Qué les voy a contar que ya no sepan del último escándalo protagonizado por miembros relevantes del PSOE en este país nuestro tan manso, tan de poner la otra mejilla, sobre todo, si, de que me partan la cara los “míos”, se trata. No diré —como han hecho tantos últimamente, con una doliente e impostadamente sincera gran conmoción (no hay nada como los conversos para promover y encabezar “sextariamente”, con un celo absolutamente rigorista e inflexible, la flagelación y lapidación inmisericorde de los camaradas con mácula de deshonestidad y prostitución ideológica y material)— que se trata de un caso mayúsculo de corrupción inesperada. En mi opinión, como pasó con los bárbaros durante el Imperio romano, esta es, simplemente, una oleada más de las hordas progresistas, que, a empellones coordinados, van resquebrajando los maltrechos muros del estado de derecho y levantan, en su lugar, empalizadas ideológicas, doctrinales y excluyentes. Lo que ocurre, bien es verdad, es que, en esta ocasión, la caída de algunas columnas, ya tambaleantes hace tiempo, y de las cornisas que estas sostenían ha causado un colosal estruendo que ha retumbado enormemente y ha levantado una polvareda considerable que, no obstante, ya hay palmeros y pelotas agradecidos que están disipando, soplando todos con gran ardor patriótico, si bien no para aclarar el paisaje, sino para meternos el polvo en los ojos y que no seamos capaces de ver ni lo evidente.
He de reconocer que hace tiempo que no me conmovía tan hondamente como cuando hace cinco días, si no me equivoco, el presidente del Gobierno compareció ante los medios de comunicación, no sé muy bien si “maquilladamente” compungido o “compungidamente” maquillado, para pedirnos perdón a los ciudadanos por lo que el archiconocido informe de la UCO había revelado sobre los tejemanejes de supuesta corrupción que se traía el último secretario de organización del PSOE con su antecesor en el cargo, a la sazón anterior ministro de transportes y de obras y de sobrinas públicas, y con la mano izquierda (en este caso, por respeto ideológico, no cabe decir derecha) de este, un enorme exaizkolari, ejecutor y comisionista de todos los atropellos hipotéticamente pergeñados por el primero, a la par que compulsivo grabador de audios incriminatorios. Al parecer, nuestro afectado y demacrado presidente no supo, hasta esa misma mañana, nada de todo esto; por tanto, el shock emocional al que fue sometido explica sobradamente su desánimo, tristeza y pesadumbre. De ahí que se justifique que, quejumbrosamente (“y, por eso, de nuevo, quiero pedir disculpas a la ciudadanía, porque el Partido Socialista y yo, como Secretario General del Partido Socialista, no debimos confiar en él”), desde la sede del partido, expusiera su tajante determinación de asumir responsabilidades, consistente en pedir a su secretario de organización la dimisión de todos sus cargos, solicitarle su renuncia al acta como diputado del Grupo Socialista, anunciar que sería sustituido y que encargaría una auditoría externa para certificar la limpieza de las finanzas del partido (cosa que, días después se supo que, al parecer, ya se venía haciendo desde hacía tiempo). “Miren, como cualquier otra persona, yo tengo mis virtudes y muchos defectos, tengo muchos defectos; pero siempre he creído y trabajado por la política limpia y por el juego limpio en política. Siempre he estado comprometido con la regeneración democrática en nuestro país y, por tanto, en la lucha contra la corrupción tanto desde mi Gobierno como también desde mi partido”, dijo nuestro presidente, al que yo no conozco más que por sus palabras y por sus actos; pero, qué mala suerte, ¿no?, eligiendo compañeros de viaje, tanto en automóvil como en la vida política.
