Desde tiempos antiguos, algunos santos han sido conocidos por una relación especial con los animales. San Francisco de Asís hablando con las aves y animales del bosque o San Charbel enfrentando sin temor a animales salvajes, son solo algunos ejemplos que nos sorprenden y nos dejan una pregunta: ¿cómo es posible que estos hombres santos tuvieran una conexión tan profunda con criaturas que normalmente evitarían al ser humano?
Para entenderlo, no basta con pensar en milagros como actos aislados o fuera de contexto. La tradición espiritual cristiana ofrece claves más profundas que nos invitan a mirar el corazón de esta realidad.
San Francisco de Asís es, sin duda, uno de los santos más emblemáticos en cuanto a la relación profunda y amorosa con los animales y la naturaleza. Su vida y espiritualidad muestran una comprensión única del vínculo entre el ser humano y la creación, vista no como algo separado, sino como una familia de criaturas hermanadas bajo el amor de Dios, esto en términos religiosos, en términos más laicos sería entender que todos somos uno, sin especismo, todos somos hijos de la misma Energía, todos iguales aunque especies distintas, donde ninguna está por encima de otras.
San Francisco sabía que los animales no humanos, no son seres inferiores
San Francisco no veía a los animales como seres inferiores, sino como hermanos y así los llamaba: hermano lobo, hermana ave, hermano sol, hermana luna. Entendía que todo lo creado nace de la misma Energía, de la misma Vida. Esta manera de expresarse no era solo poética, sino teológica: para él, toda la creación estaba unida por el mismo Creador y merecía ser respetada y amada. En su famoso “Cántico de las criaturas”, Francisco alaba a Dios por cada elemento de la naturaleza, mostrando cómo todo lo creado refleja de alguna manera la bondad divina. Esta visión lo llevó a desarrollar una relación tan profunda con la naturaleza, que los animales le respondían con cariño y comprensión.
Historias conocidas de su trato con los animales
El lobo de Gubbio. Una de las historias más conocidas es la del lobo de Gubbio, un animal feroz que atemorizaba a toda una aldea. San Francisco fue al encuentro del lobo, lo llamó “hermano” y le habló con ternura y firmeza. Según los relatos, el lobo bajó la cabeza y se volvió manso. Francisco logró un “acuerdo” entre los habitantes del pueblo y el animal: si lo alimentaban, él no les haría daño. El lobo vivió en paz con ellos hasta su muerte. Esto es lo que pasa cuando a cualquieranimal se lo trata con respeto, se lo trata bien. Un animal no ataca por atacar, esa dimensión negativa solamente es característica del hombre.
La predicación a los pájaros. Otra escena famosa es cuando Francisco se detuvo a predicar a un grupo de aves. Las aves no se alejaron, sino que lo escucharon en silencio, moviendo sus alas con alegría. Él les habló del amor de Dios y de su llamado a alabar al Creador. Al terminar, las bendijo y ellas volaron en armonía.
Su relación con toda la creación. San Francisco también hablaba con peces, con corderos, etc. y se cuenta que incluso el fuego, el agua y el viento parecían “entender” su oración. Es una muestra de lo que contemporáneamente la física cuántica ha demostrado, ha llegado a mostrar que una piedra tiene vida, aunque sea distinta a la nuestra, aunque sea una vida muy elemental. En su lecho de muerte pidió que lo colocaran desnudo sobre la tierra, como gesto de humildad y de unidad con la creación.
San Francisco nos recuerda que el mundo no es un recurso para explotar. No, no lo es, sino un regalo para cuidar. Su vida nos inspira a:
Tratar a los animales con respeto, no como objetos. A no explotarlos sino amarlos. Vivir en armonía con la naturaleza. Reconocer la presencia de Dios en todo lo creado. Practicar una espiritualidad sencilla, humilde y alegre. Todos somos uno.
Por todo esto, es considerado el patrono de los animales y del medio ambiente, y su fiesta, el 4 de octubre, suele ser ocasión para bendiciones de los familiares no humanos y para reflexiones ecológicas.
