No ha comenzado bien esta legislatura. Si se han necesitado 10 meses para conseguir formar un gobierno; si ha sido preciso que el PP, el partido gobernante, haya tenido que aceptar la imposición del partido de Ciudadanos, en forma de 150 temas, con los que le ha sido preciso transigir; si, a las primeras de su nueva experiencia, el PP ya ha tenido que soportar que, en el Parlamento, le hayan tumbado sus primeras propuestas, curiosamente con el apoyo de Ciudadanos, que no ha tenido inconveniente alguno en alinearse con el resto de los partidos de la oposición y si, para estupefacción de muchos de los simpatizantes del partido, en los puestos claves del nuevo gobierno se han mantenido a personas como la señora vicepresidenta, Sáez de Santamaría y se han incorporado personas a todas luces afines a ella; se ha reforzado al ministro de Hacienda, señor Montoro y se le ha dado la larga cambiada a la señora Cospedal, en el envés de la medalla de la vicepresidenta, dándole el ministerio de Defensa; con la particularidad de que, el nuevo ejecutivo, en general, presenta un talante “más negociador”, lo que quiere decir más dispuesto a ceder y largar cable.
No es aventurado, pues, pensar que, la nueva imagen del PP, tal y como se podía esperar al haber optado por aceptar gobernar en minoría, antes de jugarse el órdago de forzar unas nuevas elecciones, precisamente cuando se encontraba en inmejorables condiciones para optimizar notablemente sus resultados, iba a sufrir una transformación, apoyada por el propio señor Rajoy, que no ha perdido ocasión de mostrarse dispuesto a negociar, sobre todo, respetando, como es natural, el imperio de la Ley. Sus continuas apelaciones al “diálogo”, no hacen sino confirmar que, en este aspecto, el presidente del PP ha dado un giro de 180º, naturalmente forzado por las circunstancias, con todas las posibilidades de que, empezando por sus apoyos de investidura, encarnados principalmente por los Ciudadanos de Rivera, le obliguen a rectificar en cuestiones que, con toda posibilidad, vayan en contra de los intereses de la nación y, en ocasiones, en contra de los mandatos recibidos de nuestros vecinos de la UE.
No sabemos lo que tenía en mente don Mariano cuando se decidió a gobernar, aunque fuese en minoría, pero lo que sí parece es que lo que, de momento, está sucediendo, es que los tortazos le llegan de todas partes y que, de seguir así, si quiere mantenerse en su puesto de Presidente del gobierno, va a tener que aceptar, a pies juntillas, todas las exigencias que, Ciudadanos, decidan imponerle, sabedor de que, sin su apoyo, no tiene posibilidad alguna de conseguir sacar proposición alguna de un Parlamento, mayoritariamente en contra de su política. Cuesta hacerse a la idea de que siga empeñado en conseguir acuerdos con unos nacionalistas que, incluso dentro de su seno, existen importantes diferencias que les impiden llegar a acuerdos sobre sus propios problemas internos.
El nombramiento de la señora Sáez de Santamaría ( no sabemos cómo ha conseguido que el señor Rajoy le haya otorgado tanta confianza) para negociar con los catalanes, hace que, los que estamos en contra de cualquier cesión o compensación que favorezcan sus objetivos independentistas, tengamos la desagradable sensación de que existe el evidente peligro de que, como ocurrió con el señor Rodríguez Zapatero en el caso del Estatuto de Cataluña, los nacionalistas le vuelvan a meter un gol a la joven negociadora, de modo que, aparentemente, suponga un acuerdo de paz y entendimiento pero que, a medio o largo plazo, acabe siendo sólo un medio de financiarse a costa de España, hasta que se consideren lo suficientemente fuertes para volver a exigir la independencia. Basta observar como los políticos catalanes le ríen las gracias, le siguen la corriente, la hacen confiarse, sabedores de que, cuando se les presente la ocasión, intentarán conseguir de ella el máximo posible a cambio de unas cuantas concesiones a modo de baratijas, con las que la vicepresidenta pueda presentarse en Madrid como vencedora de la negociación.
