En una época marcada por la confusión moral y el relativismo cultural, reaparece con fuerza la necesidad de saber quiénes somos y hacia dónde vamos.
Por necesidad
Esta necesidad no es un lujo intelectual ni un capricho romántico, sino una exigencia humana profunda de sentido y trascendencia, que la ideología globalista y desarraigada ha tratado de negar. Hay que hacer del servicio a la nación y la defensa de nuestra civilización un compromiso vital, porque tener miedo es empezar a dejarse derrotar y NO PODEMOS DESAPARECER, ni nuestra civilización ni nuestra filosofía, frente al radicalismo islamista.
En la Historia
La historia de Europa no puede desligarse de sus raíces judeocristianas, no como un recuerdo folklórico o una tradición decorativa, sino como fuente viva de dignidad, libertad y humanidad.
En esa tradición, donde el pensamiento de Moisés y los profetas confluye con la razón griega y la moral evangélica, se ha forjado una civilización donde la persona, incluso el enemigo, es portador de dignidad. Esta herencia es incompatible con toda forma de barbarie.
No es solo un problema de seguridad
Por eso, el terror islamista que ha ensangrentado Europa (Niza, París, Madrid, Barcelona…) no es simplemente un problema de seguridad. Es un ataque directo a los fundamentos espirituales y culturales que han hecho posible nuestras libertades, nuestros derechos y nuestra convivencia.
No se trata de estigmatizar
No se trata de estigmatizar religiones ni pueblos, sino de denunciar con claridad una ideología totalitaria —el islamismo radical— que instrumentaliza la religión como herramienta de poder, niega la libertad de conciencia, oprime a las mujeres y glorifica la muerte.
Esa ideología no dialoga ni se adapta sino que busca reemplazar la civilización occidental por la imposición de la sharía, como lo demuestran las propias declaraciones de sus ideólogos. En este contexto, defender la fe cristiana, sus valores y su visión del hombre no es un acto de exclusión, sino de resistencia cultural y moral.
El cristianismo y el judaísmo, con su milenaria tradición de responsabilidad, sacrificio, misericordia y esperanza, ofrecen un horizonte humano en el que la firmeza se une a la compasión y la autoridad se ejerce como servicio.
Es esa "auctoritas", que eleva, que da sentido, la que hoy claman tantos jóvenes que, al no encontrarla, se entregan al nihilismo, al resentimiento o al fanatismo.
Los atentados contra católicos practicantes y no tan practicantes, en todo el mundo, no son accidentes sino signos de una ofensiva contra lo que encarna la civilización cristiana: la centralidad del hombre, el perdón como fuerza revolucionaria y el amor como mandato.
No basta con medidas tácticas, sino que se necesita un proyecto cultural y espiritual que devuelva a los jóvenes el sentido de pertenencia, el deber, para que entiendan la belleza del sacrificio por algo mayor.
Necesitamos padres y madres que enseñen, escuelas que formen, iglesias que hablen con claridad y autoridades que no teman defender lo que somos.
En una Europa tocada por la amnesia y el pacifismo ingenuo y populista, recordar nuestra historia no es nostalgia, sino conciencia. La historia es la conciencia, la identidad de la humanidad. No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que se ha renunciado a transmitir.
La civilización occidental y cristiana no ha sido perfecta, pero ha producido santos, mártires, universidades, catedrales, derechos y misericordia. Hoy, ante la barbarie islamista, debe volver a levantar la cabeza, con humildad y firmeza. Pero hay que alejarse de posiciones que, como Israel, opten por el exterminio de personas inocentes que nada han hecho con el pretexto de perseguir terroristas.
Pero…, ¿qué es el terrorismo islamista?
El terrorismo islamista es una forma violenta de extremismo político-religioso que busca imponer una interpretación radical del islam —generalmente salafista o wahabita— mediante el uso sistemático del terror. No representa al islam como religión, sino que instrumentaliza ciertos elementos religiosos con fines políticos totalitarios.