San Francisco veía en cada criatura una expresión del amor de Dios. Su vida nos llama a redescubrir nuestra responsabilidad espiritual con la creación.
El "Cántico de las criaturas", también llamado Cántico del hermano sol, es uno de los textos más bellos y antiguos escritos en italiano. Fue compuesto por San Francisco de Asís alrededor del año 1225, poco antes de su muerte. Es considerado uno de los primeros poemas en lengua italiana y también una profunda oración de alabanza a Dios por toda la creación.
A través de este cántico, Francisco expresa su alegría por la vida y su gratitud a Dios, alabándolo por cada parte de la naturaleza como si fueran miembros de una misma familia. Su espiritualidad se refleja en la manera afectuosa y humilde en que llama “hermano” o “hermana” a los elementos del mundo natural.
El Cántico de las criaturas, en versión adaptada al español moderno, dice así:
Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; y toda bendición. A ti solo, Altísimo, te corresponden, y ningún hombre es digno de nombrarte. Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano Sol, el cual es día y por él nos alumbras. Y es bello y radiante con gran esplendor: de ti, Altísimo, lleva significación. Loado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las estrellas: en el cielo las formaste claras, preciosas y bellas. Loado seas, mi Señor, por el hermano Viento, y por el aire y el nublado; y el sereno; y todo tiempo, por el cual das sustento a tus criaturas. Loado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y humilde, y preciosa y casta. Loado seas, mi Señor, por el hermano Fuego, por el cual alumbras la noche, y es bello, alegre, vigoroso y fuerte. Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre Tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas. Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedades y tribulaciones. Bienaventurados los que las sufren en paz, porque por ti, Altísimo, serán coronados. Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueren en pecado mortal! Bienaventurados los que encontrará en tu santísima voluntad, porque la segunda muerte no les hará mal. Loado y bendecido seas, mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad.
Este cántico no es solo un poema ecológico o un himno a la naturaleza sino una oración de alabanza, que nace de un corazón humilde y agradecido. San Francisco, a pesar de estar enfermo y casi ciego cuando lo compuso, encontraba motivos para dar gracias a Dios. Su visión es profundamente bíblica: toda la creación proclama la gloria de Dios.
El "Cántico de las criaturas" también anticipa la actual preocupación ecológica cristiana o agnóstica. Por eso, el papa Francisco eligió el nombre Laudato si’ (“Loado seas”) para su encíclica sobre el cuidado de la casa común, en homenaje a este cántico.
San Charbel Makhlouf (1828–1898)
Por su parte San Charbel, monje y ermitaño libanés de la Iglesia maronita, es muy conocido por su vida de oración, silencio y austeridad. Aunque no existen tantos relatos populares sobre él como los que rodean a San Francisco de Asís, también se le atribuyen testimonios de conexión espiritual con la naturaleza y, en particular, con los animales. Estas historias no se centran tanto en lo legendario, sino en una espiritualidad encarnada, una santidad que restablece la armonía entre el ser humano y la creación, algo profundamente arraigado en la tradición cristiana oriental.
El espíritu del Eden en San Charbel
Aunque los evangelios no lo dicen literalmente, muchos santos —como San Charbel— han reflejado en su vida el espíritu del Edén, que no es sino la paz original entre el hombre y la creación.
Según testimonios de los monjes y campesinos que lo conocieron, los animales se acercaban a él con mansedumbre, sin mostrar temor alguno. Se narran casos en los que los pájaros se posaban cerca de él mientras oraba, incluso cuando estaba en profunda contemplación. Animales salvajes que causaban daño a los cultivos o al entorno del monasterio se alejaban cuando él llegaba o se mostraban dóciles ante su presencia. En una ocasión, cuando las tierras cercanas estaban amenazadas por zorros o lobos, los monjes buscaron a Charbel y, tras su oración, cesaron las incursiones de los animales. Se cuenta que bastaba su sola presencia para que todo volviera a la calma.
