Hace unos días, me llegó la revista “VIDA MARIANISTA”. Leí con atención y mi curiosidad fue en aumento, dado el profundo sentido del posible proyecto que se lanzaba al aire, ante la situación, realmente incomprensible, de muchas órdenes religiosas.
Eran los años 60-70, cuando un peligroso experimento se puso en manos de personas “consagradas”, pero sin la madurez afectiva exigible tras un voto de castidad; el experimento en cuestión era “la creación de pequeñas comunidades externas al convento”, en las que, “incrustadas en la vida cotidiana, podrían convivir con la realidad humana, aparentemente más cercana a la comprensión”.
Amigos míos, compañeros de ancianidad, en su día señalados como posibles “servidores de su FE”, hoy rememoran aquellas historias personales, en Comunidades Religiosas, historias, como la naturaleza misma, plenas de abruptas montañas, serenos valles y manantiales de riqueza.
Enriquecidos intelectualmente, generaron decisiones sinceras, a veces muy dolorosas… decisiones que, hasta hoy en día, quisieran justificar el resto de sus vidas.
Pasados los años, muy pocos, de todos aquellos, recuerdan con rencor sus años de “elegidos”. La mayoría agradece la formación intelectual, la ética cristiana y la libertad respetuosa. Hoy, todos, compañeros de celdas, de pupitres, de oraciones y de soledad, se preguntan los motivos de “esa evolución negativa de la vida religiosa”. Sus preguntas son limpias, sinceras, dolorosas….
“Recuerdo los años 50-60-70, cuando los seminarios y conventos eran “sedes sociales de sueños de juventud”, administradas con dosis de tradición inmovilista.
El tiempo y las realidades sociales abrieron el libro de “petete” y fueron descubriéndose las verdades relativas, los axiomas conformistas, los muros con filtraciones:
- Los IDEALES VIRTUALES, creadores de misticismos trasnochados, exigieron poder ser plasmados, concretados y personalizados. - La FE, eterno don, pidió a gritos no ser manipulada y encorsetada. - La OBEDIENCIA, arma de sometimiento, reclamó lógica. - La POBREZA, rincón del buen vivir, exigió desnudarse. - El AFECTO, disfrute del solitario, salió a la calle para sentir y vivir el calor de la luz. - Todo se tambaleó, como en el Gólgota… y las tristonas y empobrecidas realidades, ya sin disfraz y sin púlpito dictatorial, comenzaron a temblar. - Aparecieron las tentaciones disfrazadas de convivencia humana, las llamadas “comunidades” fuera del convento.
Aparecieron los relojes sin pilas y destrozaron “vigilias, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas”, bastaba con la intención, la calle pedía auxilio. Aparecieron los sentimientos sin hábitos y vaciaron el sentido del escrúpulo pecaminoso; el tacto alcanzó la gloria y el sabor de la manzana no era tan malo.
Las aguas se separaron y algunos quisieron llamarse misioneros cuando en realidad eran desertores de su ideario; marcharon al otro lado donde les volverían a llamar “padre”, “hermano”, “don” … prefirieron olvidar los sueños reales de juventud; prefirieron abandonar los muros silenciosos, ya sin hábitos, sin reglas, sin futuro…
Los sueños de adaptación de los años 70 sólo consiguieron, y no es poco, poner al descubierto el odio y el rencor de los conformistas, vividores de hábito rancio, refugiados en criaderos de aves y huertos urbanos.
La hipocresía, asignatura poco conocida pero muy antigua, nos puso de manifiesto que el ayuno se compraba con dinero santo, la bula y que el vino, con los postres, era potestad del “pobre superior”, que no del “superior pobre”.
Terminaron escribiendo libros de caballería porque eso era lo que daba dinero, permitía viajar en primera, celebrar sabrosos ágapes de caridad bien pagada y rodearse fuera de su ubicación natural, el convento, con lo más selecto de la economía pseudo religiosa.
En aquellos años 70 se vendió la honradez y los principios. En aquellos años se quemaron las banderas que adornaban los ideales. En aquellos años murieron de tristeza personas carismáticas, por su personalidad y religiosidad, al ver y palpar la podredumbre interior de las comunidades y de las personas.
Todos los días, amanece en mí el espíritu marianista que recibí gratuitamente y que fue madurando alrededor de personas buenas, cuyos nombres no quisiera olvidar nunca… Todos los días, junto a mi Hermano Rafael, San Rafael Arnaiz, trapense:
“Cojo mi goma, la guardo en el bolsillo. Cuando algo me hace daño, la saco y con ella, borro de mi mente el posible rencor”.
Hoy, tengo sobre mi mesa, la revista “VIDA MARIANISTA”. En ella se comenta un tema de muchísima actualidad: “LAS FUNDANCIONES”, “LAS AGRUPACIONES”..., en definitiva intentar hacer un “confite” de multitud de colores que, nada más, probarlo desaparece, insípido, sin dejar rastro de su origen... Mal considero “LA FUNDACIÓN” que cede y recibe el beneficio, porque eso significa que poco a poco se ha disuelto el espíritu fundacional...
Si a esto le queremos añadir “LA AGRUPACIÓN” es mezclar carne y pescado con resultado de algo “poco asumible”, disolvente de lo poco que hay ido quedando de los orígenes sinceros de los FUNDADORES.
Sé que es grave lo que estoy comentando, pero mucho más grave es CONSENTIR y no ser capaces de REVIVIR “EL COMPROMISO”.
Un saludo para todos los que recorrieron parte de ese camino con muchos compañeros que, hoy, piensan como yo.
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