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¿Nos chulean con la beneficencia y la caridad?

“Los hombres son naturalmente propensos a creer virtuosos a sus semejantes; esto es precisamente lo que da tanta ventaja a los impostores y a los estafadores” Abate Galiani
Miguel Massanet
miércoles, 7 de diciembre de 2016, 00:47 h (CET)
Los ciudadanos que, a veces, somos tan desconfiados con nuestros políticos, que nos miramos con lupa cualquier documento o formulario antes de estampar nuestra firma en él o que siempre ponemos en tela de juicio lo que la prensa o los noticiarios nos dicen; no obstante, en cuanto nos tocan la fibra sensible, alguien apela a nuestros sentimientos más profundos o nos presentan ante los ojos un caso de manifiesta necesidad o un tema de notoria injusticia, fácilmente nos dejamos arrastrar hacia la asistencia personal, la colaboración pecuniaria, la ayuda desinteresada, la participación en los actos solidarios o, si fuera preciso, en casos extremos, la entrega caritativa en forma de adopciones temporales o acogida domiciliaria a aquellas víctimas de los desastres naturales. Los españoles, en este aspecto, podemos presumir de ser generosos y solidarios con aquellas personas que, en un momento determinado, precisan de nuestro apoyo.

Sin embargo, en ocasiones, no nos ha quedado lo suficientemente claro lo que, en todo este fárrago de organizaciones que tienen el marchamo de ser instituciones, sin ánimo de lucro, dedicadas a hacer el bien a nuestros semejantes, acoger a los menesterosos, participar en las campañas de recaudación de fondos para obras benéficas o encargadas de misiones de asistencia médica o ayudas materiales o educativas en países subdesarrollados, entre tribus sin civilizar o, incluso, en peligrosas zonas donde las enfermedades endémicas ponen en peligro la salud de aquellos que se atreven a sacrificarse para llevarles medicinas y ayuda médica; hay de cierto, de verdadera actividad benéfica y de entrega hacia las causas que se dice defender y lo que, como suele suceder en toda actividad humana, se puede esconder de egoísmo, teatro, abuso, provecho de unos cuantos o, incluso, estafa o fraude respecto a quienes, de buena fe y haciendo un sacrificio personal, aportan su ayuda, en la forma que fuere, como contribución al fin benéfico al que se les ha hecho creer estaba destinada.

En sólo un listado conseguido por Internet hemos encontrado, sólo en España, unas 70 asociaciones dedicadas a distintos fines benéficos. Seguramente, si insistiese, encontraría muchas más y, con toda posibilidad, doblaría el número si se incluyesen las ONG extranjeras que actúan en España. No obstante, no es preciso porque para lo que vamos a tratar son suficientes. En todo caso, se dice que en todo el mundo hay unas 40.000 ONG financiadas por los gobiernos norteamericanos y europeos, que fueron creadas con el fin específico de ser instrumentos globalizadores de Washington y Bruselas. Y es que, señores, a vuelo de pájaro, se nos ocurren algunas preguntas respecto a estas instituciones benéficas, que desearíamos que se nos contestaran. Por ejemplo, se nos ocurre que sería interesante saber quién, en realidad, controla a todas estas numerosas sociedades altruistas. Parece que este trabajo corresponde en España a la Administración Pública, aunque mucho nos tememos que la función de controlar las donaciones recibidas y el destino al que se asignan no es, ni mucho menos, fácil de llevar a cabo ni especial objetivo de la Administración Pública.

Y cuando se le pregunta a la Coordinadora ONGD cómo saber que una ONG es de confianza, responde: “Las ONGD deben ser transparentes en el uso que hacen de los fondos. Para ello cada ONGD debe informar puntualmente a todas las personas que se lo soliciten, colaboren o no dentro de la organización. Las ONGD tienen que publicar sus Memorias y cuentas anuales explicando el destino del dinero. Muchas organizaciones se someten a auditorías externas de forma voluntaria.”. Sí señores y las mujeres son siempre puras, los hombres honrados y la humanidad sin mácula alguna, como si todos estuviéramos en un paraíso terrenal. ¿Saben lo que cuesta una auditoría externa? Pues se lo pueden imaginar ¿Por qué no lo hace la Hacienda Pública?