Desde la tradición mística oriental se cree que los santos vuelven a irradiar el "perfume del Edén", esa pureza perdida tras el pecado original. En ellos, la imagen de Dios se vuelve tan transparente que la creación entera, los animales no humanos también, responde con reverencia y confianza.
En San Charbel, esa pureza se manifestaba no solo en sus milagros tras la muerte, sino también en una armonía visible con el mundo natural durante su vida. Su alma, limpia por la oración constante, el ayuno y la humildad, parecía reconciliar lo que el pecado había roto.
San Charbel no hablaba mucho, pero su vida silenciosa irradiaba una paz contagiosa. Para los animales no humanos, esa paz era reconocible porque era la paz del Creador, la que ellos conocieron en el principio. Esto nos recuerda que la verdadera santidad no se impone, sino que atrae y que, cuanto más nos unimos a Dios (llámese en cada religión como sea), más armonía recuperamos con todo lo que nos rodea.
San Charbel vivió una vida en profunda comunión con Dios y la naturaleza. Animales y criaturas se le acercaban o lo obedecían, como atraídos por esa armonía divina. Esta conexión no es magia ni superstición sino el fruto de una santidad real, que restaura el vínculo entre el hombre y la creación. Su vida es un llamado a la paz interior, al silencio fecundo, y a la reconciliación con lo creado. Así como San Francisco, San Charbel demuestra que la santidad devuelve la armonía perdida y crea una relación de confianza y respeto con los animales y la naturaleza.
Otros santos y su conexión con los animales
Santa Teresa de Ávila. Aunque es más conocida por su profunda vida espiritual y sus escritos místicos, hay relatos que muestran cómo Santa Teresa tenía un gran amor y respeto por todas las criaturas, considerándolas parte de la obra de Dios. Se dice que, en su convento, los animales eran cuidados con especial ternura y atención.
San Antonio Abad. Conocido como el patrón de los animales, es famoso por su vida en el desierto, donde convivió en armonía con animales salvajes. Se cuenta que podía domar a los animales feroces con su presencia y oración, simbolizando la victoria del espíritu sobre la naturaleza salvaje.
San Gerardo Majella. Este santo italiano del siglo XVIII, patrón de los animales domésticos y agricultores, era conocido por su trato amable y cuidadoso con los animales, especialmente con los caballos y el ganado. Su vida ejemplificaba la humildad y el respeto hacia todas las criaturas.
San Romualdo. Fundador de la orden de los camaldulenses, San Romualdo vivía en total austeridad y soledad en el bosque, en constante oración y respeto por la naturaleza que lo rodeaba. Su vida monástica promovía la paz y la armonía con todas las criaturas.
Estos y otros santos, al igual que San Francisco de Asís y San Charbel, muestran que la relación con los animales va más allá de la simple convivencia, siendo un reflejo de la santidad y de la restauración del orden creado por Dios. Su amor, respeto y cuidado por los animales nos recuerdan la vocación humana de vivir en armonía con toda la creación.
San Isaac de Nínive Uno de los autores que mejor expresa esta dimensión es San Isaac de Nínive, un obispo y asceta del siglo VII. En sus textos, especialmente en sus discursos espirituales, San Isaac habla del poder transformador de la humildad y la santidad. Según él, cuando una persona se purifica profundamente y se une a Dios en oración y amor verdadero, algo en ella cambia, no solo en el alma, sino en la forma en que percibe la creación.
San Isaac explica que, antes del pecado original, Adán vivía en total armonía con la naturaleza. Los animales no le temían, porque reconocían en él al ser humano tal como Dios lo había creado: lleno de luz, inocencia y autoridad amorosa. Esta condición se perdió con el pecado, que no solo rompió la comunión con Dios, sino también con toda la creación. Sin embargo, dice San Isaac, que algunos santos logran, por la gracia divina, recuperar ese “aroma espiritual” que Adán tenía antes de caer.
