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Génesis del genocidio de los palestinos a manos del artificial Estado de Israel

Este episodio es la fase más reciente de un proceso histórico de colonización de asentamiento impulsado por el sionismo
María del Carmen Calderón Berrocal
jueves, 19 de junio de 2025, 08:29 h (CET)

La Historia es mucho más que hechos históricos, un historiador aprende a leer entre líneas y a ver con claridad los hechos que se presentan ante sí. Pues bien, estamos en  junio de 2025, y, desde hace más de veinte meses, somos testigos de cómo Israel lleva a cabo un genocidio, como lo califican diversos académicos judíos israelíes —Raz Segal, Omer Bartov, Amos Goldberg, Lee Mordechai, Daniel Blatman, Shmuel Lederman— así como representantes de Naciones Unidas y otros expertos internacionales. En realidad todo el que tenga ojos en la cara, tenga oídos y conozca el concepto y significado de la palabra genocidio, lo dirá igualmente.


Este episodio es la fase más reciente de un proceso histórico de colonización de asentamiento impulsado por el sionismo, enfrentado desde sus inicios a la resistencia descolonizadora palestina.


Estamos ante un conflicto que hunde sus raíces a finales del siglo XIX, cuando surgió el movimiento sionista: un nacionalismo colonial fundado por una minoría de judíos asquenazíes europeos, que, aunque hablaba en nombre de todo el judaísmo, no lo representaba en su totalidad.


A diferencia de otros nacionalismos de la época, el sionismo carecía de un territorio propio, por lo que adoptó la estrategia colonial. Aunque barajó varios destinos para establecer su "patria", finalmente eligió Palestina, un territorio que, contrariamente a la propaganda de "tierra sin pueblo", ya estaba habitado. Estaba habitado desde tiempos bíblicos, al menos.


En aquella Palestina otomana, hacia finales del siglo XIX, convivían comunidades diversas: una mayoría musulmana suní (85-86%), junto con minorías cristianas (10-11%) y judías (3-4%). Todos compartían el árabe como lengua común y llevaban siglos coexistiendo pacíficamente.


En esos años, Palestina aún formaba parte del decadente Imperio Otomano, donde era conocida como Filistin o Tierra Santa. Gaza, por ejemplo, todavía no existía como entidad política diferenciada, sino que era una especie de provincia, de estado más de aquel imperio; y no sería hasta la Nakba de 1948 —cuando dos tercios de la población palestina fueron expulsados— que muchos refugiados palestinos buscaron cobijo en la Franja.


La estructura social de la época giraba en torno a comunidades rurales organizadas en clanes (hamulas), liderados por jeques encargados de mediar en conflictos, recaudar impuestos y representar a sus grupos ante el poder central. Aunque en el siglo XIX se introdujeron cambios en el régimen de propiedad de la tierra —surgiendo latifundios y facilitando la venta de terrenos a colonos sionistas (su perdición)—, la vida comunal, especialmente bajo el sistema agrícola musha, seguía teniendo gran peso.


Palestina también participaba activamente en los intercambios comerciales internacionales. Productos como el aceite de oliva, el algodón, el tabaco o las naranjas de Jaffa se exportaban ampliamente, mientras las nuevas rutas ferroviarias y marítimas conectaban sus principales ciudades con Europa y el Mediterráneo.


Las reformas otomanas modernizaron parcialmente el sistema educativo, aunque el acceso a la enseñanza superior seguía siendo limitado y dependía de desplazamientos a centros imperiales como Damasco o Estambul. A pesar de las barreras, comenzó a formarse una incipiente clase media urbana y las escuelas mixtas fomentaron ciertos espacios de interacción interreligiosa. Todo parecía ir sobre ruedas.


Religiosamente, Palestina era un territorio caracterizado por la diversidad y la tolerancia. Las comunidades judía, cristiana y musulmana compartían los espacios sagrados sin grandes conflictos y mantenían tradiciones populares comunes, como la creencia en los jinn o el uso de amuletos protectores como la mano de Fátima o de Miriam.


Las mujeres, pese a las estructuras patriarcales, desempeñaban un papel activo en la vida agrícola, educativa y familiar. Las dinámicas de género variaban según el contexto urbano o rural, el nivel económico y las costumbres locales; y no respondían al estereotipo orientalista de sumisión que aún persiste en algunos discursos occidentales.


En resumen, antes de la implantación del colonialismo de asentamiento sionista, Palestina no fue escenario de conflictos religiosos ni de violencia intercomunitaria. Las distintas confesiones compartían lengua, territorio y modos de vida, participando de un mundo que, al igual que otras regiones mediterráneas, experimentaba cambios acelerados con la llegada de la modernidad.


Es importante, por tanto, comprender que no estamos ante un conflicto milenario o puramente religioso, sino ante un fenómeno contemporáneo de colonización. Contemporáneo no desde ahora, sino desde que, artificialmente, EEUU crease el Estado de Israel, para evitar que todos los judíos que huían de Alemania entraran en USA, lo mismo que creó Liberia para que fuese poblado por los esclavos liberados que debían salir de EEUU.


Para poder construir un futuro justo, resulta imprescindible poner fin tanto al genocidio actual como al régimen colonial, garantizando los mismos derechos a todas las personas, sean musulmanas, cristianas, judías o no creyentes.


Mientras que Palestina era el territorio bíblico que todos conocíamos, desde 1948, pasito a paso, empujoncito a empujoncito, ha pasado a reducirse a escasos kilómetros, el terreno que los invasores les han dejado.

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