El 24 de Septiembre de 1940 se firmó el acuerdo Hull -Trujillo, entre el Secretario de estado norteamericano Cordell Hull, y el célebre dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, protagonista de la novela “La Fiesta del Chivo” del Premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa. Apenas dos semanas antes había perecido en un accidente aéreo el auto-proclamado dictador del Paraguay José Félix Estigarribia, que había sido elevado a la presidencia meses antes por el Partido Liberal, para luego encabezar un autogolpe e imponer una dictadura. El dictador dominicano Trujillo anexó su acuerdo con Hull a la propaganda de su régimen, publicitándolo como “una recuperación de soberanía”, pues Estados Unidos le devolvía el control sobre sus aduanas, arrebatado en 1905. En realidad, la devolución no implicaba nobleza alguna, pues era un simple paso que permitiría al gobierno dominicano cumplir con exigencias del pago de su deuda externa contraída con empresas estadounidenses. La devolución simplemente constituía una maniobra para que los dominicanos paguen tributo al imperio norteamericano. Eran tiempos de la “política del buen vecino” que había propiciado el florecimiento de dictaduras para proteger materias primas, superada la etapa de las guerras imperialistas. En 1933, Summer Welles y Cordel Hull habían aplaudido golpes como el de los sargentos, liderado por Fulgencio Batista en Cuba, y en 1939, el régimen nicaragüense de los Somoza se había legitimado con amables recepciones a Anastasio I en Washington, a donde concurrió invitado por el mismo presidente Roosevelt. Las criticadas guerras bananeras habían dado paso a las dictaduras bananeras, y las negociaciones de la Paz del Chaco serían aprovechadas por Washington para engendrar a una más de la nueva especie. En el sur americano, una disputa por el Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia se había desatado tras el fracaso de la Comisión de Neutrales de Washington, lo cual daba pretextos a Estados Unidos para volver a involucrarse en la disputa en caso de poder sacar ventajas, y eso se dio en Buenos Aires, a mediados de 1938. Según informes de Spruille Braden, - el mismo que pocos años después se enfrentaría a Juan Domingo Perón según un recordado eslogan de las elecciones argentinas de 1946-, una interna política paraguaya había estallado en la Conferencia de Paz del Chaco, en las que Braden representaba a Estados Unidos. Según explicó el canciller paraguayo Cecilio Baez al presidente Rodolfo Marcelino Ortiz, en la misma Casa Rosada, el presidente de la delegación negociadora paraguaya Gerónimo Zubizarreta, especulaba con su actuación en las negociaciones para luego acceder a la presidencia del Paraguay. En ese contexto, el departamento de estado decidió impulsar a José Félix Estigarribia para acceder a la primera magistratura del Paraguay, y le encargó la entrega de la zona petrolífera ocupada por el Paraguay al trazar las líneas fronterizas con Bolivia. Ya el Canciller argentino Saavedra Lamas, luego premio Nóbel de la Paz, había advertido en abril de 1935 en una comunicación al Departamento de Estado norteamericano, que la ocupación paraguaya de los territorios con subsuelo rico en petróleo, al norte de Villamontes, iban a representar una gran dificultad a la hora de lograr el tratado de Paz y Límites entre Paraguay y Bolivia. La resolución no solo significó para el Paraguay la pérdida del territorio petrolífero alcanzado por su ejército, también la pérdida de las frágiles libertades ciudadanas que había logrado preservar.
Los norteamericanos cumplieron su palabra apuntalando la dictadura de Estigarribia, que inauguró la dinastía de tiranos bananeros que abarcaron medio siglo de la historia paraguaya en el siglo XX. LAW
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