La vida me sucede con estoy sumergido en la escritura, solo entonces existo. Solo entonces es cuando estoy metido en mi. Solo entonces es cuando soy. Solo soy cuando medito. Sería posible ser sin estar imbuido en la acción de escribir. Pero esto requeriría estar despierto. Quiero decir analizando el valor de cada palabra y sus repercusiones. Pero como el instante es tan rabiosamente imprevisible y fugaz, que se escapa por las costuras de la precipitación. La vida es espontanea. La boca se apresura sacando conclusiones. Los hechos se aceleran en llevarlos a la práctica. Pero nos equivocamos al pensar que para vivir hay montarse en un tren que va a trescientos por hora. Vivir es estar en lo pequeño. Vivir es observar el vuelo de una hoja. Es pararse a contemplar el paisaje. Es extasiarse contemplando el mundo de las abejas. Es meditar sobre el movimiento de una oruga. Vivir ocurre despacio. Todo lo demás, son accidentes debidos a la precipitación del impulso descontrolado; pero estos no tienen nada que ver con la vida. El último día de la vida de cada uno de nosotros, será uno de los días más lentos. Entonces contarán los segundos como horas. Las horas como días. Los días como meses. Los meses como años. Y los años, como siglos. Como el tiempo es relativo, vivamos eternamente cada segundo de la vida.
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