Pero, por si a alguien esto le había parecido poco, el pasado día 17 compareció, menos cariacontecido y más combativo, después de un Comité Ejecutivo Federal, con varias finalidades. En primer lugar, para dedicarse un panegírico, en el que nos recordó que “hemos avanzado mucho en estos siete años: se ha endurecido o se han endurecido las leyes, se ha aumentado o se han aumentado los niveles de transparencia y de rendición de cuentas en nuestro país, se ha conseguido que España mejore posiciones en el ranking internacional de percepción y de lucha contra la corrupción. En definitiva, se ha logrado que lo que antes se encubría, se obstruía o se amparaba como parte de la normalidad ahora se persiga, se castigue como un hecho imperdonable”. En algún momento —mea culpa— he debido de perderme, porque creí que lo impulsado por Pedro Sánchez sobre estos asuntos había sido la reducción de penas por malversación, los indultos a los golpistas corruptos, una amnistía de sus fechorías, para que nadie se sintiera agraviado y poder, de este modo, mantener el poder, un evidente desprecio por el Portal de Transparencia y, asimismo, por las preguntas de control de la oposición, que casi nunca son respondidas. Por cierto, a propósito de la transparencia, supongo que el señor presidente realiza estas afirmaciones porque también desconoce el informe que publicó el Banco Mundial en noviembre de 2024, en el que se destaca el deterioro institucional sufrido en España en las últimas décadas, más acusado, sobre todo, desde 2020.
El segundo es atacar a la oposición: “Si algo claro tenemos desde la familia socialista es que nosotros no podemos ni queremos ni vamos a ser como el Partido Popular y como Vox, no vamos a tapar la corrupción que surja en nuestras filas por muy dolorosa que sea. No vamos a perseguir a denunciantes, ni vamos a crear policías patrióticas, ni vamos a amenazar a periodistas que hacen su trabajo, ni vamos a destruir pruebas a martillazos, ni vamos a tener una sede pagada con dinero en B”. Pues, menos mal, que diría aquel. Supongo que Leire Díez y sus supuestos contactos con un comandante de la Guardia Civil, presuntamente implicado en el caso de corrupción que nos ocupa, y con la directora de la institución son ajenos al partido de Pedro Sánchez, porque, “quiero que lo sepan y lo escuchen todos los ciudadanos y ciudadanas, el Partido Socialista Obrero Español es una organización limpia, limpia”. Supongo que lo de la máquina del fango, los bulos, los tabloides y los pseudomedios y la “fachosfera” son términos acuñados por la derecha y la ultraderecha para calificar a los medios de comunicación que llevaban meses y años denunciando, entre otros casos, lo que ahora se ha destapado, todo eso que la regeneración democrática prometida tras los cinco días de reflexión iba a eliminar. Eso sí, bien es verdad que en el PSOE no hay constancia de que se destruyan pruebas a martillazos; esto, la verdad, carece de clase: es mucho más estiloso desmentir una noticia filtrando información privada de un novio, borrar todo rastro de llamadas o mensajes y cambiar de teléfono. Y, ¿de quién depende todo esto?; pues, ya está. Por cierto, no parece que, hasta ahora, haya pista alguna de pagar en la sede socialista con dinero B; pero, de cobrar… Eso ya es harina de otro costal.
“El llamado caso Koldo es el único caso hasta la fecha de supuesta corrupción, porque aún no hay sentencia que afecta a mi organización desde que yo tengo el honor de dirigirla. Hasta la semana pasada pensábamos que eran dos sus protagonistas; ahora sabemos que son supuestamente tres y esperamos, en consecuencia, que la justicia actúe y puede contar con la absoluta colaboración de mi organización. Lo que sí sabemos es que vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que quienes hayan cometido este tipo de corrupción la paguen o lo paguen y para que este caso sea el primero y el último que afecte a nuestra organización”. ¡Los años, desde luego, no pasan en balde! ¡Qué mala memoria! ¡Mira que olvidarse de los ERE, de las presiones a la jueza Alaya o, más recientemente, al juez Peinado, a la jueza Biedma, al juez Puente o de los comentarios y maniobras para desacreditar a la policía judicial, por ejemplo!
“Nosotros llegamos para impulsar una agenda social y de transformación, cuyo aval es visible y material para la mayoría social de nuestro país. También nos comprometimos en la lucha contra la corrupción y vamos a seguir haciéndolo”. Sobre estos dos asuntos, he de decir que no me cabe la más mínima duda: hay cientos de páginas en el informe de la UCO que son visibles y materiales, y nuestro presidente, previsiblemente, se seguirá comprometiendo a hacer, como en el caso de la vivienda, lo que no ha hecho, por más que repita que lo hará.