Sus características principales son una ideología teocrática y totalitaria, que busca instaurar un Estado gobernado por la sharía (ley islámica radical), eliminando la democracia, la libertad religiosa, la igualdad de género y los derechos civiles. Pretensión de alcance global, aunque tiene raíces en conflictos del mundo musulmán (Afganistán, Irak, Siria, Sahel), su objetivo declarado es universal: establecer un califato mundial. A lo que se suma el uso sistemático de la violencia contra civiles, el terrorismo islamista no distingue entre combatientes y no combatientes. Las víctimas son seleccionadas simbólicamente: mujeres, niños, religiosos, periodistas, artistas, disidentes musulmanes, cristianos o judíos. Emplea una narrativa de odio y victimismo, se alimenta de conflictos históricos (colonialismo, guerras en Oriente Medio) y agravia reales o imaginarios para justificar una guerra global contra "infieles" y "apóstatas". Tiende al reclutamiento de jóvenes desarraigados, muchos terroristas nacen o crecen en Europa, son jóvenes sin identidad sólida, sin sentido de pertenencia, que encuentran en la ideología islamista una falsa promesa de dignidad, poder o redención.
Frente a esta amenaza: claridad moral
El terrorismo islamista no es simplemente un asunto de seguridad sino un desafío civilizatorio. Su objetivo no es solo matar, sino sembrar miedo, terror, dividir sociedades y destruir las bases culturales y espirituales de Occidente, especialmente su herencia judeocristiana de dignidad humana, libertad y razón.
El aporte de la tradición judeocristiana en esta lucha
Aporta una visión del ser humano como hijo de Dios, con dignidad inviolable. El valor del perdón y la reconciliación, sin renunciar a la justicia. El llamado a la responsabilidad moral frente al mal. Y la posibilidad de una firmeza con humanidad, que no responde con odio, pero tampoco se deja intimidar.
Luchar contra el islamismo radical es defender la libertad religiosa, incluida la del musulmán que no quiere ser fanático. Proteger a los cristianos perseguidos en el mundo islámico y reivindicar la herencia ilustrada y cristiana de Europa, sus raíces no son neutras ni intercambiables. También promover un modelo de integración basado en valores, no en relativismo multicultural.
¿Por qué atacan a Europa y a los cristianos?
Los terroristas islamistas atacan a Europa y a los cristianos por razones ideológicas, religiosas y estratégicas. Lo hacen no porque Europa les haya hecho algo en concreto (aunque se apoyen en agravios reales o ficticios), sino porque Europa representa lo contrario de lo que ellos predican.
1. Porque odian la civilización occidental y cristiana. El islamismo radical considera que la civilización europea, de raíces judeocristianas y humanistas, es una amenaza a su proyecto totalitario. Atacan porque: - Defendemos la libertad individual, incluyendo la libertad religiosa (incompatible con su visión de la sharía). - Creemos en la igualdad entre hombres y mujeres, que ellos niegan. - Protegemos a minorías religiosas, como los cristianos, los judíos, los ateos y los propios musulmanes no radicales. - Apostamos por la democracia, el pluralismo, la educación crítica y la razón, que desafían su dogmatismo violento.
2. Porque el cristianismo encarna un modelo opuesto. El cristianismo propone una visión del ser humano como hijo de Dios, libre, digno, capaz de amar incluso a los enemigos. Esta antropología es incompatible con la visión islamista, que impone sumisión total al poder religioso y político. Atacan iglesias, sacerdotes, símbolos cristianos, porque los ven como enemigos espirituales. Para ellos, los cristianos representan una religión "corrupta" que debe ser eliminada o reducida a la subordinación, como ocurrió históricamente bajo el "dhimmi" en el islam clásico.
El término "dhimmi" se refiere al estatus legal que se otorgaba en el islam clásico a los no musulmanes "protegidos", principalmente cristianos y judíos, que vivían bajo dominio islámico. Esto eran los españoles, los hispanogodos durante la dominación islámica en España. Esta condición, que se aplicó ampliamente desde el siglo VII hasta bien entrado el siglo XIX en diversos territorios musulmanes, es crucial para entender cómo funcionaban las relaciones entre el islam político y las minorías religiosas. Un dhimmi era un súbdito no musulmán (principalmente cristiano o judío) que, a cambio de pagar un impuesto especial y aceptar ciertas restricciones, podía vivir y practicar su religión dentro del Estado islámico. Esta figura surge del Pacto de Umar (siglo VII-VIII), un acuerdo atribuido al califa Umar ibn al-Jattab, que establecía las condiciones bajo las cuales los cristianos podían seguir viviendo en sus tierras tras la conquista musulmana.
