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Este es mi regalo de cumpleaños: sigue siendo tú

Rosamary

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Clint Eastwood, en la película “Gran Torino”, realiza una extraña confesión de tres pecadillos sin importancia: haber dado un beso a una mujer que no era su esposa, defraudar una vez al fisco y no comprender a sus dos hijos.

Los hijos únicos, creo, se diferencian del resto de otros en que siempre son el niño o la niña. Pueden pasar años, lustros o decenios que nuestra única hija, Rosamary, siempre será la “niña”. Ella tiene dos hijas, pero para nosotros, por muy niñas que sean nuestras nietas -que ya no lo son-, ella seguirá siendo la niña.

No sé si al igual que Clint algún día me confesaré, pero si lo hiciese ese error de no conocer a Rosamary creo que no se encuentra en el saco de mi escombrera.

Desde el día en que dejó de ejercer como profesora de EEMM, para dedicarse a ser madre y esposa o compañera comprendí que me encontraba ante un ser extraño y excepcional. En la actualidad, estos hechos aunque puedan ser valorados por la actual sociedad no son comparables ante el de la autonomía económica de la mujer, ya saben, “por lo que pueda pasar”. Ella, mi niña, nuestra niña, ha vivido a tope la infancia de sus hijas, ha saboreado hasta la totalidad esa conexión que se establece entre el pezón y el bebé, ha sabido ser madre las veinticuatro horas del día, ha cambiado la verde pizarra donde explicaba logaritmos por la narración de cuentos infantiles y ha comprendido que la auténtica autonomía es la de servir, reinar diría yo; y todo ello sabiendo ser esposa que prepara un puchero en condiciones o unos ricos filetes empanados y, tal vez, nunca se sabe, pueda ser el regazo donde sus ancianos padres reclinen el último suspiro.

Es tan niña la niña que durante años nos introdujo en aquella sagrada terraza de aquel viejo apartamento “donde el viento silba nácar” pájaros de todos colores, desde Kiwi a Almíbar, y hace unos días vino a vernos acompañada de los ladridos de los chihuahuas Rambo y Ginebra entre el alborozo de la chiquillería de la vecindad; y es que Rosamary siendo una mujer de fuste es más niña que sus hijas, más madre que la “pastora” y menos crítica que su padre.

Este es mi regalo de cumpleaños: sigue siendo tú. Besos.

Rosamary

Este es mi regalo de cumpleaños: sigue siendo tú
José García Pérez
miércoles, 16 de noviembre de 2016, 00:30 h (CET)
Clint Eastwood, en la película “Gran Torino”, realiza una extraña confesión de tres pecadillos sin importancia: haber dado un beso a una mujer que no era su esposa, defraudar una vez al fisco y no comprender a sus dos hijos.

Los hijos únicos, creo, se diferencian del resto de otros en que siempre son el niño o la niña. Pueden pasar años, lustros o decenios que nuestra única hija, Rosamary, siempre será la “niña”. Ella tiene dos hijas, pero para nosotros, por muy niñas que sean nuestras nietas -que ya no lo son-, ella seguirá siendo la niña.

No sé si al igual que Clint algún día me confesaré, pero si lo hiciese ese error de no conocer a Rosamary creo que no se encuentra en el saco de mi escombrera.

Desde el día en que dejó de ejercer como profesora de EEMM, para dedicarse a ser madre y esposa o compañera comprendí que me encontraba ante un ser extraño y excepcional. En la actualidad, estos hechos aunque puedan ser valorados por la actual sociedad no son comparables ante el de la autonomía económica de la mujer, ya saben, “por lo que pueda pasar”. Ella, mi niña, nuestra niña, ha vivido a tope la infancia de sus hijas, ha saboreado hasta la totalidad esa conexión que se establece entre el pezón y el bebé, ha sabido ser madre las veinticuatro horas del día, ha cambiado la verde pizarra donde explicaba logaritmos por la narración de cuentos infantiles y ha comprendido que la auténtica autonomía es la de servir, reinar diría yo; y todo ello sabiendo ser esposa que prepara un puchero en condiciones o unos ricos filetes empanados y, tal vez, nunca se sabe, pueda ser el regazo donde sus ancianos padres reclinen el último suspiro.

Es tan niña la niña que durante años nos introdujo en aquella sagrada terraza de aquel viejo apartamento “donde el viento silba nácar” pájaros de todos colores, desde Kiwi a Almíbar, y hace unos días vino a vernos acompañada de los ladridos de los chihuahuas Rambo y Ginebra entre el alborozo de la chiquillería de la vecindad; y es que Rosamary siendo una mujer de fuste es más niña que sus hijas, más madre que la “pastora” y menos crítica que su padre.

Este es mi regalo de cumpleaños: sigue siendo tú. Besos.

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