Y, concretando, ¿qué dice que está haciendo y hará a partir de ahora para redoblar esfuerzos en la lucha contra la corrupción? Pues, expulsar al señor Ábalos del partido, después de más de quince meses, exigir la renuncia del señor Santos Cerdán a sus cargos públicos y orgánicos, repetir una auditoría externa de las cuentas del partido (¡Una triple comprobación! ¡Toma ya!) y sustituir al dimitido secretario de organización por tres conmilitones: Cristina Narbona (premio extraordinario 2004-2008 de construcción de desaladoras y renuncias a fondos europeos para un plan hidrológico nacional), Borja Cabezón, “responsable de calidad democrática y transparencia de nuestra organización” (como reconocimiento, posiblemente, a la exitosa labor llevada a cabo en el partido hasta el momento, como es evidente, dentro del ámbito de sus responsabilidades), Montse Mínguez, miembro de la Comisión Ejecutiva Federal y, Secretaria General del Grupo Parlamentario Socialista (imagino que para tener a alguien en el Congreso con información de primera mano sobre lo que se cuece). A ellos se les unirá, como “apoyo técnico”, Ana Fuentes, gerente del partido nombrada por Santos Cerdán (estoy convencido de que para que la transición no sea traumática). Pero, aquí no acaba la cosa, el presidente, además, se compromete a petición propia (¡Ahí es nada!) a comparecer en el Congreso de los Diputados tan pronto como sea posible —que, a fecha de hoy, sabemos que será dentro de más de veinte días, el próximo 9 de julio, y que su comparecencia no será monográfica (por mor de la transparencia, por supuesto)— y a impulsar una comisión de investigación en las Cortes Generales, a iniciativa del Grupo Socialista, para investigar el denominado caso Koldo (debe ser que tampoco se ha enterado de que esto se lleva haciendo desde hace meses en el Senado). A estas cuatro contundentes medidas de regeneración democrática, hay que añadirle una quinta: “a lo largo de esta semana me voy a reunir con todos los grupos parlamentarios que apoyaron mi investidura, la investidura de este Gobierno, para conocer sus propuestas y estudiar con ellos acciones complementarias que podamos realizar en el ámbito legislativo en las Cortes Generales. Y sí que les puedo garantizar y es lo que les trasladaré a todos los grupos parlamentarios que el Partido Socialista adoptará todas las medidas proporcionales y útiles que se le plantee”. Pues, vistos los precedentes, yo no descartaría una nueva amnistía, para la que el TC, por supuesto, encontraría encaje constitucional, y aquí paz y, después, Sánchez.
Y todo, no por el interés de limpiar la hasta ahora inmaculada imagen del partido, no (esto no sería más que algo así como un efecto secundario), sino para salvarnos a los españoles de nosotros mismos, porque “que no haya dudas: el Gobierno de coalición progresista va a continuar con su labor de avances sociales y el Partido Socialista mantiene su hoja de ruta y sus compromisos asumidos en el debate de investidura. España lo que merece es avanzar. Desde luego lo que no merece es retroceder con una agenda reaccionaria protagonizada por una coalición del Partido Popular con Vox que afectaría de manera irreparable a los derechos de millones de hombres y mujeres en nuestro país. Por tanto, vamos a actuar como estamos actuando, como la oposición, por cierto, no actúa; pero no nos vamos a confundir de nuestro objetivo, y nuestro objetivo es avanzar en derechos. Nuestro objetivo es consolidar una agenda progresista de transformaciones, defendiendo paz donde hay guerra hoy en el mundo, y de convivencia entre ciudadanos y entre territorios. Lo he dicho en reiteradas ocasiones, las elecciones son cada cuatro años. Así ha sido y así seguirá siendo. Y no vamos a romper la estabilidad de un gran país como es España, que vive uno de sus mejores momentos de las últimas décadas, para ponerlos en manos de la peor oposición que ha tenido la historia democrática de nuestro país, en manos del señor Feijoó y del señor Abascal”.
