Ha habido una pregunta que no he parado de hacerme durante toda mi vida, y cuya respuesta debe encerrar la razón por la que a veces me encuentro tan desubicado en según qué momentos, lugares y conversaciones: ¿Qué método hace que el aprendizaje se convierta en aburrido?
Desde pequeño, el ser humano se presenta como “una esponja que absorbe todo lo que ocurre a su alrededor” y hace suya una pregunta que no dejará de formularse ante cualquier situación: “¿Por qué?”. La búsqueda de explicación a las cosas que le suceden al mundo y a uno mismo es algo inherente a nosotros, una motivación innata que nos mueve a querer saber cada día más. Eso lo saben los padres, los abuelos, los hijos, los nietos..., y lo sabe también todo ese profesorado que trata de dar respuestas, cada uno en su ámbito, a esa sucesión descontrolada de incógnitas que los más pequeños quieren resolver.
Pero llega un momento en nuestra vida que todo se tuerce, y esa curiosidad innata se transforma y se dirige a otros ámbitos que podrían ser considerados como más insignificantes: es el momento en que se deja de prestar atención al de dónde venimos, a dónde vamos, si estamos solos en la galaxia o acompañados... Sí, ese instante en que ya no interesa cómo se comporta el león, qué significa el canto de cualquier ave o por qué existen las abejas. Ese día en que pensar en las leyes físicas y matemáticas da dolor de cabeza, ese preciso momento en el que abandonas tu parte lógica, curiosa, imaginativa, insaciablemente insatisfecha de conocimiento, y recaes en un mal canal de la televisión, líder de audiencia... Sí, ese segundo en el que tu cerebro aprende a tragarse cualquier cosa que le echen siempre que no exija utilizar el cerebro. A eso se le ha logrado identificar con el calificativo de “divertido”.
Una vez oí decir que “el saber es el mayor placer que se puede alcanzar con los pantalones puestos”. A través de la observación de la vida y el paisaje, de la lectura, del arte y la cultura en cualquiera de sus formas, del estudio de las diferentes disciplinas existentes, de escuchar al sabio, o de conocer otros lugares, se consigue dar salida a ese ansia que tenemos dentro “por responder al cómo, al porqué y al para qué”.
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