El 27 de agosto de 1937 a las 19 horas, el representante diplomático de Estados Unidos en Paraguay escribía al Secretario de Estado Norteamericano desde Asunción, informando que conversó con el presidente paraguayo Eusebio Ayala por propia iniciativa. Ocupaba la Legación diplomática de Estados Unidos en Asunción, el afamado novelista Meredith Nicholson, consagrado autor oriundo de Indiana, quien había ocupado puestos políticos importantes en su estado y en la estructura del partido demócrata, en forma paralela a su carrera literaria que incluso había trascendido en Hollywood.
El presidente paraguayo Eusebio Ayala, por su parte, hablaba correctamente inglés además de ser cosmopolita, y en la conversación sostenida con el escritor y diplomático estadounidense se reveló totalmente enterado de las causas invisibles que detonaron la Guerra del Chaco.
Según Nicholson, Eusebio Ayala “Dejó claro por primera vez que, en lugar de ceder a regañadientes un puerto en el río Paraguay, estaba muy interesado en gestionar un puerto boliviano. Observó que Bolivia posee muchos millones de acres de tierras petroleras que no están involucradas en la disputa del Chaco” (1).
El territorio petrolífero no involucrados en la disputa a los que se refería Ayala, carecían por entonces de salida fluvial y un año antes el mismo presidente Salamanca había admitido esa relación ante el Congreso boliviano.
El presidente Eusebio Ayala demostraba una vez más en esta conversación conocer las conexiones de la guerra que había estallado entre Paraguay y Bolivia, con los capitales petroleros norteamericanos, y tenía en mente una solución que podría favorecer a los dos países beligerantes.
“Los oleoductos a un puerto fluvial serían ventajosos para Paraguay, ya que requerirían la construcción de refinerías, el aumento de la población y la garantía de gasolina más barata”(1).
Ayala le explicó también a Nicholson que “Argentina no estaba por el momento interesada en algunos acuerdos para transportar por oleoducto el petróleo desde los yacimientos bolivianos hacia el sur para conectarlo con los yacimientos y refinerías argentinos. Sería, dijo, más ventajoso para Bolivia conectar con un puerto paraguayo que desviar este tráfico hacia Argentina. El oleoducto sería más fácil y el producto podría exportarse a un menor costo”.
Nicholson agrega premonitoriamente que “De todo esto deduje que el Presidente Ayala no considera el interés de Argentina en promover la paz como algo desinteresado y como un mero gesto de buena vecindad; que la participación argentina en la mediación o el arbitraje difícilmente podría disociarse de su deseo de vincular efectivamente su territorio a Bolivia”(1).
Este informe confidencial de Nicholson coincide casualmente con una comunicación del secretario de estado interino William Phillips, quien en la misma fecha a la hora 14, le dice desde Washington que: “Como presumiblemente le ha informado el Gobierno paraguayo, este ha aceptado oficialmente y por escrito, sin reservas, la fórmula de conciliación argentina. Los Gobiernos brasileño y estadounidense están tratando de persuadir a Bolivia para que adopte medidas similares. Asimismo, se insta al Gobierno boliviano a que exprese claramente su opinión sobre la naturaleza del sometimiento a arbitraje en caso de que el procedimiento de conciliación resulte impracticable”(2).
Las coincidencias entre las sospechas y la realidad de los hechos, habían dejado de ser casualidad a esas alturas de una guerra cuyas causas habían ganado total visibilidad, incluso a los ojos del presidente.
Este Artículo se basa en los siguientes documentos del departamento de Estado Norteamericano:
1) https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1934v04/d238 2) https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1934v04/d392
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