Y es que el pensamiento mesiánico de Sánchez apenas puede expresarse con más claridad: facilitar la alternancia en el poder a otros, si se sospecha o se calcula que los españoles no permitirían que yo fuese de nuevo presidente del Gobierno, sería un error antidemocrático que hay que evitar por cualquier medio. Por eso “no vamos a permitir que la supuesta, insisto, corrupción de unos pocos, que tendrá que ser sustanciada, en este caso, en los juzgados, eche por tierra la integridad de una de las administraciones públicas más limpias de la historia democrática de nuestro país”. Salvedad hecha, debería añadirse, por lo que se va sabiendo, al menos, de los ministerios de Transportes y de Hacienda, de Correos, de Adif, de las empresas públicas ligadas a esta y a Renfe, de la Diputación de Badajoz, de la Universidad Complutense… Creo yo; no sé.
Pero lo realmente relevante es que “desde luego, no vamos a permitir que tumbe al mayor Gobierno progresista que aún queda en pie en la Unión Europea” (el sujeto que tumba debe ser el pueblo español), porque, “a nosotros hace dos años nos reeligió una mayoría de ciudadanos y también una mayoría parlamentaria para hacer muchas cosas, muchas cosas. No hemos estado a la altura de una de ellas, pero estamos cumpliendo con el resto, y vamos a actuar en esa en la que no hemos estado a la altura”. Pues vaya, no sé ustedes; pero yo ya me quedo mucho más tranquilo: como quienes me reeligieron fueron Bildu y Junts, que, en comparación, una supuesta corruptela tonta como la de Koldo, Ábalos y Cerdán, una minucia, al fin y al cabo, no nos arruine la legislatura.
Dice nuestro presidente que “el Gobierno es la obra y la esperanza de mucha gente, de mucha gente, de muchas organizaciones, de muchos movimientos cívicos, de muchos ciudadanos y ciudadanas que votaron por esta opción y sería una irresponsabilidad destruir todo lo logrado para ahorrarnos una crítica mediática o una presión social, que, por otro lado, tengo que decirles que nos merecemos. Mi deber como capitán, si me permiten, es tomar el timón, es capear esta tormenta, es tomar las medidas necesarias para recuperar la confianza de los españoles en mi organización, en el Partido Socialista Obrero Español. Y mi deber, también, es proteger el Gobierno de coalición progresista”. Pues, permítame, presidente, pero no puede estar usted más antidemocráticamente equivocado. El Gobierno es la obra de Santos Cerdán siguiendo sus indicaciones, realizada en Waterloo y en Suiza; dar la palabra a los ciudadanos, aun a riesgo de que no se comporten como a uno le gustaría, no es una irresponsabilidad de quien lo facilita, sino un acto de convicción democrática, y, aún menos, una insensatez de los votantes; su deber como presidente del Gobierno (lo de capitán, déjeselo a Maduro, a Trump o al personaje publicitario de Pescanova) no es capear la tormenta, eso, señor presidente, es lo que le conviene a usted personalmente y a los que le bailan el agua, no a los españoles; recuperar la confianza en el PSOE no le corresponde a usted, en cuanto que presidente del Gobierno, si no dar la palabra a los ciudadanos para que ellos se pronuncien sobre si la organización política que usted encabeza es digna de confianza; y, por último, su deber no es proteger a un Gobierno con adjetivos, a eso se le denomina sectarismo, sino proteger a los españoles de la pobreza, del paro, de la desigualdad, de los abusos, del feminismo de cartón- piedra, del populismo, de la demagogia, de la inseguridad jurídica y de cualquier otro tipo de corrupción, bien sea material o ideológica.
No sé qué más decirle, presidente (ya veremos qué acontece). El tiempo dirá si es usted digno de dimisión, de reproche penal o de conmiseración; lo que sí sé es que no es digno de confianza ni de seguir siendo presidente del Reino de España, no por principios o por convicciones, ni siquiera por ideología (pues ha demostrado no tener de ninguno de los tres), sino por omisión, por negligencia o por connivencia.
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