La situación, evidentemente complicada, por la que está pasando el PSOE, sus luchas intestinas, sus difíciles relaciones con el PSC, y los escarceos de la señora Susana Díaz, trabajando sus posibilidades de presentarse como nueva candidata a la Secretaría general de su partido, tienen su contrapunto con el trabajo de zapa llevado a cabo por un oculto aspirante, Pedro Sánchez, que parece permanecer agazapado, en la sombra, dispuesto a saltar sobre sus adversarios en cuanto el próximo Congreso ( no parece que la gestora que dirige el partido ni su presidente, el señor Fernández, tengan mucha prisa en convocarlo) le permita mostrar los ases que, indudablemente, tendrá en las manos. No conviene despreciar o dar por amortizadas las posibilidades de este señor, que es capaz de arrastrar tras de sí a un buen número de los socialistas más combativos, extremistas y, posiblemente, como su líder, más dispuestos a llegar a acuerdos de gobierno con los podemitas de Pablo Iglesias. Un peligro latente que, conociendo lo que piensan los separatistas catalanes, podría llegar a constituir un grave problema para la gobernabilidad de España si es que llegaran a coaligarse contra el PP y, en su caso, el grupo de Ciudadanos.
Lo que no acabamos de entender es que, si el señor Rajoy ha puesto como condición el mantenimiento de su política económica y de la reforma laboral que se le impuso desde Bruselas, haya hablado de que se puede tratar de este tema con los de la oposición, que se muestran contrarios a seguir manteniendo en vigor aquellas modificaciones que dejaron fuera de combate a los dos sindicatos más representativos en España, CC. OO y la UGT. No sabemos de lo que habrán hablado en la reunión que hoy Rajoy ha mantenido con Toxo y Pepe Álvarez, en la que suponemos que, ambos sindicalistas, habrán insistido en pedirle recuperar la influencia que, antes de las reformas, tenían ambas formaciones sindicales en el ámbito de los Convenios Colectivos.
Naturalmente, podemos estar equivocados, pero, a primera vista, como ciudadanos españoles, se nos antoja que el mantener por mucho tiempo la situación que se derivará de este gobierno minoritario, va a ser una tarea de titanes; con la particularidad de que, si las elecciones se hubieran celebrado, como se esperaba, en diciembre del corriente año, el PP disponía de muchas probabilidades de salir fortalecido de cara a la formación de un nuevo gobierno. No obstante, tenemos nuestras reservas de que, si Rajoy piensa que tiene en sus manos un as si el país se hace ingobernable y se decide a convocar unos nuevos comicios, esta ventaja a la que hemos aludido se pueda mantener. Las elecciones no se pueden convocar antes de los 6 meses desde la formación del nuevo ejecutivo y, en este lapso, es posible que la oposición sea capaz de poner contra las cuerdas al Gobierno, que tumbe muchas de las reformas que ya se habían llevado a cabo; que se vea obligado a establecer nuevos impuestos ( ya el señor Montoro ha anunciado “retoques” que todos sabemos en lo que acabarán), algo que, evidentemente, no será aceptado con agrado por los ciudadanos; ya se habla de reducir los plazos para el pago de deuda tributaria a las empresas y veremos lo que sucede con los particulares ( una posibilidad que va a poner a Montoro en el punto de mira de los votantes y, por ende, al propio PP). Europa exige que se reduzca el déficit público, tanto del Estado como el de las Comunidades autónomas; nos pide que debemos hacer un esfuerzo para rebajar en 25.000 millones de euros nuestra disparada deuda pública y, todavía queda por ver lo que va a pasar con el retraso de nuestros PGE, que ya debían obrar en poder de la CE desde el 15 de octubre pasado.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos la sensación de que los españoles, los que siempre pensábamos que estábamos en una democracia consolidada, un verdadero Estado de Derecho, amparados por una Constitución sin fisuras y unas fuerzas de seguridad sólidas, capaces de mantener el orden lo mismo que, de un Ejército, dispuesto en todo momento en mantener la unidad de España cuando alguien pretendiera trocearla; estamos siendo engañados. ¿De verdad podemos confiar en todo ello o, nos hallamos en peligro de que toda esta estructura en la que fiábamos, acabe desmoronándose en manos de quienes piensan que hay que volver a empezar de cero para restablecer la ilusoria igualdad, que vienen predicando los seguidores del “padrecito” Stalin? Conviene meditar sobre ello.
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