Los dhimmis tenían que: pagar impuestos especiales: la Jizya, impuesto per cápita por ser no musulmán; la Kharaj, impuesto sobre la tierra, a menudo más alto que el de los musulmanes. Tenían que aceptar una posición de subordinación social y legal, lo cual incluía no construir nuevas iglesias, ni reparar antiguas sin permiso; no hacer proselitismo entre musulmanes; no portar armas, vestir de manera diferenciada, no montar a caballo (en algunos casos), ceder el paso a musulmanes en la vía pública, no ocupar cargos públicos de autoridad sobre musulmanes.
A cambio de estas condiciones, los dhimmis tenían libertad limitada de culto, podían practicar su religión en privado. Estaban protegidos de la violencia por parte de musulmanes u otros enemigos. No eran obligados a convertirse al islam (aunque sí había presión social, legal y económica para hacerlo). Tenían tribunales propios para asuntos internos.
Era claramente un sistema discriminatorio y humillante que institucionalizaba la inferioridad de los no musulmanes. El estatus de dhimmi fue abolido oficialmente en el siglo XIX, durante los procesos de modernización de los imperios musulmanes (por ejemplo, el Tanzimat en el Imperio Otomano). Aun así, su memoria y lógica subsisten en la retórica de algunos grupos islamistas radicales que hoy sueñan con restaurar ese sistema tales como Al Qaeda, Estado Islámico o Boko Haram han invocado esta figura para justificar ataques o imposiciones sobre cristianos en zonas bajo su control. Algunos han usado la "jizya" como justificación para extorsionar o expulsar a minorías religiosas.
El sistema dhimmi fue una forma institucionalizada de discriminación tolerada, no una convivencia en pie de igualdad. Sirvió para mantener la supremacía del islam político, garantizando una “paz” basada en la subordinación de los otros credos. Es importante comprender este concepto para entender cómo ciertas ideas del islamismo radical actual no son inventos modernos, sino relecturas extremas de modelos históricos que buscan restaurar un orden premoderno incompatible con la civilización democrática occidental.
3. Porque Europa es un símbolo poderoso Europa es el centro cultural y político del mundo libre. Atacarla tiene un alto valor simbólico. Un atentado en París, Niza, Londres, Barcelona o Bruselas tiene mayor impacto mediático que uno en zonas remotas. Golpear a Europa es golpear el corazón del modelo occidental laico, tolerante y democrático, que ellos desprecian como decadente y blasfemo.
4. desarraigo de jóvenes en Europa El islamismo radical recluta a jóvenes nacidos en Europa que no han encontrado sentido, identidad o pertenencia, que no se sienten ni europeos ni musulmanes tradicionales; que buscan un propósito, una comunidad, una causa… incluso violenta, algo con lo que identificarse. El islamismo se les presenta como una “épica” que “da sentido” a su frustración.
5. Porque quieren provocar odio, división y guerra civil El objetivo del terrorismo no es solo matar. Es también dividir sociedades europeas, enfrentando a cristianos y musulmanes, para destruir la convivencia. Pretenden crear un clima de odio mutuo, en el que los musulmanes moderados se sientan rechazados y se radicalicen. Lo que quieren es forzar una reacción violenta del Estado para justificar su “narrativa de opresión”.
6. ¿Qué hacer frente a esto? Algunas soluciones serían: Presentarles firmeza sin odio, defendernos con decisión, sin caer en la violencia ni en la xenofobia. Claridad cultural: afirmar, sin vergüenza, que Europa es cristiana en su raíz y no está dispuesta a ceder su identidad. Educación en valores: ofrecer a los jóvenes un relato más fuerte que el del islamismo radical. Protección a las víctimas: especialmente a los cristianos perseguidos en el mundo islámico y en Europa, mueren cada día y no salen en los telediarios.
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