Otra cuestión: ¿Por qué tantas ONG, tal diversidad de asociaciones, tantas estructuras administrativas, tantas direcciones y tantos sueldos a pagar?, cuando si todas se agruparan, racionalizaran sus objetivos, aprovechasen al máximo las donaciones recibidas y redujesen los gastos superfluos; es evidente que los resultados serían mejores, lucrarían a más beneficiarios y las posibilidades de fraude ( ya son varios los que se han descubierto y que han pasado por manos de los tribunales de Justicia) quedarían reducidas al mínimo. El Estado tiene la obligación de velar para que, este maremágnum de pequeñas sociedades incontroladas y de aquellas que, en beneficio de sus gestores, tienen una estructura desproporcionada, una gestión mejorable, unos gastos excesivos y un control insuficiente, fueran reformadas y convertidas en eficientes gestoras, capaces de cumplir sus objetivos sin que una parte importante de las donaciones tuvieran que distraerse en aplicaciones ajenas al fin de la sociedad.

Estos días se ha producido un caso de un padre de familia, con una hija afectada por una rara enfermedad, que ha peregrinado por los medios públicos, TV y radios, para conseguir donaciones para proporcionarle a su hija un tratamiento adecuado; entre los previstos, llevarla a que la vieran los médicos de los EE.UU. Las cantidades recibidas han sobrepasado con mucho las que eran precisas y el padre se llevó a la niña a que la vieran los curanderos en lugar del viaje previsto a la sanidad americana. Un fraude que, los presentadores los locutores y todos los que han intervenido, de buena fe, en la comisión de este delito (está en manos del juez) tienen, no obstante, su parte de culpa por actuar imprudentemente, no informarse adecuadamente y contribuir, con la propaganda hecha, a que muchas personas cayeran inocentemente en semejante celada. El padre se ha excusado, pero ya sabemos que esto no basta y el mal que, actitudes como esta, causa a los que verdaderamente precisan de la ayuda es incalculable.

Y es que, en este país, existe una parte de periodistas, carentes de ética y de sentido de la profesionalidad que, con tal de adquirir fama y conseguir una noticia que les ayude a medrar, no dudan en explotar cualquier circunstancia, aunque ello signifique un engaño a la audiencia, que les pueda suponer una oportunidad de hacerse famosos. Ya se sabe, un minuto en la TV sirve más que diez años de trabajo en las oficinas de cualquier periódico. El gobierno de la nación debiera de legislar para que la responsabilidad de todos estos reporteros sin escrúpulos, de quienes no toman las debidas precauciones antes de lanzar al aire una información que, como ha sido el caso de este padre de la niña enferma, esconda y promueva la comisión de un delito, como ocurre en el tema que tratamos, que constituya un fraude a aquellas personas que, movidas por el sentimiento caritativo de ayudar a la pobre niña enferma, han caído en la trampa de este señor sin escrúpulos, que se ha lucrado de ello.

Son ya demasiados los casos en los que, hipócritas interesados, se aprovechan de su posición privilegiada en un programa televisivo o una emisora de radio, para jugar con los sentimientos de la audiencia, manipularla, hacer que envíen ayudas y, cuando lo han conseguido, la pista del dinero se pierde y aquella obra presuntamente de beneficencia puede que, en todo o en parte, acabe en los bolsillos de aquellos sinvergüenzas que no han tenido empacho en aprovecharse de la credulidad de unas personas convencidas de que realizaban una obra caritativa.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos que denunciar el uso inadecuado de los medios informativos, que debieran cerciorarse y llevar el control de todos estos casos, en los que se piden ayudas económicas a los ciudadanos, para evitar que, un exceso de confianza, una negligencia en el ejercicio de la profesión o un interés egoísta, puedan acabar convirtiéndose en un fraude contra la gente honrada que han confiado en la honradez y seriedad de aquel comunicador que los ha tenido engañados.

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La VERDAD es muy clara.. Los PROYECTOS deben ser CLAROS y COMUNITARIOS... Los CAMBIOS deben ser ANALIZADOS y sus ajustes y modificaciones COMENTADOS y ACEPTADOS. Los POLÍTICOS deberían saber siempre escuchar y nunca IMPONER, eso es DICTADURA.

 
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