A lo largo de mi periplo veraniego, vengo observando la vida de aquellos miembros del “segmento de plata” que siguen viviendo en pleno ambiente rural.
Detrás del bastón o la cachava, hay una vida plena que tiene poco que ver con el “dolce far niente”. Para la gente del campo la jubilación es una fecha más del calendario, que coincide con la percepción de una paguita, si es que han cotizado lo suficiente. Siguen madrugando mucho y aprovechando las primeras horas de la mañana para dedicarlas a las labores de su huertecillo –del que jamás se desprenden-, sus gallinas y, posteriormente, al trapicheo, trueque o venta de aquellos productos propios, que exceden de su consumo familiar. Surge una especie de mercadillo alternativo en el que te ofrecen -o intercambian- brevas, higos, chumbos, uvas moscatel y, últimamente, frutos tropicales, mangos, aguacates, etc. Todos ellos además de los clásicos: tomates, berenjenas, pimientos, cebollas, patatas. Todo un paraíso para los urbanitas que siguen pensando que las frutas y verduras se crían en Mercadona. Los que tenemos cierta edad aun recordamos con nostalgia aquellos copos playeros en los que comprábamos el pescado, o la leche de cabra que ordeñaban en la puerta de nuestra casa. A mi domicilio llegaba el pan de cada día de manos del “Koala”, cuando este aun no había tomado los derroteros de la farándula. La jubilación de los mayores, habitantes de la España rural, la vaciada, la abandonada por los jóvenes, no existe. Muchos de ellos marcharon después de la mili a Barcelona, a Francia, a Suiza o a Alemania. Aquellos ahorrillos logrados se han convertido en pequeñas huertas familiares, donde dan rienda suelta a su amor por el terruño y su capacidad para sacarle rendimiento. Anteayer compré una docena de chumbos “frescos, gordos y reondos”. Hoy voy a comprar una caja de uvas moscatel que he encargado al “pinturas”. Uno de los muchos jubilados locales que no usa el ordenador ni la inteligencia artificial. Se apaña con el escardillo, la azada y el arado. Como los héroes del oeste americano “morirán con las botas puestas”.
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