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Opinión
Etiquetas | Carta al director

A Javier Lambán con afecto

Venancio Rodríguez Sanz​, Zaragoza
Lectores
miércoles, 20 de agosto de 2025, 14:22 h (CET)

La vida me sucede con estoy sumergido en la escritura, solo entonces existo. Solo entonces es cuando estoy metido en mi. Solo entonces es cuando soy.  Solo soy cuando medito. Sería posible ser sin estar imbuido en la acción de escribir. Pero esto requeriría estar despierto. Quiero decir analizando el valor de cada palabra y sus repercusiones. Pero como el instante es tan rabiosamente imprevisible y fugaz, que se escapa por las costuras de la precipitación. La vida es espontanea. La boca se apresura sacando conclusiones. Los hechos se aceleran en llevarlos a la práctica. Pero nos equivocamos al pensar que para vivir hay montarse en un tren que va a trescientos por hora. Vivir es estar en lo pequeño. Vivir es observar el vuelo de una hoja. Es pararse a contemplar el paisaje. Es extasiarse contemplando el mundo de las abejas. Es meditar sobre el movimiento de una oruga. Vivir ocurre despacio. Todo lo demás, son accidentes debidos a la precipitación del impulso descontrolado; pero estos no tienen nada que ver con la vida. El último día de la vida de cada uno de nosotros, será uno de los días más lentos. Entonces contarán los segundos como horas. Las horas como días. Los días como meses. Los meses como años. Y los años, como siglos. Como el tiempo es relativo, vivamos eternamente cada segundo de la vida.

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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