Este “aroma” no es literal, sino una imagen de la pureza interior: una señal de que el alma ha sido sanada, transformada. Los animales no humanos, sensibles de un modo que va más allá de lo racional, parecen responder a esa presencia restaurada. Por eso, no es que los santos hicieran trucos o impusieran su voluntad sobre la naturaleza, era más bien que la creación los reconocía como hijos auténticos del Creador y por eso se acercaba con confianza, mansedumbre y afecto.
Este pensamiento invita a ver a los animales y a toda la creación como parte de la familia divina, que responde al llamado de quienes viven en verdadera comunión con Dios.
San Isaac vivió en un contexto de retiro y contemplación profunda en el desierto, donde buscaba la pureza del alma y la unión total con Dios. Para él, la humildad era la puerta para volver a esa comunión original que existía en el Paraíso. La humildad no solo es verse a uno mismo con sencillez, sino reconocer nuestra dependencia total de Dios y vivir en obediencia y amor sincero.
Esta actitud interior transforma al santo en alguien que, aunque no necesariamente hable con los animales, irradia una “presencia” especial, una armonía que también se extiende a la creación. Es decir, cuando un ser humano recupera esa pureza espiritual, la naturaleza y los animales no humanos, que antes convivían en paz con el hombre, responden a esa energía de calma y santidad.
Aplicado a hoy, la enseñanza de San Isaac y de los demás santos mencionados, nos invita a:
Buscar la humildad profunda: Reconocer nuestras limitaciones y abrir el corazón para sanar las heridas del alma. Vivir en comunión con toda la creación: Tratar a los animales, plantas y al entorno con respeto y amor, entendiendo que somos parte de un Todo. Cultivar la paz interior: Porque esa paz se refleja en cómo nos relacionamos con los demás y con la naturaleza. Transformar nuestra vida espiritual: Para que, aunque no podamos hacer milagros, nuestra presencia sea un bálsamo para quienes nos rodean y para el mundo.
La espiritualidad de estos santos nos recuerda que la verdadera conexión con la naturaleza empieza por dentro, en nuestra alma y se manifiesta en la forma en que vivimos y amamos. No se trata solo de relatos milagrosos, sino de un llamado profundo a ser santos en el día a día, irradiando la belleza del Creador hacia todo lo creado.
San Pío V
Hay varios factores que explican por qué, aunque San Pío V haya condenado el maltrato animal in aeternis por la Bula De Salute Gregis, muchas veces esa enseñanza no se cumple o no se toma en serio.
Contexto histórico y cultural: San Pío V vivió en el siglo XVI, cuando la relación con los animales y la naturaleza era muy distinta a la de hoy. Aunque él impulsó una postura ética contra el maltrato, en aquella época el trato hacia los animales no era un tema social prioritario ni universalmente comprendido. Las leyes y costumbres sociales muchas veces reflejaban otras prioridades.
Falta de difusión y autoridad práctica. Aunque San Pío V emitió decretos o enseñanzas contra el maltrato, la Iglesia no siempre ha tenido la capacidad o el enfoque para imponer esas normas en la vida diaria, especialmente fuera del ámbito religioso o en comunidades que no estaban bajo control directo. Muchas veces esas enseñanzas quedaban más como recomendaciones espirituales que como mandatos legales estrictos. Sin embargo, Pío V prohibió mediante bula para toda la eternidad y excomunión de quienes incumpliesen.
Resistencia cultural y hábitos arraigados, Durante siglos, el maltrato animal fue normalizado en muchas sociedades, ya sea por ignorancia o costumbre. Cambiar esa mentalidad requiere educación y conciencia social.
Desconexión entre doctrina y práctica. A veces, la enseñanza religiosa y las enseñanzas cívicas, no se traducen en cambios concretos porque falta compromiso personal o comunitario. Además, para muchos, la cuestión del maltrato animal no es vista como un asunto moral o espiritual urgente, sino como un tema secundario.
