gualda: una Obra de Arte

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Nunca me ha apasionado el futbol, creo que ha sido en estos mundiales cuando me he enterado por fin de qué es un fuera de juego o de cuándo hay que sacar tarjeta roja (esto último fue en el partido contra Holanda, ¡claro!). Lamento mi incultura, casi absoluta, del entorno futbolístico, pero lo cierto es que nadie puede ser entendido en todo, y yo he estado mucho tiempo estudiando otra manifestación humana: el Arte, con su técnica, iconografía y significado. Ni que decir tiene que, pese a mi peculiar elección, he seguido los partidos de Sudáfrica con la misma emoción que el resto de los españoles (no conozca a nadie que no los haya visto, aunque cada uno los mirara con ojos diferentes).

Me gustaría decir que me quedo con la imagen plástica, que seguro que para otros será por siempre simbólica, de esos grandes jugadores, ya vencedores, elevando la dorada copa bajo un cielo teñido con riadas de confetis rojos y amarillos: una foto desde luego fantástica, digna de las portadas de los periódicos de todo el mundo, como de hecho ha sido. Pero la imagen que guardaré en mi recuerdo es mucho más abstracta y, por ello mismo, interpretable y, también, capaz de impregnarte el espíritu, lentamente y de una manera imperecedera.

Es posible que nunca haya visto una multitud tan enorme congregada para festejar algo en Madrid, pero de lo que sí estoy segura es de que nunca la vi en rojo y gualda, blandiendo tantas banderas que originaban un auténtico oleaje, perfecto y brillante, que se reflejaba en el cielo de una capital, por ello mismo, de tonos diferentes.

Siempre se nos había dicho que no combináramos el rojo y amarillo a la hora de vestir porque, precisamente, pareceríamos la bandera de España: el otro día todo el mundo se ponía esos colores y sentían, por vez primera, que quedaban bien. Siempre se nos había dicho que no lleváramos pulseras ni insignias de la bandera, que nos podría acarrear problemas: el otro día lo extraño era no llevarlas pues todo el mundo estaba orgulloso de ellas. Siempre, en cualquier evento, comenzaba la discusión entre los que querían una bandera roja y gualda y los que querían añadir la banda morada: desde luego no sucedió eso esta vez. Porque parece que, en un proceso que se ha ido gestando durante todos lo mundiales (¿o tal vez mucho antes?), los españoles se sentían orgullosos de serlo y los políticos separatistas, que dividen cada día el país, debieron permanecer callados.

El futbol venció a los mezquinos que practican el divide y vencerás, y en una imagen entró en la Historia del Arte.

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Isabel del Río es profesora de Historia del Arte y autora de la novela Ariza (ed. Alcalá, 2008) y del ensayo Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789 (ed. Akrón, 2010). Dirige la revista cultural Yareah magazine.

Rojo y Gualda: una Obra de Arte

Isabel del Río
Redacción
viernes, 16 de julio de 2010, 00:36 h (CET)
Nunca me ha apasionado el futbol, creo que ha sido en estos mundiales cuando me he enterado por fin de qué es un fuera de juego o de cuándo hay que sacar tarjeta roja (esto último fue en el partido contra Holanda, ¡claro!). Lamento mi incultura, casi absoluta, del entorno futbolístico, pero lo cierto es que nadie puede ser entendido en todo, y yo he estado mucho tiempo estudiando otra manifestación humana: el Arte, con su técnica, iconografía y significado. Ni que decir tiene que, pese a mi peculiar elección, he seguido los partidos de Sudáfrica con la misma emoción que el resto de los españoles (no conozca a nadie que no los haya visto, aunque cada uno los mirara con ojos diferentes).

Me gustaría decir que me quedo con la imagen plástica, que seguro que para otros será por siempre simbólica, de esos grandes jugadores, ya vencedores, elevando la dorada copa bajo un cielo teñido con riadas de confetis rojos y amarillos: una foto desde luego fantástica, digna de las portadas de los periódicos de todo el mundo, como de hecho ha sido. Pero la imagen que guardaré en mi recuerdo es mucho más abstracta y, por ello mismo, interpretable y, también, capaz de impregnarte el espíritu, lentamente y de una manera imperecedera.

Es posible que nunca haya visto una multitud tan enorme congregada para festejar algo en Madrid, pero de lo que sí estoy segura es de que nunca la vi en rojo y gualda, blandiendo tantas banderas que originaban un auténtico oleaje, perfecto y brillante, que se reflejaba en el cielo de una capital, por ello mismo, de tonos diferentes.

Siempre se nos había dicho que no combináramos el rojo y amarillo a la hora de vestir porque, precisamente, pareceríamos la bandera de España: el otro día todo el mundo se ponía esos colores y sentían, por vez primera, que quedaban bien. Siempre se nos había dicho que no lleváramos pulseras ni insignias de la bandera, que nos podría acarrear problemas: el otro día lo extraño era no llevarlas pues todo el mundo estaba orgulloso de ellas. Siempre, en cualquier evento, comenzaba la discusión entre los que querían una bandera roja y gualda y los que querían añadir la banda morada: desde luego no sucedió eso esta vez. Porque parece que, en un proceso que se ha ido gestando durante todos lo mundiales (¿o tal vez mucho antes?), los españoles se sentían orgullosos de serlo y los políticos separatistas, que dividen cada día el país, debieron permanecer callados.

El futbol venció a los mezquinos que practican el divide y vencerás, y en una imagen entró en la Historia del Arte.

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Isabel del Río es profesora de Historia del Arte y autora de la novela Ariza (ed. Alcalá, 2008) y del ensayo Las Chicas del Óleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789 (ed. Akrón, 2010). Dirige la revista cultural Yareah magazine.

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