
El patrimonio histórico minero industrial ha sufrido mucho frente a la picota. Es necesario hacer una denuncia que es necesario se oiga con voz alta y clara para que los responsables, que tienen poder para evitar tropelías, lo hagan sin mirar otros intereses más que los de conservar la historia del pueblo.
Es una realidad que, lamentablemente, se repite con frecuencia y que atenta contra el patrimonio histórico y artístico de nuestras ciudades y es una lucha importante de visibilizar.
En esta ocasión, el lamentable hecho ha ocurrido en Sevilla y afecta a un patrimonio especialmente frágil: la arquitectura industrial del siglo XX.
Estos espacios, al encontrarse lejos del centro histórico y ser poco conocidos por el gran público e ignorados por el turismo masivo e invasivo, tanto como por los propios vecinos, suelen quedar olvidados y desprotegidos, pero son centros que han sido muy importantes para la ciudad. Muchos de ellos centros históricos industriales estaban en zonas obreras, extrarradios, extramuros, que, con el tiempo, tienen todas las cartas para ser transformadas en barrios residenciales para personas con mayor poder adquisitivo, o que convierte a sus terrenos en objetivos muy codiciados, a pesar de que allí hubo industrias prósperas hasta los años setenta e incluso ochenta del siglo pasado, en este caso concreto.
La fábrica de pinturas Nuestra Señora de la Esperanza, la “fábrica de colores”, para el vulgo, ha perdido su último vestigio, aparte de la gran chimenea de ladrillo que aún se mantiene en pie. El derribo se realizó de noche, a principios de agosto y la noticia se hizo pública el día 3 de Agosto de 2025.
El edificio, aunque modesto, formaba parte de la memoria colectiva del barrio de San Jerónimo y de muchos sevillanos. Se integraba en el tejido industrial que comenzó a desarrollarse allí en el primer tercio del siglo XX, aprovechando la cercanía de la línea de tren Sevilla-Córdoba y su conexión con la de Sevilla-Cádiz. Cerca se encontraba un importante complejo ferroviario para almacenamiento, mantenimiento y preparación de material rodante.
La fábrica estaba justo frente a la vía, alineada con la estación. Incluso inspiró a Álvaro Tarik, músico cordobés que en los años ochenta fundó un grupo de rock llamado Tarik y la fábrica de colores. También una discoteca sevillana adoptó ese nombre, quizá por la misma inspiración o por la fuerza que el concepto tenía en la Sevilla obrera.
Su producción se centraba en pigmentos industriales y artesanales, como el tono almagra, el rojo ladrillo y diversos ocres que se usaron para colorear muchas fachadas de Sevilla. También abasteció a los talleres de cerámica de Triana, por lo que es probable que el propio rótulo cerámico de la entrada estuviera pintado con pigmentos fabricados allí.
Ese rótulo era una pieza notable de publicidad cerámica en Sevilla, compuesto por azulejos de 20 cm, con letras azules sobre fondo amarillo y una cenefa floral realizada a la cuerda seca. Fue obra del taller de Hijos de José Mensaque y Vera; y hoy no se sabe cuál puede ser su paradero y es posible que haya sido destruido durante el derribo, aunque existe remota esperanza de que fuera retirado previamente. La Asociación Pisano, defensora del patrimonio cerámico, ha anunciado una denuncia ante Urbanismo y la Fiscalía del Patrimonio.
En cuanto al futuro del solar, ni la prensa ni las asociaciones vecinales han conseguido averiguar qué se construirá allí. El Ayuntamiento no ha dado respuesta. Según imágenes previas al derribo, el edificio principal de dos plantas —el que lucía el rótulo— y la base de otra edificación de cuatro alturas han desaparecido. Quedan la chimenea y un edificio transversal al fondo. Se espera que no haya sido destruida la portada neomudéjar de tres arcos y ornamentación cerámica que daba acceso al recinto.
No es la primera vez que ocurre algo así. En 2016 se demolió, también de noche, la fábrica de ballestas, un edificio de ladrillo de 1910 situado en la histórica zona industrial de Miraflores. Otro golpe contra el patrimonio industrial sevillano.
Además de la autora que suscribe estas líneas, doctora en Historia, Paulina Ferrer, historiadora del arte, ha denunciado este hecho realizando un video de youtube. En el mismo se pueden ver imágenes importantes al respecto del tema que aquí tratamos.
La demolición de la “fábrica de colores” en Sevilla es un ejemplo preocupante de cómo el patrimonio industrial, por no estar siempre protegido o reconocido como parte esencial de la identidad cultural, queda a merced de intereses urbanísticos y económicos. Este tipo de edificaciones no solo tienen valor arquitectónico o histórico, sino también un profundo significado social: forman parte de la memoria colectiva de los barrios obreros, son testimonio de un pasado productivo y reflejan un estilo de vida que moldeó la ciudad.
El hecho de que el derribo se realizara de noche y sin una comunicación clara a la ciudadanía evidencia una falta de transparencia y de consideración por el interés público. La desaparición (o posible destrucción) del rótulo cerámico es especialmente grave, porque se trata de una pieza única que, más allá de su belleza, era un documento histórico tangible.
Además, la ausencia de un plan claro sobre el futuro del solar y el silencio institucional generan la sospecha de que, una vez más, la especulación inmobiliaria prima sobre la preservación del patrimonio. Lo ocurrido no es un caso aislado, sino parte de una tendencia que ya se ha visto en Sevilla y en muchas otras ciudades: la sustitución de espacios industriales históricos por proyectos residenciales o comerciales que ignoran la memoria del lugar.
Preservar el patrimonio industrial no es solo conservar edificios, sino mantener viva la historia de la clase trabajadora, también de la clase empresarial y los procesos productivos que dieron forma a la ciudad. Perder estos referentes es perder parte de nuestra identidad colectiva.
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