Falta de conciencia ecológica y ética integral. En épocas anteriores, la relación con la naturaleza se veía más como un dominio humano sin grandes responsabilidades. La idea de una ética ecológica y de respeto integral a la creación es algo que ha ido creciendo más en la Iglesia y la sociedad en tiempos recientes.
En resumen, San Pío V pudo haber tenido una postura clara contra el maltrato animal, pero por cuestiones culturales, sociales y de difusión, esa enseñanza no fue ampliamente adoptada ni aplicada. Desobedecer una bula que condena el maltrato animal a perpetuidad bajo pena de excomunión es un tema fuerte, demasiado fuerte para que la misma Iglesia se lo salte a piola. Sin embargo, hoy en día la Iglesia está retomando con más fuerza la importancia del cuidado de la creación y el respeto hacia los animales, como vemos en encíclicas como Laudato Si' de Francisco. La Iglesia Católica no suele emitir prohibiciones legales directas al estilo de leyes civiles o penales pero sí penaliza y excolulga.
La Iglesia no es un Estado ni un legislador civil. La Iglesia tiene una autoridad principalmente espiritual y moral, no política ni legal. Por eso, no puede ni debe imponer leyes civiles universales. Pero la Bula de Pío V es eso, una bula, in aeternis. Las normas de la Iglesia guían la conciencia y el comportamiento espiritual, pero las leyes civiles corresponden a los gobiernos y legisladores civiles.
Enfoque en la ética y la moral, no en la legislación concreta. La Iglesia promueve principios éticos sobre el respeto a toda la creación, incluyendo a los animales, pero deja a las sociedades y gobiernos la tarea de crear leyes específicas. Es decir, su función es enseñar la moral, no crear códigos penales o de convivencia civil.
El maltrato animal es un tema complejo y culturalmente variable. Las culturas tienen diferentes tradiciones, usos y costumbres respecto a los animales. La Iglesia busca promover una actitud de respeto y compasión, pero sabe que imponer una prohibición universal puede ser difícil y prefiere educar y evangelizar para transformar los corazones. Pero ya existe una Bula que habría que estar cumpliendo: De Salute Gregis, de San Pío V.
El valor principal es la dignidad humana y la salvación del alma. Generalmente no se consideran al mismo nivel animales humanos y no humanos, aunque son dos partes de lna misma Creación. El hombre no tiene más valor que otras especies y no tiene derecho para maltratar a nada de la Creación. La misión central de la Iglesia es el cuidado del alma humana, hasta dudan algunos de que los animales no humanos tengan alma. El cuidado de los animales y la naturaleza es importante, pero es parte de una ética más amplia de la creación y del amor al prójimo. Por eso, la Iglesia busca promover el respeto a los animales dentro de un marco que siempre pone en primer lugar la dignidad y el destino espiritual del ser humano, aunque este pierde la dignidad cada vez que maltrata a un ser inocente.
Hay enseñanzas y documentos sobre el cuidado de la creación. Aunque no hay “leyes” específicas, documentos como la encíclica Laudato Si' del Papa Francisco subrayan la responsabilidad de cuidar el medio ambiente y tratar bien a los animales. Se invita a todos a la conversión ecológica y a evitar el maltrato, pero siempre como una llamada moral y espiritual.
Laudato Si’ (2015), Papa Francisco Esta encíclica es un texto clave para entender la visión actual de la Iglesia sobre el medio ambiente y la relación con la naturaleza. El Papa Francisco nos llama a cuidar “nuestro hogar común”, que incluye a todos los seres vivos. En el número 69, dice que los animales “forman parte de la creación de Dios”, y que “el hombre debe respetar la naturaleza y la vida de los animales”. Subraya la necesidad de evitar “actos crueles” contra los animales y promover un “uso racional y solidario de los recursos naturales”.
Catecismo de la Iglesia Católica El Catecismo recoge en sus enseñanzas el respeto debido a la creación. En el número 2416, se menciona: “Los animales, que son criaturas de Dios, deben ser tratados con respeto y caridad según la medida de la razón humana”. También advierte contra la crueldad injustificada hacia ellos.
