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Todos contra Europa. Ya era débil y ahora más

Los bloques se derrumban

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Quedamos atónicos el día 9 de noviembre cuando supimos de la derrota de Hillary Clinton y de la victoria de Donald Trump. Y todavía no sabemos hacia dónde vamos.

Hasta ese momento, tanto la gente de la calle como los establishments estaban de acuerdo en que el ganador era un candidato inoportuno e inadecuado, y siguen sin saber lo que pasará a partir del día 20 de enero, cuando tome posesión de su cargo. Se barajan varias posibilidades para invalidar al líder que surgió contra todo pronóstico, entre ellas el impeachment, pero habrá que ver qué conducta suya se declara irregular o contra la ley para someterlo a juicio. Él también encarna el sueño americano, hijo de extranjeros que conquista el éxito económico y varonil.

Estábamos hechos a la idea de que el mundo se dividía en dos bloques, el comunista, capitaneado por la Unión Soviética, ahora la Rusia de Putin, y el resto del mundo, gobernado por las democracias que dejan ser, dejan estar y dejan hacer; es decir el liberalismo económico disfrazado de democracia. Ya no es así. Se derrumban los bloques clásicos y Estados Unidos se coaliga con su enemigo histórico y dice que con quien va hacer un muro de piedra es con México, su vecino del sur. Dice Trump que va hacer que se construya ese muro y que incluso va a tener México que pagarlo. Nos preguntamos si será una cuestión simbólica o si llegará el presidente americano a poner a trabajar en dicho muro a la gente con sueldos de esclavitud antes de permitirles la entrada por una frontera nueva, a la medida del mandatario.

El muro de Berlín se derrumbó en 1989 pero ni quienes propusieron su desaparición pensaban que Rusia y Estados Unidos llegarían a aliarse de la forma que estamos viendo frente a una Europa que pierde uno de sus principales baluartes, que es Gran Bretaña.

Todos contra Europa. Ya era débil y ahora más. Solo falta que los populismos nos confronten a unos contra otros en un nuevo escenario bélico europeo. No lo quiera Dios, pero guerra en Europa ya la tuvimos en la década de los noventa. Se consintió y nunca se le consideró la III Guerra Mundial como tal, sino una confrontación localizada y controlada en países de la que había sido Unión Soviética. Se las llama Guerras de Yugoslavia, es decir, en tierra de nadie.

Veremos cómo será el diálogo entre las potencias a partir de este nuevo orden internacional. Nos podemos imaginar a Putin y a Trump tomando café en un reservado de la cumbre, y a Theresa May, por su parte, entreteniendo a Angela Merkel con una taza de té por medio mientras hace de espía para luego cenar con Trump y acordar lo que haya que acordar, según les convenga, a espaldas de Alemania y, como consecuencia, a espaldas de toda Europa. La división resultante por sexos es casual, pero también significativa.

Estamos desconcertados y no es para menos. Los bloques se derrumban y se construyen nuevos muros que dividen al mundo entre ricos y pobres, entre los que están al norte y los que quedan al sur, entre los que van armados y los que piden la paz.

Los bloques se derrumban

Todos contra Europa. Ya era débil y ahora más
Áurea Sánchez Puente
miércoles, 18 de enero de 2017, 17:49 h (CET)
Quedamos atónicos el día 9 de noviembre cuando supimos de la derrota de Hillary Clinton y de la victoria de Donald Trump. Y todavía no sabemos hacia dónde vamos.

Hasta ese momento, tanto la gente de la calle como los establishments estaban de acuerdo en que el ganador era un candidato inoportuno e inadecuado, y siguen sin saber lo que pasará a partir del día 20 de enero, cuando tome posesión de su cargo. Se barajan varias posibilidades para invalidar al líder que surgió contra todo pronóstico, entre ellas el impeachment, pero habrá que ver qué conducta suya se declara irregular o contra la ley para someterlo a juicio. Él también encarna el sueño americano, hijo de extranjeros que conquista el éxito económico y varonil.

Estábamos hechos a la idea de que el mundo se dividía en dos bloques, el comunista, capitaneado por la Unión Soviética, ahora la Rusia de Putin, y el resto del mundo, gobernado por las democracias que dejan ser, dejan estar y dejan hacer; es decir el liberalismo económico disfrazado de democracia. Ya no es así. Se derrumban los bloques clásicos y Estados Unidos se coaliga con su enemigo histórico y dice que con quien va hacer un muro de piedra es con México, su vecino del sur. Dice Trump que va hacer que se construya ese muro y que incluso va a tener México que pagarlo. Nos preguntamos si será una cuestión simbólica o si llegará el presidente americano a poner a trabajar en dicho muro a la gente con sueldos de esclavitud antes de permitirles la entrada por una frontera nueva, a la medida del mandatario.

El muro de Berlín se derrumbó en 1989 pero ni quienes propusieron su desaparición pensaban que Rusia y Estados Unidos llegarían a aliarse de la forma que estamos viendo frente a una Europa que pierde uno de sus principales baluartes, que es Gran Bretaña.

Todos contra Europa. Ya era débil y ahora más. Solo falta que los populismos nos confronten a unos contra otros en un nuevo escenario bélico europeo. No lo quiera Dios, pero guerra en Europa ya la tuvimos en la década de los noventa. Se consintió y nunca se le consideró la III Guerra Mundial como tal, sino una confrontación localizada y controlada en países de la que había sido Unión Soviética. Se las llama Guerras de Yugoslavia, es decir, en tierra de nadie.

Veremos cómo será el diálogo entre las potencias a partir de este nuevo orden internacional. Nos podemos imaginar a Putin y a Trump tomando café en un reservado de la cumbre, y a Theresa May, por su parte, entreteniendo a Angela Merkel con una taza de té por medio mientras hace de espía para luego cenar con Trump y acordar lo que haya que acordar, según les convenga, a espaldas de Alemania y, como consecuencia, a espaldas de toda Europa. La división resultante por sexos es casual, pero también significativa.

Estamos desconcertados y no es para menos. Los bloques se derrumban y se construyen nuevos muros que dividen al mundo entre ricos y pobres, entre los que están al norte y los que quedan al sur, entre los que van armados y los que piden la paz.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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