Carta de San Juan Pablo II sobre el cuidado de la creación (1990) San Juan Pablo II enfatizó que los seres humanos tienen la responsabilidad de “dominar” la naturaleza, no para explotarla abusivamente, sino para cuidarla y protegerla.
Documentos y declaraciones de conferencias episcopales En varios países, las conferencias episcopales han emitido documentos sobre ecología y cuidado de la creación, resaltando que el maltrato animal va contra la voluntad de Dios y la misión del ser humano como custodio de la creación.
¿Qué nos enseñan estas fuentes?
La Iglesia nos invita a ver a los animales no como objetos, sino como criaturas de Dios que merecen respeto y cuidado. Nos llama a vivir una relación responsable y compasiva con la naturaleza. Nos anima a evitar cualquier forma de maltrato y crueldad. Pero siempre desde un enfoque espiritual y ético, más que legalista o punitivo.
Santa Hildegarda de Bingen
Santa Hildegarda de Bingen, mística y doctora de la Iglesia, también habló de esta unidad original entre el ser humano y la creación. Para ella, el pecado había desequilibrado el orden natural, pero la santidad lo restauraba. Según sus visiones, en el principio el hombre y la tierra vivían en colaboración, cada uno cumpliendo su propósito dentro del plan divino.
Entonces, ¿qué tenían en común estos santos? Una pureza radical, fruto de una vida de oración, humildad y amor a Dios. Era esa vida santa la que irradiaba una especie de armonía profunda que los animales —y también las personas— podían “oler”, por decirlo simbólicamente.
Hoy, estas historias no deben verse como cuentos del pasado, sino como invitaciones. Nos recuerdan que hay un camino para volver a la armonía perdida: la santidad. Cuanto más nos acerquemos a Dios, más podremos experimentar una comunión verdadera no solo con Él, sino con toda la creación. No se trata de dominar, sino de amar con la fuerza que viene de lo alto.
Como decía San Pablo, somos “buen olor de Cristo” (2 Corintios 2:15). Que nuestras vidas exhalen ese perfume espiritual que da paz, consuelo y esperanza. Tal vez no hablemos con los animales, pero sí podemos volvernos presencia viva de ese Paraíso que anhelamos y que, por la gracia, puede comenzar a florecer ya en nuestros corazones.
Pero hay santos que no están en los altares
Para Mark Twain, los gatos eran mucho más que simples mascotas; representaban compañía, fuente de inspiración y, a veces, incluso parecían seres superiores -y lo son-. En sus propias palabras, no podía resistirse a un gato, especialmente si ronroneaba. Los consideraba las criaturas más limpias, astutas e inteligentes que conocía —junto con la mujer amada, claro, decía—.
El autor de Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn llegó a tener hasta diecinueve gatos a la vez, todos con nombres peculiares como Apollinaris, Belzebub, Buffalo Bill, Satan, Sour Mash, Zoroaster, Soapy Sal… y Bambino.
Bambino, su pequeño gato negro, desapareció en cierta ocasión. Twain recurrió a un anuncio en el New York American, ofreciendo una recompensa y describiendo al felino con una elegancia literaria que conmovió a muchos:
“Grande y de un negro intenso; pelaje grueso y aterciopelado; una sutil franja blanca en el pecho; difícil de encontrar con luz natural”.
Muchas personas aparecieron con gatos que decían ser Bambino, pero el verdadero volvió por sí mismo, como suelen hacer los gatos.
Twain no podía entender cómo alguien podía no querer a estos animales. “Cuando un hombre ama a los gatos, ya tiene en mí un amigo y compañero, sin necesidad de presentación”, solía decir.
En tiempos donde la crueldad hacia los animales pasaba desapercibida, Twain defendía la ternura, el respeto y la sensibilidad, siempre con un gato acurrucado en su regazo. Porque a veces, la sabiduría del corazón no necesita palabras.
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